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Meditaciones Sobre La Natividad: Lectura número quince.

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El Regocijo Que Cristo Vino A Traer A La Tierra.

Padre Mateo el Pobre.

Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.



«¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.» (Filipenses 1:18)

 

 

Queridos Hermanos,

El Profeta Isaías enseñó: “¡Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas!” (Is 45:15). Éste versículo no sólo ha llamado mi atención o mi razón, sino también mi propia existencia. De hecho, arribé a la misma conclusión que Isaías, pero me pregunto cómo el profeta Isaías, que vio al Señor en una visión, dijo: “¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo un hombre de impuros labios, que habita en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Yave Sebaot” (Is 6:5), y más tarde dijo: “¡Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas!” (Is 45:15). También percibí a Dios así, comprendí que estaba oculto, aunque aventajé al Profeta Isaías porque conozco al Señor Jesús y vivo en el Nuevo Testamento y por tanto lo he visto con la fe de mi corazón. Pero a pesar de ésto, admito que Él permanece un Dios oculto.

 

Han oído a los ángeles regocijarse en el cielo, que fueron vistos en clara visión por pastores, que no eran anacoretas, ni eremitas, ni santos, ni presbíteros. Eran pastores que moraban el desierto guardando la vigilia de la noche cerca del pueblo de Belén. Entonces, de pronto apareció con el ángel portador de la buena nueva una multitud de huestes celestiales, alabando con voz clara y audible, voz registrada por la humanidad, asombrosa y milagrosamente, tal como la tenemos registrada en éste tiempo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc 2:14).

 

A pesar de todo ésto, aún digo que Jesús permaneció un Dios oculto. Jesús creció y se hizo adulto. Entonces, séame concedido, por ahora, omitir Belén ─aunque ésta noche toda mi atención debiera centrarse en Belén─ y estar de pie con Jesús en el río Jordán. Veremos no ángeles ni arcángeles, sino el Cielo abierto y el Espíritu Santo descendiendo corpóreamente semejante a una paloma y una voz no de ángeles, sino una voz de la excelsa gloria, la voz misma del Padre, expresando: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” o en otra parte, “en ti tengo complacencia”, como dejó testimonio San Lucas Evangelista. Séame concedido ir también más allá del Bautismo y ascender al Monte de la Transfiguración. Una vez más veo el Cielo convirtiéndose en tierra, la tierra convirtiéndose en Cielo, y a los discípulos Pedro, Santiago y Juan. Es una visión de los profetas presenciada por aquellos discípulos que registraron para nosotros cómo el Señor fue transfigurado, no como un profeta sino más grande que un profeta. Su rostro relucía como el sol e incluso Sus atavíos se hicieron como la luz. A pesar de ello, empero, confieso que Jesús permaneció y permanecerá el Dios oculto.

 

Ésta noche todos los cristianos celebran la Natividad. ¡Ojalá nos fuera concedida la visión para comprender el gran gozo que se extiende sobre la tierra entera ésta noche! Iglesias y más iglesias se regocijan y glorifican, y pueblos, naciones y lenguas de toda clase se regocijan y glorifican, y sin embargo yo digo: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel”. A pesar del gozo de la humanidad, a pesar de la voz de los ángeles, de la voz del Padre que fue escuchada tres veces, del Cielo hablando con una voz audible y escuchable por la humanidad, Él permaneció un Dios oculto.

 

La humanidad no ha respondido de verdadera manera a la voz del Cielo, ni a la Transfiguración del Señor, ni a la voz del mismo Dios Padre, que dijo en la Transfiguración: “A Él oíd”, y en el Jordán cuando dijo: “en ti tengo complacencia”. A pesar de tan impresionantes revelaciones, y aunque Cristo mismo dice acerca de Juan el Bautista que “Juan el Bautista dio testimonio de Él”, encontramos a Juan enviando a Jesús a sus discípulos preguntándose: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mt 11:3). Y en cuanto a los discípulos Pedro, Santiago y Juan, que presenciaron la Transfiguración en el monte y todo lo que es transfigurado en Cristo, descubrirán más tarde que Pedro negó a Cristo, Juan estuvo de lejos a la Cruz y de no haber sido por la presencia de la Virgen, aún Juan podría haber huido. La humanidad no ha respondido adecuadamente.

