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Meditaciones Sobre La Natividad: Lectura número cinco.

Foto del escritor: monasteriodelasant6monasteriodelasant6

Cristo, Nuestra Verdadera Vida.

Padre Mateo el Pobre.

Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.

 


«He aquí que yo hago cosa nueva: presto saldrá á luz: ¿no la sabréis? Otra vez pondré camino en el desierto, y ríos en la soledad.» (2 Corintios 12:9)

 

 

Querido Padre,

¡Paz de Dios a vuestro espíritu, amado mío! Envío saludos a tu amada alma por la Natividad, fiesta con la que comenzamos nuestro nuevo año,  el año de la buena voluntad del Señor (cfr. Is 61:2). O, mejor dicho, comenzamos nuestra vida en Dios y la salvación eterna, una vida de la cual las Sagradas Escrituras hablan como una vida que ostenta cualidades espirituales. Tales cualidades no están sujetas a las influencias de éste siglo. Una vida así no recurre a la carne en busca de felicidad, porque, como está escrito en el evangelio según Juan: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19), y “Gloria de los hombres no recibo” (Jn 5:41).

 

Aunque Cristo vivió Su vida en la tierra en un cuerpo que tenía todas las facultades de la existencia corporal y estaba sujeto a todas las influencias temporales, Él demostró que, sin embargo, por Su resurrección, no había sido ni de la carne ni para la carne. Era una vida divina que se manifestó en la carne, como está escrito “la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó… la cual hemos oído, la cual hemos visto con nuestros ojos… la cual hemos contemplado, y palpado nuestras manos” (cfr. 1 Jn 1:2).

 

Éste misterio divino de múltiples poderes y profundidad comenzó simplemente en Belén cual si fuera natural. Aún así, su admiración y portento fueron revelados el día del Bautismo en el río Jordán, cuando con certeza se hizo saber que el Niño nacido en Belén era la eterna Vida encarnada que se hizo carne. Ésto ocurrió según la complacencia del Padre en la hipóstasis del Hijo que se hizo hombre. Por ésta razón, la sabia Iglesia primitiva solía celebrar la Natividad y la Epifanía en el mismo día, porque la Epifanía era considerada la manifestación del nacimiento eterno que se ha revelado en el nacimiento corpóreo de Cristo, al punto que no podemos separar el uno del otro.

 

Exactamente del mismo modo, comenzamos nuestra vida divina, que es vida verdadera y eterna, con el bautismo. En el bautismo recibimos el Espíritu de Cristo, es decir, el Espíritu del Hijo, o, para ser más precisos, el Espíritu del Padre que procede de Sí en el Hijo (cfr. Jn 15:26). Él nos hace nacer una vez más, en vida nueva (cfr. Rm 6:4). O, más bien, Él nos hace nacer de nuevo de Dios. La vida eterna comienza así a fluir y crecer místicamente en lo más profundo de nuestro interior. En adelante, comenzamos a vivir una vida eterna con Cristo en Dios que trasciende todas las influencias de éste siglo junto con todas las imperfecciones y debilidades de la carne.

 

Ésto aumenta la lucidez y la cercanía de nuestra vida eterna a su esencia divina, que es capaz de abolir por completo muerte y corrupción. Eventualmente, la esencia espiritual de nuestra vida se transfigurará en todo su esplendor y perfección divinos. Sólo entonces toda lengua clamará de gozo por la gran misericordia de Dios en Cristo, que ha subsanado todas nuestras debilidades, sufrimientos y lágrimas y los ha reemplazado con gozo, júbilo, consuelo y contento.

 

¡Hasta más ver!

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