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FIESTA DE LA DORMICIÓN DE NUESTRA GLORIOSA SEÑORA LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA

conmemorada el 15 de agosto.


PRIMERA HOMILÍA SOBRE LA DORMICIÓN

Panegírico de la Dormición de la Excelsa, Bendita y Gloriosísima Señora Nuestra, La Madre De Dios Y Siempre Virgen María, por el Pobre y Humilde Monje y Presbítero Juan Damasceno.

 

ESCOGIDA Y PREDESTINADA.

¿Qué nombre te daremos, oh Señora, y con qué palabra nos dirigiremos a ti? ¿Con qué alabanzas podremos coronar tu sagrada y gloriosa cabeza? Tú nos proporcionas los bienes y las riquezas; tú eres ornamento del género humano y decoro de toda la creación, que por medio de ti ha encontrado la verdadera dicha, pues gracias a ti ha recibido a Aquel que es inabarcable, y al que antes no podía ni siquiera mirar, por obra tuya lo contempla ya visiblemente. ¡Oh Verbo de Dios, haz que se abra mi boca torpe e inexperta y que, al abrirse mis labios, brote de ellos un discurso agradable y hermoso! Infúndeme el soplo de la gracia del Espíritu Santo, que hizo hablar con elocuencia y sabiduría a unos pescadores ignorantes, a fin de que yo, con mi pobre voz y aunque sea con palabras oscuras, pueda proclamar las grandezas de tu carísima Madre.

Ella desde antiguo fue escogida y predestinada por la bondad del Padre que, sin experimentar cambio alguno, engendra al Hijo desde toda la eternidad. Para la expiación de las culpas, para la salvación, la justificación y la redención de los hombres, Aquel que es vida de vida, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, al cumplirse el tiempo establecido, asumiendo nuestra carne, nació de la Virgen, siendo su concepción totalmente singular y maravillosa10, realizándose su nacimiento de un modo que supera las leyes de la naturaleza, y estando destinado a la salvación de todo el orbe, así como también su gloriosa muerte es sacrosanta y digna de toda alabanza.

Esta Virgen fue predestinada por el Padre, anunciada por los profetas divinamente inspirados y fecundada por el Espíritu Santo, que la colmó de pureza y santidad. Y tú, oh Hijo y manifestación del Padre, que no puedes ser abarcado en lugar alguno, estableciste tu morada en ella, a fin de unir nuestra humilde y baja condición humana con la excelsa e incomprensible grandeza de tu divinidad. La primicia de tu encarnación es la sangre inocente, pura e inviolada de esta Virgen santa, de la cual asumiste la carne a la que estuvo unida tu alma racional. De este modo, por tu gran misericordia, tomaste sobre ti nuestra propia debilidad y te hiciste verdadero hombre, sin dejar de ser verdadero Dios y de poseer la misma naturaleza del Padre.

Así pues, tú que naciste de la Virgen eres un solo Cristo, un solo Señor, a la vez Dios y hombre; perfecto Dios y perfecto hombre; Dios verdadero y hombre verdadero; una sola persona en dos naturalezas perfectas, que son la divinidad y la humanidad. No eres solamente Dios ni solamente hombre, sino el Hijo único de Dios, hecho hombre; verdadero Dios y al mismo tiempo hombre, sin mezcla ni división de las dos naturalezas distintas, que subsisten en una sola persona sin confusión alguna. Por esto existen en ti las propiedades y características de ambas naturalezas: lo creado y lo increado, lo mortal y lo inmortal, lo visible y lo invisible, lo abarcable y lo inabarcable, la voluntad divina y la humana, la operación divina y la que es propia del hombre, la libertad divina y también la humana, los milagros divinos y las afecciones naturales y humanas, aunque libres de toda culpa.

Movido, oh Señor, por las entrañas de tu misericordia asumiste enteramente la naturaleza del primer Adán, aunque libre de toda culpa, tal cual era antes de la prevaricación. Tomaste, pues, el cuerpo, el alma y la mente, con todas sus propiedades naturales, a fin de otorgar la salvación a todo nuestro ser, pues lo que tú no hubieses asumido no habría sido sanado. De esta manera quedaste constituido mediador entre Dios y los hombres, deshiciste la enemistad, condujiste hacia el Padre a los que se habían apartado de Él, hiciste retornar al buen camino a los extraviados, iluminaste a los que estaban sumidos en las tinieblas, reparaste lo que estaba roto y quebrantado, transformaste lo corruptible proporcionándole la incorrupción, liberaste a las creaturas del error del politeísmo, hiciste a los hombres hijos de Dios, a quienes eran infames y estaban envilecidos les hiciste partícipes de tu divina gloria, al que estaba sentenciado a ser recluido en las profundidades de la tierra lo levantaste por encima de todo principado y potestad, y al que estaba condenado a retornar al polvo de la tierra y habitar en los infiernos, le hiciste sentar contigo en tu trono real. ¿Cuál fue el taller en el que se realizaron estas obras tan excelentes y que superan toda nuestra capacidad de comprensión? ¿No fue en verdad aquella misma Virgen perpetua de la que tú naciste?

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