 

Entonces, ¿qué es ésta alegría en la Natividad? Hay vanas alegrías ─alegrías superficiales e irreales. Si miramos detenidamente a los que están contentos, veremos que tienen el estómago lleno, “cómodos cual bicho”, con el bolsillo lleno de dinero, probablemente hayan conseguido un ascenso reciente. En resumen, les va bien, ya sean empleados o presbíteros, ya sean servidores de la iglesia o aún los más pobres entre los pobres. Busca a la persona más pobre en cualquier iglesia el día de la fiesta y pregúntale: “¿Tienes el estómago lleno?”. Él responderá: “Sí, gracias a Dios”. Vayan y busquen al hambriento; ¡no los hallaremos en la iglesia! Busca al desnudo; ¡No los encontraremos en la iglesia! Busquen a los cansados y afligidos; ¡no los hallaremos en la iglesia! A aquellos que han sido traicionados por el mundo y que han sido oprimidos por sus semejantes, los encontraréis cansados y gimiendo, incapaces de regocijarse.

 

Cristo nació en Belén y el Cielo se regocijó; ahora celebramos el nacimiento de Cristo en la tierra en todas partes y nos regocijamos por Él. Pero, en verdad, Cristo permaneció un Dios oculto. En todos quienes se regocijan en la tierra, no podemos experimentar al Cristo recién nacido, porque todo gozo es meramente aparente, saliendo de corazones que han comido y están saciados. Se regocijan por la abundancia de comida y la saciedad. Me pregunto ¿hay un corazón quebrantado que se regocije? Si lo hay, entonces se trata de un testigo de la Natividad, porque ha recibido una revelación del Dios de Israel. De cierto, no podemos decir que nuestras alabanzas ésta noche son verdaderas alabanzas a menos que podamos ofrecerlas en tiempos de mayor necesidad y angustia.

 

Uno de los monjes me preguntó: “Padre, usted dice en uno de sus escritos que seremos afligidos por dificultades y necesidad. ¿Cuál es el significado de 'necesidad'?”. Me reí para mis adentros. Actualmente no nos aflige la necesidad, porque la necesidad significa hambre, sed, no hallar ropa para cubrirse o calentarse. Éste monje deseaba que suprimiera la palabra “necesidad” porque le resulta incomprensible y no puede tolerarla.

 

Honestamente, no soy capaz de decir que nuestras alabanzas de ésta noche sean alabanzas genuinas, aunque todos ustedes cantaron alabanzas en el ambón, no puedo decir que hayan alabado a menos que hayan penetrado en la angustia y hayan probado la necesidad, la dificultad y el dolor. Sólo entonces se regocijarán de verdad, darán gracias y luego alabarán. A aquellos de ustedes que han experimentado lo anterior, puedo decirles que el Dios de Israel no permanece oculto, sino que se ha revelado.

 

En cuanto a aquellos que alaban armónicamente al son de la música y de todos los instrumentos de los coros de todas las iglesias del mundo, no puedo decir que sea una real alabanza, o un real regocijo, ni siquiera un eco de las voces de los ángeles que nos enseñaran la alabanza de la Natividad. Cada iglesia en ésta hora alaba diciendo, “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”. Pero ¿qué es ésta glorificación de Dios, éste sentimiento de paz en la tierra de la miseria, ésta alegría sentida en los corazones tristes y sufrientes? Ésta alabanza es genuina y sincera cuando podemos decirla en nuestras penas, dolores, aflicciones y necesidades. Pero si estamos satisfechos y tibios, es difícil para mí y para Cristo que nació en Belén, decir que ésto es verdadera alabanza.

