Nuestro Pan Eucarístico Ha Nacido Hoy En Belén.
Padre Mateo el Pobre.
Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.
«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» (Hebreos 4:16)
Querido Padre,
¡Paz de Dios a vuestra amada alma!
Es mi deseo enviarlos saludos de Natividad que difundan el agradable aroma de una oblación que es la más pura y sagrada oblación que el hombre haya conocido. Hoy, el altar de los panes de la proposición ha sido anulado. En vez del tibio pan que el sacerdote presentara sobre el altar, que rápidamente se enfriaba y si acaso se lo descuidaba por un momento se habría podrido, hoy ha nacido el Cuerpo que aviva el fuego de Dios en los corazones fríos. El Cuerpo convierte nuestros gélidos corazones en un horno de amor que no cesa de arder sino hasta haber consumido todos los pecados del hombre. Éste Pan arde con la divinidad que ha vencido el frío de la muerte, resucitando el cuerpo de vuelta a la vida, y continúa resucitando a quienquiera que escuche la voz de Cristo desde el sepulcro.
Nuestro Pan Eucarístico ha nacido hoy en Belén, el Pan vivo que descendió del Cielo y fue sellado por Dios. En todo aquel que lo come permanece la impronta del sello del Espíritu, y así se convierte en sacrificio vivo y aceptable ofrenda.
En tiempos antiguos, sólo aquellos que ostentaban títulos sacerdotales comían el pan de la proposición. Hoy, sin embargo, Cristo se ha convertido en alimento común para todos porque Él es capaz de hacer de todos sacerdotes del Dios vivo. Por tanto, la oblación de Cristo se ha convertido en una nueva unción, un cuerno de aceite que unge el corazón con gozo y corona el espíritu con una corona que lleva las palabras: “Lo Santo al Señor”.
Hoy, el Espíritu Santo ha formado de María “una medida de masa de humanidad”. La santificó y tomó de ella un trozo de masa que el Hijo escogió como suya, la unificó con su divinidad y la entregó a los hijos de los pecadores para ser elevada como ofrenda por ellos, a pesar de ellos, en la Cruz. María la sabia guardó el secreto de éste Pan hasta que llegó el día de su ofrecimiento. Poco antes del tiempo señalado, ella le dijo: “¡Revélate!” (cfr. Juan 2).
Hoy nos reunimos alrededor del pesebre para regocijarnos por el Pan de nuestra vida (cfr. Jn 6:48). Él es la fuerza de nuestro sacerdocio a través del cual hemos obtenido audacia y confianza para acceder al trono de Dios.
¡Adiós!
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