conmemorado el 03 de mayo de 2024.
GRAN Y SANTO VIERNES
por Arcipreste Paul Lazor
El Gran y Santo Viernes, Cristo murió en la Cruz. “Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el Espíritu” diciendo: “Cumplido está” (Jn 19:30). Éstas palabras se entienden mejor cuando se traducen: “Consumado es”. Nuestro Señor había concluido la obra para la cual Su Padre Celestial lo había enviado al mundo. Se hizo hombre en el pleno sentido de la palabra. Aceptó el bautismo de arrepentimiento de Juan en el río Jordán. Asumió la plena condición humana, experimentando su alienación, agonía y sufrimiento enteros, concluyendo con la vil muerte en la Cruz. Cumplió perfectamente la profecía de Isaías:
Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores. (Is 53:12)
EL VARÓN DE DOLORES
En la Cruz, Jesús se convirtió así en “varón de dolores; experimentado en quebranto” de quien había predicho el profeta Isaías. Fue “despreciado y desechado entre los hombres” y “herido de Dios y abatido” (Is 53:3-4). Se convirtió en el que “no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Is 53:2). “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Is 52:14). Todas éstas profecías mesiánicas se cumplieron en Jesús mientras colgaba de la Cruz.
Cuando se acercaba el fin, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46). Éste grito indicaba Su entera identificación con la condición humana. Había abrazado totalmente la condición menospreciada, desamparada y abatida del sufrimiento y la muerte ─la alienación de Dios. Era verdaderamente el varón de dolores.
Sin embargo, es importante notar que el grito de angustia de Jesús desde la Cruz no fue una señal de Su pérdida de fe en Su Padre. Las palabras que exclamó no son sino el primer verso del Salmo 22, un Salmo mesiánico. La primera parte del Salmo anuncia la angustia, el sufrimiento y la muerte del Mesías. La segunda parte es un canto de alabanza a Dios. Predice la victoria final del Mesías.
LOS CARGOS FORMALES
Los líderes religiosos de Jerusalén habían buscado la muerte de Cristo desde los primeros días de su ministerio público. Los cargos formales presentados en contra Suya por lo general caían en las siguientes dos categorías:
Violación de la Ley Veterotestamentaria, por ejemplo, quebrantar el descanso sabático;
Blasfemia: hacerse igual a Dios.
Los asuntos fueron apresurados (consumados) por el momento de verdad que siguió a Su entrada en Jerusalén el Domingo de Ramos. Él tenía a la gente detrás de Él. Habló claramente. Dijo que el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Reprendió a los escribas y fariseos por reducir la religión a un asunto puramente externo.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. (Mt 23:27-28)
Fue el segundo cargo formal, sin embargo, el que se convirtió en la base de Su condenación.
EL JUICIO RELIGIOSO
La condenación y sentencia de muerte de Cristo precisó de dos juicios: religioso y político. El juicio religioso fue primero y tuvo lugar durante la noche inmediatamente después de Su arresto. Después de una considerable dificultad para hallar testigos para el enjuiciamiento que realmente estuvieran de acuerdo con su testimonio, Caifás, el sumo sacerdote, le hizo a Jesús la pregunta esencial: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” (Mt 14:61). Jesús, que había permanecido en silencio hasta éste punto, ahora respondió directamente: “Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo” (Mc 14:61-62).
La respuesta de Jesús recordó las muchas otras declaraciones que había hecho comenzando con las palabras “Yo soy”. “Yo soy el pan de vida… Yo soy la luz del mundo… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida… Antes que Abraham fuese, yo soy” (Jn 6-15). El uso de éstas mismas palabras fue considerado una blasfemia por los líderes religiosos. Las palabras eran el Nombre de Dios. Al usarlos como Su propio Nombre, Jesús se identificó positivamente con Dios. Desde la zarza ardiente, la voz de Dios había revelado éstas palabras a Moisés como el Nombre Divino: “Y respondió Dios a Moisés: Yo Soy El Que Soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me envió a vosotros. (Ex 3:14).
Ahora Jesús, como lo había hecho en muchas otras ocasiones, los usó como Su propio Nombre. El sumo sacerdote inmediatamente rasgó su manto, diciendo: “Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte” (Mc 14:64). En su opinión, Él había violado la Ley del Antiguo Testamento: “Quien blasfeme el Nombre de Yahveh, será muerto” (Lv 24:16).
EL JUICIO POLÍTICO
Los líderes religiosos judíos carecían de la autoridad real para llevar a cabo la ley anterior: dar muerte a un hombre. Tal autoridad pertenecía a la administración civil romana. Jesús había mantenido cuidadosamente Su actividad libre de implicaciones políticas. Rechazó la tentación de Satanás de gobernar los reinos del mundo con la espada (Lc 4:1-12). A menudo mandó a sus discípulos y a otros que “a nadie dijesen que Él era Jesús el Cristo”, por razón de las connotaciones políticas que tal título tenía para muchos (Mt 16:13-20). Reprendió a Pedro, llamándolo Satanás, cuando el discípulo insinuó que se había desviado de la verdadera naturaleza de su misión (Mt 16:23). A Pilato, el medroso e indiferente gobernador romano, le dijo claramente: “Mi reino no es de éste mundo” (Jn 18:36). Jesús no fue un revolucionario político que vino a liberar al pueblo del control romano y establecer un nuevo reino basado en el poder mundano.