 

De hecho, el mundo entero está lejos todavía de la verdad de la Natividad porque la verdad de Su nacimiento permanece oculta al mundo entero. Ésto se debe a que, en verdad, como les dije por mi experiencia, en mi vida sentí y creí en el versículo del profeta Isaías que Dios es un “Dios oculto”. En los años de mi vida aprendí a alabar a Dios desde lo más profundo de mi corazón y a alabar con toda valentía. Cuando experimenté tribulación, mi lengua tropezaba, y de mi lengua salía a trompicones la alabanza ─si salía─ teñida de llanto, por causa de mi dolor. No me refiero necesariamente a los sufrimientos causados por una persona, quienquiera que sea, sino a las tribulaciones del alma que el Espíritu Santo impulsa sobre nosotros para endurecernos y fortalecernos.

 

Ésto es lo que aprendí de mis experiencias, en particular de una experiencia que a menudo me hizo sentir atrapado dentro de mí mismo. Cuando sentía en mí que estaba en un período de abandono y creía que el Señor me había dejado ─aunque mi pensamiento ciertamente estaba errado─, me era muy difícil alabar, y mi lengua tropezaba y no podía regocijarme, y los elogios matutinos que tanto amaba se tornaron sin sentido en mi lengua. En aquellos días de angustia, cuando comenzaba a cantar la alabanza que solía cantar incansablemente todos los días al amanecer, Piouoini entafmi (Oh Luz Verdadera), mi lengua se silenció y encontré que las lágrimas precedían a mi lengua. Mi alabanza hacia Él no poseía acción de gracias, sino sólo gemidos y lágrimas. Por fin entendí que mi elogio anterior era el elogio de la saciedad, era el elogio de la audacia y no genuino elogio. Tuve la certeza de que el Señor se oponía a mí porque a Él no le agradaba que, en momentos de dificultad y dolor, mi lengua permaneciera retenida para la alabanza y la glorificación.

 

Amados míos, hermanos, no estoy predicando ahora, porque hablo a partir de años de experiencia, lágrimas y tribulaciones. Ésta no es una homilía. Puedo transmitir mi experiencia enseñando que, si no puedes glorificar a Dios en las alturas en el momento de tu angustia, no podrás sentir paz mientras la tierra tiembla bajo tus pies. Y si los es imposible sentir gozo en los momentos de angustia, Cristo aún no ha nacido para ustedes ni se ha aparecido ante ustedes todavía, y el Dios de Israel permanece oculto para ustedes.

 

Sin embargo, el día en que su lengua sea librada del sentimiento de tristeza a causa de sus circunstancias y tribulaciones, prorrumpiendo en alabanza a Dios en las alturas, cuando sientan que la paz llena su corazón no obstante las dificultades y cuando sientan alegría estando entre las personas para quienes no son de su agrado, entonces ésta alegría que sienten y ésta alabanza que cantan será la misma alegría y alabanza de los ángeles en la Natividad.

 

Hermanos, los comunico mi experiencia, un sumario de una vida entera, y no una predicación. Cuando los ángeles enseñaron a los pastores la alabanza y glorificación de los coros celestiales, los enseñaron a medianoche, y pasada la mitad de la noche brilló una luz, lo que significa que yacían en tinieblas. Se sabe, según la tradición, que Cristo nació a medianoche, y la visión se reveló en medio del dolor y del frío, no en tiempos de alegría, sino en tiempos de angustia. La alabanza de la Natividad aún permanece oculta, con todo, muchos la cantan en sus lenguas, mas no pueden sopesar la profundidad de sus palabras.

