conmemorado el 23 de julio.
San Apolinar fue discípulo del Apóstol Pedro, a quien siguió desde Antioquía hasta Roma en algún momento durante el reinado del emperador romano Claudio (41-54). San Pedro nombró a Apolinar obispo de Rávena. Al arribar a Rávena como forastero, san Apolinar pidió refugio a un habitante local, el soldado Ireneo, y durante su conversación lo reveló el propósito por el cual se encontraba en tal sitio.
Ireneo tenía un hijo ciego, a quien san Apolinar sanó, tras orar al Señor. El soldado Ireneo y su familia fueron las primeras personas en Rávena en creer en Cristo. El Santo permaneció en casa de Ireneo y predicó a Cristo a todo aquel que deseaba escuchar sus palabras. Uno de los milagros que obró san Apolinar fue la curación de Thekla, la esposa irremediablemente enferma del tribuno. Por las oraciones del Santo, Thekla se levantó de su cama completamente sana. No solo ella creía en Cristo, sino también su marido, el tribuno. En su casa san Apolinar instaló una pequeña iglesia, donde había de celebrar la Divina Liturgia. San Apolinar ordenó dos presbíteros, Aderetus y Calocyrus, así como dos diáconos para los recién bautizados de Rávena.
San Apolinar laboró con gran celo, predicando el Evangelio en Rávena por doce años, y el número de cristianos aumentó constantemente. Los sacerdotes paganos se quejaron del obispo al gobernador Saturnino. El jerarca fue llevado a juicio y sometido al tormento. Pensando que había expirado, los torturadores lo sacaron de la ciudad hasta la costa y lo arrojaron al agua. El Santo, sin embargo, todavía estaba vivo. Cierta piadosa viuda cristiana lo ayudó y lo dio cobijo en su casa. San Apolinar permaneció con ella durante seis meses y en secreto continuó predicando acerca de Cristo. El paradero del Santo se descubrió cuando restauró la facultad de hablar a un ilustre vecino de la ciudad llamado Bonifacio, cuya esposa había pedido al Santo que lo ayudara.
Después de tal milagro muchos paganos se convirtieron a Cristo; una vez más san Apolinar fue juzgado y torturado. Sus pies descalzos fueron colocados sobre brasas al rojo vivo. Lo expulsaron de la ciudad por segunda vez, pero el Señor lo preservó con vida. El Santo no cesó de predicar hasta que salió de la ciudad. Durante un tiempo, san Apolinar se encontró en otra parte de Italia, donde continuó predicando el Evangelio como antes. Al regresar a su rebaño en Rávena, san Apolinar fue juzgado una vez más y condenado al destierro.
Con pesados grilletes, lo colocaron en un barco con destino a Iliria y el río Danubio. Dos soldados fueron los encargados de escoltarlo hasta su sitio de exilio. Tres de los clérigos siguieron voluntariamente a su obispo al exilio. En el camino, el barco naufragó y todos se ahogaron, excepto san Apolinar, su clero y los dos soldados. Los soldados, escuchando a san Apolinar, creyeron en el Señor y recibieron el Santo Bautismo. Al no encontrar refugio, los viajeros llegaron a Moisia en Tracia, donde san Apolinar curó de lepra a cierto ilustre habitante. Tanto él como sus compañeros recibieron refugio en la casa de éste hombre. En ésta tierra san Apolinar predicó incansablemente acerca de Cristo y convirtió a muchos de los paganos al cristianismo, por lo que fue objeto de la persecución de los incrédulos. Golpearon al Santo sin piedad, luego lo enviaron de regreso a Italia a bordo de un barco.
Después de una ausencia de tres años, san Apolinar regresó a Rávena y fue recibido con alegría por su rebaño. Los paganos, sin embargo, entraron en la iglesia donde el Santo celebraba la Divina Liturgia, dispersaron a los orantes y arrastraron al Santo ante los sacerdotes idólatras del templo pagano de Apolo. El ídolo cayó y se hizo añicos justo cuando introdujeron al Santo. Los sacerdotes paganos llevaron a san Apolinar ante Tauro, el nuevo gobernador del distrito, para que lo juzgaran. Apolinar obró un nuevo milagro, curando al hijo del gobernador, que había sido ciego de nacimiento. En agradecimiento por la curación de su hijo, Tauro trató de proteger a san Apolinar del enfurecido gentío. Lo envió a su propia hacienda fuera de la ciudad. Aunque la esposa e hijo de Tauro recibieron el Santo Bautismo, él, temiendo la ira del emperador, no recibió el Sacramento. Sin embargo, estaba lleno de gratitud y amor hacia su benefactor.
San Apolinar vivió durante cinco años en la hacienda de Tauro y predicó sin obstáculos. Durante éste tiempo, los sacerdotes paganos enviaron cartas de denuncia al emperador Vespasiano solicitando una sentencia de muerte o exilio para el “hechicero” cristiano Apolinar. Pero el emperador dijo a los sacerdotes paganos que los dioses eran lo suficientemente poderosos como para tomar venganza, si se sentían insultados. Toda la ira de los paganos cayó sobre san Apolinar: lo agarraron y lo golpearon ferozmente cuando salía de la ciudad hacia un asentamiento cercano. Los cristianos lo encontraron apenas con vida y lo llevaron al asentamiento, donde permaneció por siete días. Durante su última enfermedad el Santo no cesó de enseñar a su rebaño. Predijo que después de cesadas las persecuciones, los cristianos entrarían en tiempos mejores siendo capaces de confesar abierta y libremente su fe. Tras otorgar su bendición archipastoral a los presentes, el Hieromártir Apolinar durmió en el Señor. San Apolinar fue obispo de Rávena durante veintiocho años, hallando reposo en el año 75.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Hieromartyr Apollinaris, Bishop of Ravena. New York, Estados Unidos: OCA.
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