EL “SÍ” DE LA HUMANIDAD A DIOS,
CLARK CARLTON.
«La Virgen María, en su pureza de corazón y su perfecta receptividad a la Voluntad de Dios, es el fundamento histórico de nuestra salvación tanto cuanto el cumplimiento del propósito de la humanidad.»
La confesión de María como Theotokos afirma la “dimensión humana” de nuestra salvación. El hombre fue creado a imagen de Dios. Ésto significa que se le dio la libertad, o bien de vivir su vida en el amor y comunión de Dios, o de negar su vocación divina y condenarse a sí mismo a un infierno egoísta de su propia hechura. Pese a que la imagen de Dios en el hombre ha sido penosamente oscurecida por la Caída, no ha desaparecido por entero. Aunque el hombre se encuentra esclavizado por el pecado y la muerte, conserva la capacidad ─si bien limitada─ de ofrecer su respuesta a Dios. Sin ésta capacidad sería imposible que el hombre se salve, pues la salvación es una participación libre y personal en la Vida de Dios. Dios no ha de salvar, de hecho, no puede salvar al hombre en contra de su voluntad. Sólo Dios puede salvar al hombre, pero el hombre debe querer ser salvo. Debe responder a Dios y entrar en la vida que Dios le ofrece.
Cuando la Iglesia confiesa a la Santísima Virgen como Madre de Dios, Ella está afirmando la libertad que posee el hombre para responder a Dios y dar acogida a la Vida que Él le ofrece. Al oír a algunos comentaristas protestantes hablar sobre la Encarnación, uno podría albergar la idea de que María no tuvo absolutamente nada que ver con eso. La implicación lógica de tal enfoque es que Dios simplemente “usó” a la Doncella como un instrumento inanimado.
La verdad es que la Virgen poseía la libertad de, dicho en el lenguaje moderno, “simplemente decir: ‘¡No!’”. Ella podría haber rechazado las buenas nuevas del Arcángel; podría haber rechazado el plan de Dios para la salvación de la humanidad. Sin embargo, Ella ─la única entre los hijos e hijas de Eva─ dijo “Sí” a Dios con tal pureza de corazón que se hizo vaso apto para contener al Dios incontenible. He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc 1:38). El “Sí” de María ─Su fiat─ es el fundamento de nuestra salvación. Para una mejor comprensión, consideremos las dimensiones históricas, cósmicas y éticas del “Sí” de la Virgen.
Hemos visto que el advenimiento de Cristo fue fruto de un largo proceso histórico. Dios preparó el mundo para la venida de Su Hijo al elegir a los hijos de Abraham como Su propio Pueblo. A Israel Dios le dio la Ley, el sacerdocio y los profetas. Por ende, Cristo ─el cumplimiento de la Ley, el sacerdocio y los profetas─ no puede ser separado de éste proceso histórico.
La Santísima Virgen María es la culminación de todo lo que Dios ha hecho a través de Israel para preparar al mundo para la venida de Su Hijo. Ella es la flor perfecta del plan de salvación de Dios, porque de su vientre inmaculado “floreció el Fruto de la Vida” ─¡Cristo, nuestro verdadero Dios!
Aquel que prometió a David tu antecesor que del fruto de su cuerpo Él pondría sobre el trono de su reino, es Él Quien te ha elegido a ti, única excelencia de Jacob, para ser Su morada espiritual.
Dios prometió a nuestro antecesor Abraham que en su simiente los gentiles serían bendecidos, oh purísima Señora, y hoy, por tu mediación, la promesa recibe su cumplimiento.
Las Sagradas Escrituras hablan místicamente de ti, oh Madre del Altísimo. Porque Jacob vio en los días antiguos la escalera que te prefiguraba, y dijo: “He aquí la escalera que hollará Dios” (cfr. Gn 28:12-17). Por tanto, como es justo, oyes el saludo: ¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo (Menaion Festivo).
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