No obstante, los líderes religiosos, en concordancia con las masas, idearon acusaciones políticas contra Él para salirse con la suya. Presentaron a Cristo a los romanos como un líder político, el “Rey de los judíos” en un sentido mundano, una amenaza para el gobierno romano y un desafío para el César. Pilato se volvió temeroso de su propia posición cuando escuchó los cargos y miró a la muchedumbre enardecida. Por lo tanto, a pesar de su testimonio declarado de la inocencia de Jesús, dictó sentencia formal, “se lavó las manos” del asunto y entregó a Jesús para que fuera crucificado (Jn 19:16).
LA CRUCIFIXIÓN: EL TRIUNFO DEL MAL
Antes de sucumbir a éste cruel método romano de ejecutar a los criminales políticos, Jesús sufrió aún otras injusticias. Fue desnudado, burlado y golpeado. Llevaba una corona “real” de espinas sobre Su cabeza. Él cargó Su propia cruz. Finalmente fue clavado en la cruz entre dos ladrones en un lugar llamado Gólgota (el lugar de la calavera) en las afueras de Jerusalén. Se colocó una inscripción sobre Su cabeza en la Cruz para indicar la naturaleza de Su crimen: “Jesús de Nazaret, el Rey de los judíos”. Él entregó Su espíritu alrededor de la hora nona (las 15:00), después de yacer colgado en la Cruz por seis horas.
El Viernes Santo triunfó el mal. “Era ya de noche” (Jn 13:30) cuando Judas partió de la Última Cena para completar su acto de traición, y “hubo tinieblas sobre toda la tierra” (Mt 27:45) cuando Jesús estaba colgado en la Cruz. Las fuerzas del mal de éste mundo se habían concentrado contra Cristo. Juicios injustos lo condenaron. Un criminal fue liberado al pueblo en lugar de Él. Clavos y una lanza traspasaron Su cuerpo. Se le dio vinagre amargo para saciar Su sed. Sólo un discípulo permaneció fiel a Él. Finalmente, la tumba de otro hombre se convirtió en Su lugar de reposo después de la muerte.
El inocente Jesús fue condenado a muerte sobre la base de cargos religiosos y políticos. Tanto judíos como gentiles romanos participaron en Su sentencia de muerte. “Los gobernantes del pueblo se han reunido contra el Señor y su Cristo” (Salmo 2 ─el Proquímeno de la Liturgia Vesperal del Jueves Santo).
Nosotros, igualmente, de muchas maneras continuamos participando en la sentencia de muerte dada a Cristo. Los cargos formales descritos anteriormente no agotan las razones de la crucifixión. Detrás de los cargos formales yace una multitud de injusticias provocadas por motivaciones ocultas y personales. Jesús habló abiertamente la verdad acerca de Dios y el hombre. De ese modo expuso el falso carácter de la rectitud y la envanecida confianza, tanto religiosa como material, voceada por muchos, especialmente aquellos en altos puestos. Las constantes manifestaciones de tal presunción en nuestros días nos enseñan la naturaleza verdaderamente ilusoria de muchas de las supuestas rectitud y confianza. En el sentido más profundo, la muerte de Cristo fue provocada por el pecado personal y endurecido ─la negativa de las personas a cambiarse a sí mismas a la luz de la realidad, que es Cristo. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn 1:11).
Nosotros especialmente, el pueblo cristiano, somos los suyos. Él continúa viniendo a nosotros en Su Iglesia. Cada vez que intentamos hacer de la Iglesia algo diferente a la venida eterna de Cristo entre nosotros, cada vez que nos negamos a arrepentirnos de nuestros errores; nosotros también rechazamos a Cristo y participamos en Su sentencia de muerte.
LAS VÍSPERAS
Las Vísperas, celebradas en la Iglesia el Viernes Santo por la tarde, traen a la mente todos los últimos acontecimientos de la vida de Cristo antes mencionados: el juicio, la sentencia, el azotamiento y el escarnio, la crucifixión, la muerte, el descendimiento de Su cuerpo de la Cruz, y la sepultura. Como indica la himnografía, éstos eventos permanecen siempre presentes en la Iglesia; constituyen la actualidad de su vida.
El servicio está repleto de lecturas de la Escritura: tres del Antiguo Testamento y dos del Nuevo. La primera de las lecturas del Antiguo Testamento, del Libro del Éxodo, habla de Moisés contemplando la “espalda” de la gloria de Dios, porque ningún hombre puede ver la gloria de Dios cara a cara y vivir. La Iglesia usa ésta lectura para enfatizar que ahora, en la crucifixión y muerte de Cristo, Dios está haciendo la máxima condescendencia para revelar Su gloria al hombre, desde dentro del hombre mismo.
