Regocijaos Por El Divino Don Recibido.
Padre Mateo el Pobre.
Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.» (Isaías 9:6)
Querido Padre,
¡La Paz de Dios sea con tu espíritu, amado mío! Es mi deseo hacerlos llegar mis saludos por la Natividad. Por primera vez tras su caída, el hombre escuchó una voz del Cielo que consoló su corazón y lo llamó a la paz y la alegría. Bendito ese día, porque se convirtió en un día de consuelo para la humanidad y de poder de alegría, siempre capaz de convertir nuestros desconsuelos en esperanza.
El lector de los Libros Proféticos del Antiguo Testamento queda asombrado al encontrarlos llenos de los ayes, lamentos y amonestaciones que los profetas derramaron uno tras otro sobre las naciones y pueblos todos: “Oráculo de… oráculo de… el oráculo de… (cfr. Jr 23). El corazón de uno casi se detiene de terror ante las sobreabundantes y aterradoras amenazas del Cielo.
Sin embargo, gracias a Dios Todopoderoso que ha acabado con la era de la ira y de la aflicción, y ha abierto una nueva era en el destino de todas las naciones y pueblos el día en que nació Cristo, “Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2: 32).
¡Qué hermoso es Isaías, y maravillosa su voz consoladora: “Consolaos, consolaos, pueblo mío” (Is 40:1)! El salmista clama diciendo: “Este es el día que hizo el Señor; nos gozaremos y nos alegraremos en él” (Sal 117: 24). Porque es un día de salvación dada gratuitamente, un día de redención de Dios, un día de un tratado emitido por una parte que es sólo Dios. La humanidad no desempeña ningún papel en ello excepto ofreciendo a Dios el cuerpo puro de la Virgen para que lo use como tabernáculo en el cual habitar, para que Él pueda cumplir Su promesa con Su propio brazo.
Somos verdaderos participantes del nuevo pacto, no como superintendentes, sino como receptores de un don. ¡Cuán generosa es ésta comunión! ¡Cuán sencillo es nuestro rol! Porque la sangre que fue derramada es nuestra ─ llameante y color rojo carmesí. Y aún, el poder latente en ella es divino y de extraordinarias acción y eficacia. Un cuerpo y una sangre que portan nuestra propia debilidad y, juntamente, el poder de nuestra salvación.
Mirad hacia Belén y meditad, porque el Niño nacido es tu propio Hijo y Señor. Él porta tu naturaleza y es Él quien la santifica y redime.
Hoy nuestra naturaleza ha sido revestida de divinidad, y la divinidad ha sido cubierta por nuestra naturaleza.
Hoy la debilidad se ha convertido en fortaleza y el pecado ha menguado para ser reemplazado por la justicia eterna.
¡Hasta más ver!
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