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FIESTA DE LA SANTA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR, DIOS Y SALVADOR JESÚS CRISTO

conmemorada el 06 de agosto.


HOMILÍA SOBRE LA TRANSFIGURACIÓN:

sermón del bienaventurado Juan Damasceno presbítero, acerca de la Transfiguración de nuestro Señor y Salvador Jesús Cristo.


Hoy un abismo de luz inaccesible, hoy una inmensa efusión de divino resplandor ilumina a los apóstoles en el monte Tabor. Hoy es reconocido como Señor del Antiguo y del Nuevo Testamento Jesucristo, para mí tan amado, por su nombre y por sus hechos, el cual es verdaderamente dulcísimo y amabilísimo por encima de la mayor suavidad que se pueda imaginar. Hoy el iniciador de la antigua alianza, el divino legislador Moisés, está en el monte Tabor junto al legislador Cristo, como quien sirve a su Señor, y contempla claramente su plan de salvación, que tiempo atrás había ya visto en figura e imagen ─lo cual puedo afirmar que se pone de manifiesto con lo que Dios realiza después─ y percibe claramente la gloria de la divinidad encubierta en la cavidad de la roca, como dice la Escritura. La piedra, en efecto, es Cristo, el Dios encarnado, el Verbo, el Señor, tal como san Pablo nos lo ha enseñado con toda claridad, diciendo: La piedra era Cristo, el cual, como con una pequeñísima abertura de su propia carne, derrama sobre los que están presentes una luz incomparable y más penetrante que cualquier visión.

Hoy el caudillo del Nuevo Testamento, aquel que con toda claridad proclamó a Cristo Hijo de Dios, diciendo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, ve al promotor de la antigua alianza que está junto al legislador de los dos Testamentos y que exclama en alta voz: Este es el que es; de Él predije que, como yo, sería constituido profeta; como yo en cuanto hombre y cabeza del nuevo pueblo, pero por encima de mí en cuanto que tiene el señorío sobre mí y sobre toda la creación, el cual nos ha confiado a mí y a ti ambos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Hoy el virgen del Antiguo Testamento, al virgen del Nuevo Testamento le anuncia al que es el Señor y virgen nacido de una virgen.

¡Ea!, pues, siguiendo al profeta David, cantemos himnos a nuestro Dios, cantemos himnos a nuestro rey, cantemos porque Dios es el rey de toda la tierra, cantemos con maestría. Cantemos con labios exultantes, cantemos con espíritu de inteligencia, percibiendo el gusto de las palabras. La garganta degusta los alimentos, pero la mente discierne los discursos, dice el varón sapientísimo. Cantemos himnos también al Espíritu que sondea todas las cosas, incluso las profundidades de Dios, las cosas recónditas; cantemos al Espíritu que ilumina todas las cosas en la luz del Padre, mientras contemplamos al Hijo de Dios, luz inaccesible.

Ahora han sido vistas las realidades que eran invisibles para los ojos humanos: un cuerpo terrestre que irradia resplandores divinos, un cuerpo mortal del que fluye la gloria de la divinidad. Efectivamente, el Verbo se ha hecho carne. La carne ha venido a ser Verbo, sin que ni el Verbo ni la carne hayan perdido su propia naturaleza. ¡Oh prodigio que sobrepasa toda inteligencia! La gloria no ha llegado al cuerpo desde fuera sino desde el interior, por razón del inexplicable misterio de la unión hipostática con la divinidad del Verbo de Dios.

¿Cómo puede ser que unas cosas incomunicables se mezclen y permanezcan sin confundirse? ¿Cómo pueden juntarse unos elementos inconciliables, sin perder las características propias de su naturaleza? Esto es precisamente lo que se efectúa en la unión hipostática, de tal manera que los elementos que se unen forman un solo ser y una sola persona, pero conservando la unidad personal y la duplicidad de naturalezas, en una diversidad indivisible y en una unión sin confusión, que se realizan mediante la encarnación del Verbo inmutable y la incomprensible y definitiva divinización de la carne mortal. Como consecuencia de este trueque, de esta recíproca comunicación sin confusión y de la perfecta unión hipostática, los atributos humanos vienen a pertenecer a Dios y los divinos llegan a pertenecer a un hombre. Uno solo es, en efecto, aquel que, siendo Dios desde siempre, después se hace hombre.

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