La Natividad Como Fiesta Del Extrañamiento.
Padre Mateo el Pobre.
Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.
«Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis apretura; mas confiad, yo he vencido al mundo.» (Juan 16:33)
Amado mío,
Así como misericordia y verdad se encontraron y justicia y paz se besaron (cfr. Sal 84:10) en la persona del Señor Jesús, Quien resplandeció para nosotros desde la tierra y descendió a nosotros desde los Cielos, así también el alma mía está deseosa de encontrar tu alma, amado mío.
Cantemos juntos en paz y sencillez lo que los ángeles cantaron con gran gozo en aquel día glorioso, trayendo buenas nuevas a toda la tierra acerca de los indecibles paz y gozo que vinieron a la tierra y que lengua humana ninguna puede expresar.
Anhelaba escribirte en ésta fiesta como un peregrino en la tierra que ha probado el extrañamiento. Me aproximé más que muchos otros a su sentido oculto por el cual las personas espirituales viven como extranjeros y peregrinos en busca de una patria mejor, ésto es, celestial (cfr. Heb 11:16). Ésto es especialmente cierto porque la Natividad es la fiesta del extrañamiento y de los extranjeros.
Lo primero que sufrió el Señor Jesús en la tierra fue el extrañamiento, acaso deba el extrañamiento considerarse una forma de sufrimiento. Sin duda es así en un sentido, porque “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn 1:11). El Señor Jesús nació como un extraño, aún para Su madre y el desposado de Su madre, porque estaban asombrados de todo cuanto se decía de Él. Su nacimiento fue atípico y misterioso todo cuanto rodeó Su nacimiento. Cuando Él nació, sus padres se encontraban viajando, por tal razón nació en tierra extranjera. Aun cuando era la tierra de sus antecesores, no encontraron sitio en casa ninguna y su madre lo recostó en un pesebre de vacas, por lo que pernoctó como un extraño huésped aún para el mundo animal. No hay duda de que tales cosas no sucedieron por coincidencia ni en vano, pero debe haber tales misterios, sabiduría y divina enseñanza detrás de ellas, que las debemos prestar atención.
El creativo Creador del universo nació como un extraño en la tierra. ¿Por qué? Debido a que el extrañamiento es comportamiento del peregrino, el extraño está siempre dispuesto a partir, su corazón está siempre apegado a su patria y su rostro está fijo en todo momento hacia su destino. No puede dejarse disuadir por un enemigo ni tampoco por un amigo, especialmente si es consciente de la certeza de su patria y de las glorias que allí lo esperan.
Indudablemente, el Señor Jesús estaba consciente de Su patria. Por eso expresó a sus discípulos: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo” (Jn 14:28). Cual si deseara decirles: “Alegraos conmigo, porque volveré al seno del Padre, de donde salí, para ser glorificado con la gloria que tengo con el Padre antes de la fundación del mundo”.
Si no fuera por el extrañamiento del Señor Jesús en tierra, Su mensaje salvador se habría perdido para nosotros los humanos ─acaso nos fuera dado hacer tal suposición─, porque fue Su extrañamiento lo que Lo hizo negarse a establecer un reino terrenal a pesar de que ciertamente era capaz de hacerlo. Su extrañamiento Lo hizo no buscar la gloria del mundo, ni buscar un lugar donde reclinar la cabeza, ni esperar que todos Lo entendieran o aceptaran, porque “No todos pueden recibir esta palabra, sino aquellos a quienes es dado” (Mt 19:11).
El extranjero debe poseer métodos distintos a los de aquellos otros que no son de su tierra natal. Ésta desemejanza suscitará ciertamente una aversión que puede llegar a la hostilidad. Por eso el Señor nos dice: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn 15:19). Él nos advierte, ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!” (Lc 6:26). ¿Por qué? Porque eso significa que, en nuestros caminos, no somos ya extraños a los del mundo, nos hemos conformado a su modo de vida, pensamos como él piensa, seguimos sus caminos y aspiramos a sus propósitos. De ésta manera perdemos nuestro propio objetivo y ahora corremos el peligro de perder nuestra auténtica patria.
Si experimentamos extrañamiento de nuestra patria terrenal y encontramos, en nuestro exilio, el consuelo que buscamos, los principios en los que descansamos y la prosperidad que esperamos, quedaremos expuestos al peligro de ignorar las aspiraciones que viven en el corazón de nuestros conciudadanos. De cierto, todos estamos expuestos a tal peligro.
Por lo tanto, se hace necesario que aquellos que están lejos de su patria celestial velen por su corazón en todo tiempo en orden a preservar su inextinguible anhelo hacia su país de origen. Deben seguir encendiendo continuamente el fuego de anhelo tal y jamás cesar hasta ver éste fuego convirtiéndose en una luz que no se puede ocultar debajo de un almud (cfr. Mt 5:15), luz en la cual han de caminar y muchos los han de seguir. Mas, sin embargo, son extraños cuyo extrañamiento no ha terminado, porque son peregrinos que viajan a su patria, pero su extrañamiento ha de terminar y a su patrian han de retornar.
Éste es el mensaje del Señor Jesús, Quien vino a arrojar fuego en la tierra y cuyo solo deseo es encenderlo (cfr. Lc 12:49). Vino a poner al hijo contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Tal como leemos en el Evangelio según San Mateo, “los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt 10:36). Ésto es extrañamiento.
Todo lo que hizo el Señor Jesús fue establecer un Reino celestial en la tierra. ¡Y qué gran abismo entre el Cielo y la tierra! De ahí el extrañamiento de los que viven en la tierra como ciudadanos del Reino de los Cielos, ya que la tierra no es suya y el Cielo es su destino, y su verdadero Padre está en el Cielo. Él, Quien los llamó allí, ha venido a ellos desde el Cielo. “Contemplamos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Les robó su corazón, deslumbró sus ojos y se apoderó de su entero ser. Cuando fue levantado de ellos, los atrajo consigo, y no pudieron soportar estar separados de él. Entonces comenzaron a vivir con Él en sus corazones, buscando las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (cfr. Col. 3:1). Sus almas en la tierra anhelan dejar éste cuerpo para establecerse con el Señor.
¡Cuán magnífico es el extrañamiento que el Señor estableció con Su nacimiento en la tierra! Si lo comprendiéramos bien, podríamos predicar el extrañamiento en nuestra vida y en nuestra muerte, en nuestro entrar y salir, porque los signos del extrañamiento de éste mundo ─si se hacen manifiestos sobre nosotros─ son la más grande evidencia en nosotros y la forma más fuerte de predicar que no somos de éste mundo y que somos hijos del Reino.
Ahora, como vuestro compañero en el extrañamiento de ésta tierra, os invito a regocijarnos juntos en nuestro Dios, Quien ha peregrinado por amor a nosotros, para llamarnos a la Tierra Prometida. Él nos guiará hasta allí y así nos permitirá pasar por el Mar Rojo del pecado y el desierto de éste mundo. Él derrotará por nuestro bien a nuestros poderosos y obstinados enemigos; Él nos permitirá vencer a quienes nos afligen y poseer una tierra que nuestras manos no han cultivado. Comeremos entonces los frutos de viñas que no plantamos, moraremos en casas que no edificamos, y viviremos en una ciudad cuyos muros son la verdad y cuyas puertas son la justicia, cuyo sol es Cristo y cuyos gozos son sempiternos.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesús Cristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, a Él sea la gloria en la Iglesia por los siglos de los siglos.
Commenti