La muerte de Cristo fue de carácter enteramente voluntario. Él no muere por alguna necesidad en Su ser: ¡como el Hijo de Dios Él tiene vida en Sí mismo! Sin embargo, entregó voluntariamente Su vida como el mayor signo del amor de Dios por el hombre, como la máxima revelación de la gloria Divina: “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15:13).
La himnografía vesperal desarrolla aún más el hecho de que Dios nos revela Su gloria en éste amor condescendiente. La Crucifixión es el corazón de tal amor, porque el Crucificado no es otro sino Aquel por quien todas las cosas han sido creadas:
Hoy el Soberano de la creación se presenta ante Pilatos; el Creador de todo se entrega para ser crucificado, expuesto como un cordero por su propia voluntad. El que hizo llover maná está clavado, herido con lanza y humedecido con una esponja. Al Redentor del mundo lo abofetean; del Dios de todos, sus siervos se burlan. ¡Qué amor a la humanidad tiene el Señor! Ruega, pues, a su Padre por sus verdugos, diciendo: «Perdónales este pecado, pues los transgresores no saben lo que hacen».
Los versos también subrayan las dimensiones cósmicas del evento que tiene lugar en la Cruz. Así como Dios que se reveló a Moisés no es un dios, sino el Dios del “cielo y la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles”, así la muerte de Jesús no es la culminación de una pequeña lucha en la vida doméstica de Palestina. Más bien, es el centro mismo de la lucha épica entre Dios y el Maligno, que involucra al universo entero:
Oh Cristo, toda la creación se alteró, por temor, al verte clavado en la cruz: el sol se obscureció, los cimientos de la tierra se agitaron y todo sufrió con el Creador de todo. ¡Oh Tú, que lo soportaste por nosotros, Señor, gloria a ti!
La segunda lectura del Antiguo Testamento (Jb 42:12 hasta el final) manifiesta a Job como figura profética del mismo Mesías. La situación de Job se sigue en los servicios de Semana Santa y se concluye con ésta lectura. Job es el siervo justo que permanece fiel a Dios a pesar de las pruebas, la humillación y la pérdida de todas sus posesiones y su familia. Sin embargo, debido a su fidelidad “Yahveh bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua” (Jb 42:12). La tercera de las lecturas del Antiguo Testamento es, con mucho, la más sustancial (Is 52:13-54:1). Es una prefiguración del Evangelio mismo. Leído en éste tiempo, identifica positivamente a Jesús de Nazaret como el Siervo Sufriente, el Varón de Dolores; el Mesías de Israel.
La Lectura de la Epístola (1 Co 1:18-2:2) habla de Jesús crucificado, necedad “a los que se pierden”, como el verdadero centro de nuestra Fe. La lectura del Evangelio, un largo compendio tomado de Mateo, Lucas y Juan, simplemente narra todos los eventos asociados con la crucifixión y sepultura de Cristo.
Todas las lecturas se centran manifiestamente en el tema de la esperanza. Como Señor de la Gloria, la consumación del justo Job y el Mesías mismo, la humillación y la muerte no tendrán influencia sobre Jesús. Incluso el pesar maternal de María se transforma a la luz de tal esperanza:
Oh Cristo, Creador y Dios de toda la creación, cuando la que te dio a luz sin simiente te vio suspendido sobre un madero, exclamó con amargura: «¿Hijo mío, dónde se veló la belleza de tu apariencia? No soporto verte crucificado injustamente. Así que, apresúrate a levantarte, para que yo también vea tu Resurrección de entre los muertos al tercer día».
Cerca del final de las Vísperas, el sacerdote se reviste completamente con vestimentas oscuras. A la hora señalada, levanta de la mesa del altar la Sábana Santa, un gran icono que representa a Cristo yaciendo en el sepulcro. Acompañado por laicos y servidores selectos, se conforma una procesión y se porta la Sábana Santa a un sepulcro especialmente preparado en el centro de la iglesia. A medida que avanza la procesión, se canta el tropario:
El noble José, habiendo bajado tu purísimo cuerpo del madero, lo embalsamó con aromas, lo amortajó en una sábana y lo colocó en un sepulcro nuevo.
En éste último solemne momento de Vísperas, el tema de la esperanza resurge ─ésta vez con más fuerza y claridad que nunca. Mientras se doblan las rodillas y se inclinan las cabezas, y a menudo se derraman lágrimas, se entona un segundo tropario que espeta a través de éste triunfo del mal, hacia el nuevo día que está contenido en su mismo centro:
El ángel que estaba junto al sepulcro dijo a las mirróforas: «la mirra es para los muertos, pero Cristo está exento de la corrupción».
Una nueva Era está amaneciendo. Nuestra salvación está teniendo lugar. El que murió es el mismo que resucitará al tercer día, para “pisotear la muerte con la muerte”, y librarnos de la corrupción.
Por eso, al concluir las Vísperas del Viernes Santo, al término de éste largo día de tinieblas, cuando todo aparentemente ha terminado, brota nuestra eterna esperanza de salvación. Porque Cristo ciertamente es ajeno a la corrupción:
Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (1 Co 15:21-23)
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Evangelio según san Marcos 8:34-37)
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Great and Holy Friday. New York, Estados Unidos: OCA.
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