 

Cuando glorificamos a Dios en verdad, ¿cuál es el significado de glorificación? Glorificamos a Dios, es decir, lo elevamos y exaltamos. Dios es glorificado y Él es el Padre de la gloria, en cuanto que Él es el Todopoderoso que puede elevar a toda criatura hacia Él. Cuando glorificamos a Dios, debemos elevar nuestra naturaleza débil a lo más alto con alabanza y glorificación. No podemos glorificar a Dios si permanecemos en un estado de descorazonamiento y a menos que hallemos un estado de ascensión interior, de ascensión mental, un estado de transfiguración, elevación interior y calidez espiritual. No podemos glorificar verdaderamente a Dios a menos que hayamos sido elevados en nuestro ser interior para que ésta elevación interior se convierta en consumación de la gloria de Dios porque Dios es glorioso, elevado, exaltado; es decir, Él puede levantar a los desvalidos y a lo humilde y a los humildes. Por lo tanto, cuando sentimos nuestro estado de humildad, podemos, en la tibieza de ésta humildad y de ésta pobreza de espíritu, elevar nuestro ser entero alabando a Dios ─ésta es genuina y verdadera alabanza. No puedes glorificar a Dios cuando permaneces en un estado de jactancia, orgullo o vanagloria. Más bien, puedes glorificar a Dios en su humildad y su pobreza cuando sientes que tu ser entero es elevado como sacrificio ante Dios. Ésto es dar gloria a Dios.

 

Muchos preguntan ¿qué significa darle gloria a Dios? ¿Cómo es posible que una persona dé gloria a Dios? ¡Dios da gloria y yo, asimismo, doy gloria! Doy gloria a Dios con todo mi ser cuando me levanto del polvo, del estercolero, del vertedero del pecado, del polvo del instinto animal. Luego, levanto mi corazón con la calidez de mi espíritu para alabar a mi Dios en el Cielo. Ésta elevación es, más allá de toda duda, una glorificación de Dios. Es una revelación y un testimonio de que Dios puede levantar del estercolero y permitir que tomemos asiento con los príncipes. Cuando elevo mi corazón con mi íntima alabanza en cualquier tiempo, ésto es la glorificación de Dios.

 

¿Y qué es la paz en la tierra? La Tierra no fue ni será jamás un hogar de paz. Pero se hizo tal cuando entró en contacto y su faz tocó el cuerpo del Señor Jesucristo dispuesto en el pesebre de las bestias en la cueva de Belén. Entonces, necesariamente vino la paz a la tierra. Cuando nos hallamos en labor y angustia, y Cristo nace verdaderamente en nuestra vida y en nuestro corazón, entonces contemplamos, continua e incesantemente en nuestro corazón, Su milagroso alumbramiento, así como Su encarnación en nosotros, de la cual participamos místicamente en todo tiempo. Cuando sentimos que el Señor está en contacto con nosotros, sin duda habrá entonces paz en la tierra. Sin importar cuán difíciles y duras sean las circunstancias, si verdaderamente somos capaces de comprender espiritualmente el nacimiento de Cristo, sentiremos paz. Ésto es paz: cuando la tierra se sacude y se estremece bajo mis pies, siento paz porque el Señor está conmigo y Él está en mi ser. Siento tranquilidad porque el Señor bajó a la tierra y la bendijo.

 

Una vez los demonios se aparecieron ante un monje y lo despertaron de su sueño, y escuchó el sonido de una trompeta de guerra. Entonces salió a mirar por la ventana y dijo: “¿Qué es ésto? ¿Es la guerra?”. Satanás respondió: “Sí, oh monje, es guerra. ¡O luchas o renuncias a tu arma!” Ésta es una historia alegórica. El monje, el ermitaño y cualquier persona que se ha retirado del mundo está en constante guerra con las fuerzas de las tinieblas que son capaces de sacudir tierra y aire en derredor tuyo y perturbarte de una manera artera, sin razón, tornando a tu alma trastornada y profundamente angustiada. Ésto sucede si Cristo no resucita en su ser y no sienten Su verdadero nacimiento y Su contacto con ésta tierra. En tal caso, experimentarás fatiga y miseria. Mas cuando sientes ésta paz, cuando sientes el nacimiento de Cristo, todos éstos dolores se vuelven como humo, como cuando lees en la literatura ascética que el monje hace la señal de la cruz y dice: “Que el Señor te reprenda, Satanás”, y Satanás se vuelve como humo.

