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Meditaciones Sobre La Natividad: Lectura número treinta y nueve.

Foto del escritor: monasteriodelasant6monasteriodelasant6

EL “SÍ” DE LA HUMANIDAD A DIOS,

CLARK CARLTON.

 

«La Virgen María, en su pureza de corazón y su perfecta receptividad a la Voluntad de Dios, es el fundamento histórico de nuestra salvación tanto cuanto el cumplimiento del propósito de la humanidad.»

 

La Virgen Maria, sin embargo, no sólo se encuentra al término de un largo proceso histórico, sino que es, asimismo, la culminación del entero género humano y de la entera creación, “iLa creación toda se regocija en ti, oh llena de gracia!”. Un himno dice: “Él [Cristo] nació del Padre antes de la eternidad sin una madre, mas ahora, por amor a nosotros, Él vino de ti (la Virgen) sin un padre!”. En comentando éste himno, Paul Evdokimov ha escrito: “La analogía está claramente descrita: la maternidad de la Virgen se presenta como la figura humana de la paternidad de Dios. Si la paternidad es la categoria de la vida divina, la maternidad es la categoría religiosa de la vida humana” (El Sacramento del Amor, pp. 34-35).

La Virgen María es, por tanto, el icono perfecto de cómo la humanidad, si ha de ser verdaderamente humana, ha de responder a Dios. Para citar nuevamente a Evdokimov, “La Biblia exalta a la mujer como el instrumento de la receptividad espiritual en la naturaleza humana... su capacidad para recibir lo divino” (p. 35).

No es casualidad que en el Libro del Génesis esté escrito que Eva, y no Adán, fue la primera en comer del fruto prohibido. Si el hombre como sacerdote de la creación no ha sabido ofrecer el mundo a Dios en el amor, es porque ha fallado en su recibimiento de todo lo que Dios le ha dado en el amor. Éste es el desacierto del “principio femenino” de la humanidad, el desacierto de Eva. En la persona de la Theotokos, sin embargo, la humanidad se renueva, porque ella es la Nueva Eva, la perfecta respuesta del hombre a Dios.

En los servicios de la Fiesta de la Anunciación, muchos de los himnos ostentan la forma de un diálogo entre María y Gabriel. En el principio, María duda, temerosa de ser extraviada: “Tengo miedo. Temo ser engañada, como Eva fue engañada, y ser apartada de Dios”. Al final, sin embargo, se convence de la verdad de las palabras del Arcángel y se compromete con Dios: “He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra”. El “Sí” de María es la respuesta al “No” de Eva. A través de su plena recepción de Dios, Cristo nuestro verdadero Sumo Sacerdote vino al mundo para ofrecer la creación entera a Dios en un sacrificio de amor que todo lo abarca.

De éste modo, el “Sí” de María es el “Sí” de la humanidad entera a Dios. Uno de los himnos de la Natividad lo expresa así:

 

¿Qué podremos ofrecerte oh Cristo, que para nuestra salvación apareciste en la tierra como hombre? Toda criatura por Ti hecha Te ofrece gracias. Los ángeles Te ofrecen un himno, los cielos una estrella; los Magos, regalos; los pastores, su admiración; la tierra, su cueva, el desierto, el pesebre, y nosotros Te ofrecemos una Madre Virgen. (Menaion Festivo)

 

Si, por lo tanto, la Virgen es el fundamento histórico de nuestra salvación y, en efecto, cumple el propósito más fundamental de la humanidad entera, entonces Ella es digno modelo para nuestra propia vida. Nuestra tarea como cristianos ortodoxos es esforzarnos por responder a Dios en todos los sentidos tal cual hizo la Virgen Theotokos. El archimandrita George del Monte Athos escribe.

El hombre contemporáneo es engañado por el demonio y cree —como Adán y Eva antes— que su libertad se encuentra en su autonomía y en su rebelión contra Dios. Con tal actitud egoísta el hombre pierde la posibilidad de una verdadera comunión, no sólo con su Dios y Padre, sino igualmente con sus semejantes, y vive huérfano en una intolerable soledad, la cual experimenta como un vacio existencial (El Eros del Arrepentimiento, pp. 70-71).

Si deseamos encontrar nuestra verdadera libertad como personas creadas a imagen de Dios, debemos seguir el ejemplo de nuestra Santísima Señora y decir “Sí” a Dios en cada faceta de nuestra vida. “Conmemorando a nuestra Santísima, Purísima, bendita y gloriosa Señora, Madre de Dios y siempre Virgen María, junto con todos los santos, encomendémonos a nosotros mismos, los unos a los otros y nuestra vida entera, a Cristo nuestro Dios”. De modo tal, en nuestro interior seremos portadores de Cristo, como dice el Apóstol Pablo: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Ga 4:19).

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