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Meditaciones Sobre La Natividad: Lectura número siete.

Foto del escritor: monasteriodelasant6monasteriodelasant6

El Don De La Humildad De Cristo.

Padre Mateo el Pobre.

Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.

 


«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.» (Filipenses 2:5-7)

 

 

Querido Padre,

¡Paz de Dios a vuestro espíritu, amado mío! Es mi deseo enviarlo saludos navideños plenos de amor y humildad, los cuales se encarnasen en el momento de la Natividad como dos nuevas potestades infundidas en nuestro mundo, presentes en nuestra propia naturaleza una vez que se los aceptó voluntariamente.

 

Bendito el Padre que nos reveló su amor, haciendo manifiesta su humildad en la persona de Cristo Jesús. Porque no es sólo a través de la revelación que nos dio a conocer el misterio que abrigaba en su corazón para nosotros, sino, asimismo, por medio del envío de su amado Hijo unigénito. El Señor Jesús no fue enviado, a lo sumo, para revelar personalmente el amor de su Padre para con nosotros, ni tampoco solamente para revelar ante nosotros el misterio de aquella humildad Suya que aceptó para consumar nuestra propia salvación, sino juntamente para ofrecernos el amor mismo del Padre en forma encarnada y tangible ─a fin de ofrecernos el misterio de Su humildad como potestad que reside en nosotros y que garantiza enteramente nuestra salvación.

 

Ni el ofrecimiento de amor ni tampoco el don de la humildad en Cristo pueden ser reconocidos sin Él ni pueden ser adquiridos separadamente uno del otro en Su persona viva, ni siquiera por un solo momento ni por un abrir y cerrar de ojos. Porque el amor que nos ofrece Cristo es el Espíritu del Padre en Él derramado, y la humildad que Cristo nos ofrece no es sino Su cuerpo injuriado, azotado, herido, exánime pero vivo.

 

¿Qué podemos ver en Belén sino un amor puro envuelto en una humildad asombrosa, y una madre que, absorta en el Espíritu, sólo puede sentir en los dolores de parto a los ángeles subiendo y bajando entre cielo y tierra, mientras su cuerpo extenuado yace sobre el heno de un pesebre? El Infante es su hijo propio, Quien ostenta toda cualidad humana junto con la humana naturaleza. Aún, Él es el mismo Hijo Eterno que está en el seno del Padre (cfr. Jn 1:18). Él fue hecho carne para hacer converger en Sí mismo todo lo que pertenece al Padre y a la humanidad.

 

¿Qué vemos hoy en Belén además de una presencia divina cuyo contenido es el amor, cuyo medio es la humildad y cuyo fin es la salvación? Somos objeto de ese amor, nuestra naturaleza es el instrumento a través del cual se revela esa humildad, y nuestro pecado, humillación y pobreza son el tablado sobre el cual tiene lugar la acción de la salvación.

 

Hoy somos el objeto de Belén.

 

Celebramos la fiesta del amor Paternal, anunciamos la bienaventuranza de nuestra pobre naturaleza humana convertida en tabernáculo de la divinidad y nos regocijamos en la salvación que se ha hecho nuestra.

 

¡Adiós!

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