 

De cierto, no podemos sentir paz en ésta tierra, la tierra de la miseria, a menos que tengamos al Príncipe de la Paz con nosotros y a menos que nuestros ojos estén enfocados, no en una noción teológica que reza que Él se encarnó y descendió a la tierra, sino en la viva e inquebrantable verdad de que Cristo Dios entró en contacto con nuestra tierra eternamente. De ahí que hasta éste día la tierra sea llamada “el escabel de Sus pies”. Cuando sintamos ésto y estemos apegados a Él, tendremos paz en ésta tierra.

 

En cuanto al regocijo, muchas personas se imaginan que se regocijan, aunque no lo estén. Hermanos, el regocijo no es fruto de la satisfacción, ni siquiera de la satisfacción espiritual. Amados míos, éste no es el regocijo que Cristo vino a traer a la tierra. Cuando oras o intercedes por otros en oración y sientes regocijo, éste no es el regocijo que Cristo vino a traer a la tierra. Ni cuando ayunas y sientes tu garganta seca, tu estómago enteramente vacío, tu saliva amarga y seca y de tu boca emana un olor desagradable, y luego te alegras porque ofreces el ayuno como sacrificio a Dios. Más aún, ni cuando se vive en una comunidad con hermanos buenos y agradables que se aman, se bendicen, se asisten y apoyan en todo momento y en toda ocasión, y entonces dices: “¡Dios mío! ¡Qué suerte tengo!” y te regocijas. Éste tampoco es el regocijo que Cristo vino a traer a la tierra. Por último, tampoco cuando estás en un éxtasis espiritual después de una visión divina, incluso si es el Señor Dios mismo, de modo que tu corazón se llena de alegría. Éste no es el regocijo que Cristo vino a dar.

 

El regocijo que los ángeles anunciaron el día del nacimiento del Señor es el regocijo que puede prevalecer sobre el dolor, el regocijo que puede nacer en lo más profundo de la tristeza humana; de tal regocijo es que hablo. El día en que te encuentres en un estrés y desconsuelo insoportables, en medio de una profunda tristeza, y sientas regocijo interior y encuentres consuelo, debes saber que éste es el regocijo que Cristo vino a traer. Es un raro regocijo. Ninguna criatura, ni satisfacción, ni gracia, ni talento lo puede dar, sino el mismo Señor Jesucristo, porque nació en el desconsuelo de la tierra y en el corazón de sus dolores y pecados. Cuando aún éramos pecadores, Cristo nació y murió por nosotros (cfr. Rm 5:8). Es decir, Cristo nació en lo más profundo del dolor, en lo más profundo de la muerte y en lo más profundo del sufrimiento humano. Entonces, cuando los ángeles en el Cielo anunciaron el regocijo que había en la tierra en el día del nacimiento de Cristo, éste era un regocijo extremadamente precioso para la tierra, porque no podría existir sin Su nacimiento, sin Su presencia. Cuando Cristo es nacido en medio de nuestros dolores y angustias, en medio de nuestra sequedad y frialdad, es nacido el regocijo. Éste es el regocijo que anunciaron los ángeles: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.

 

Hermanos, vivimos en los dominios del versículo: “¡Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel!”. Experimentamos en nuestra pequeña comunidad la profundidad de éste ocultamiento. Nuestra vida está escondida en Cristo y no tiene apariencias, y nada es más evidente que ésto que nuestra vida espiritual crece sin apariencias externas, sin títulos, ni cargos, ni prestigio. Nuestra vida crece ocultamente, lejos de las apariencias de vanos regocijos. Más allá del mundo que nos distrae, crecemos, recorriendo la larga distancia de nuestra vida, encarando poco a poco la eternidad.

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