conmemorada el 2 de febrero.
Éste día la Santa Iglesia conmemora un importante evento en la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo (Lc 2:22-40). Cuarenta días después de su nacimiento, el Divino Niño fue llevado al Templo de Jerusalén, centro de la vida religiosa de la nación. Según la Ley de Moisés (Lv 12:2-8), cuando una mujer había dado a luz a un varón, se le prohibía entrar al templo por cuarenta días. Al término de éste lapso de tiempo la madre se dirigía al templo junto con el niño, para ofrecer un cordero o una tórtola al Señor como sacrificio de purificación. La Santísima Virgen, la Madre de Dios, no tenía necesidad de purificación, porque ella había dado a luz, sin mancilla, al Origen de la pureza y santidad. Sin embargo, ella humildemente cumplió los requerimientos de la Ley.
En aquel tiempo, el Justo Anciano Simeón (3 de febrero) moraba Jerusalén. Se lo había revelado que no habría de morir hasta que viera al Mesías prometido. Por inspiración de lo alto, san Simeón acudió al Tempo al mismo tiempo en que la Santísima Theotokos y san José llevaban al Niño Jesús para cumplir con la Ley.
Simeón, el Recibidor de Dios, tomo al Niño Dios en sus brazos, y dando gracias a Dios, dijo las palabras que repetimos en la Iglesia cada tarde en Vísperas: “Ahora Señor, deja partir en paz a Tu siervo, según Tu palabra, porque mis ojos han visto Tu salvación, la cual tenías destinada ante todos los pueblos, luz que ilumine a las naciones, y la gloria de Tu pueblo Israel” (Lc 2:29-32). San Simeón dijo a la Santísima Virgen: “He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2:34-35).
En el Templo se encontraba también la viuda de ochenta y cuatro años de edad, Ana la Profetisa, hija de Fanuel (3 de febrero), quien “no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Ésta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lc 2:37-38). En el icono de la Fiesta ella sostiene un pergamino que dice: “Éste Niño ha establecido el Cielo en la Tierra”.
Antes de que Cristo naciera, justos hombres y mujeres había vivido por la fe en el Mesías prometido, y esperaban su llegada. El Justo Simeón y la Profetisa Ana, las últimas personas justas del Antiguo Testamento, fueron contadas dignas de encontrarse con el Salvador en el Templo.
La Fiesta de la Presentación de nuestro Señor se cuenta entre las Fiestas más antiguas de la Iglesia de Cristo. Se conservan sermones acerca de la Fiesta, escritos por los Santos Obispos Metodio de Patara (+312), Cirilo de Jerusalén (+360), Gregorio el Teólogo (+389), Anfiloquio de Iconio (+394), Gregorio de Nisa (+400), y Juan Crisóstomo (+407). A pesar de su temprano origen, ésta Fiesta no fue celebrada espléndidamente sino hasta el siglo VI.
En el año 528, durante el reinado de Justiniano, un terremoto quitó la vida a muchos en Antioquía. Otras desgracias sobrevinieron. En el año 451 una terrible plaga azotó Constantinopla, llevándose a mucha gente cada día. Durante éste periodo de gran sufrimiento, un solemne servicio de oración (Litía) para la liberación de males fue celebrado durante la Fiesta de la Presentación de nuestro Señor, y entonces la plaga cesó. Para dar gracias a Dios, la Iglesia estableció una solemne celebración de ésta Fiesta.
Los himnógrafos de la Iglesia han engalanado ésta Fiesta con himnos: san Andrés de Creta en el siglo VII; san Cosme, Obispo de Maiumia, san Juan Damasceno, san Germán Patriarca de Constantinopla en el siglo VIII, y san José, Arzobispo de Tesalónica en el siglo IX.
En éste día también conmemoramos el icono de la Santísima Theotokos conocido como “el Suavizador de Corazones Impíos” o de la “Profecía de Simeón”. La Madre de Dios es representada sin el Niño, con siete espadas perforando su pecho; tres del lado izquierdo, tres del lado derecho, y una por debajo.
Un icono similar, el de “Las Siete Espadas” (13 de agosto) muestra tres espadas del lado izquierdo y cuatro del lado derecho.
El icono de “La Profecía de Simeón” simboliza el cumplimiento de la profecía del justo Anciano Simeón: “una espada atravesará tu alma” (Lc 2:35).
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). The Meeting of our Lord and Savior Jesus Christ in the Temple. New York, Estados Unidos: OCA.
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