«CONFESION QUE CONDUCE AL HOMBRE INTERIOR A LA HUMILDAD», RELATOS DE UN PEREGRINO RUSO.
4. Estoy lleno de orgullo y de sensual amor por mí mismo. Todas mis acciones lo confirman. Viendo algo bueno en mí mismo, quiero mostrarlo o enorgullecerme de ello ante otra gente, o admirarme yo mismo interiormente por ello. Si bien revelo una humildad exterior, con todo la atribuyo por entero a mis propias fuerzas y me considero superior a los demás, o por lo menos no peor que ellos. Si yo observo en mi una falta, trato de excusarla, y la disimulo diciendo: “Estoy hecho así”, o “no es mía la culpa”. Me enfurezco con los que no me tratan con respeto y los considero incapaces de apreciar la valía de las personas. Voy jactándome de mis dotes, y tomo como un insulto personal mis tropiezos en cualquier empresa. Murmuro, y encuentro placer en el infortunio de mis enemigos. Si me empeño por algo bueno es sólo con el propósito de ganar admiración, o autocomplacencia espiritual, o consuelo mundano. En una palabra: Hago de mí continuamente un ídolo y le presto servicio ininterrumpidamente, buscando en todo el placer de los sentidos y el sustento para mis pasiones sensuales y mis apetitos.
Examinando todo esto, me veo arrogante, espurio, incrédulo, sin amor a Dios y con odio hacia mis semejantes. ¿Qué condición podría ser más culpable? La de los espíritus de las tinieblas es mejor que la mía. Ellos, aunque no aman a Dios, odian a los hombres y viven de orgullo, por lo menos creen y tiemblan. Pero en cuanto a mí, puede haber una condena más terrible que la que me espera? ¿Y qué sentencia de castigo será más severa que la que recaerá sobre la vida de indiferencia y de desatino que reconozco en mí?
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