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Meditaciones Sobre La Natividad: Lectura número veintisiete.

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SERMON II,

SAN LEÓN MAGNO

De la Natividad del Señor.


Quienquiera que seas que te ufanas piadosa y sinceramente del nombre de cristiano, sabe apreciar en lo que significa esta gracia de reconciliación. A ti, algún tiempo tenido como un ser abyecto, a ti, arrojado de las mansiones del paraíso, a ti, que morías desterrado en penoso cautiverio; a ti, destinado a convertirte en polvo y ceniza, y a quien ninguna esperanza de vivir le restaba, por medio de la Encarnación del Verbo se te dio poder de acercarte a tu creador, estando tan de antiguo apartado de él, de reconocerle como padre, de verte libre de tu esclavitud, de pasar de extraño a la categoría de hijo, y que habiendo nacido de carne corruptible renazcas por el Espíritu de Dios y obtengas por la gracia lo que no habías recibido por la naturaleza como el que reconociéndote Hijo de Dios por el espíritu de adopción, te atrevas a llamar padre a Dios. Libre ya del resto de las culpas pasadas, debes suspirar por los celestiales reinos, haciendo la voluntad de Dios ayudado del auxilio divino, imitando a los ángeles sobre la tierra, alimentándote con el manjar de la sustancia inmortal, luchando contra las tentaciones enemigas, bien seguro en tu piedad, y si cumples fielmente los juramentos del ejército celestial, no dudes que serás coronado por tu victoria en los campamentos triunfadores del rey eterno, recibiéndote la resurrección preparada a los buenos para llevarte a la compañía del reino celestial.

Confiando, pues, amadísimos en tan grande esperanza, en la fe en que estáis arraigados, en ella permaneced firmes, pero que aquel mismo tentador, cuyo dominio sobre vosotros ha exterminado Cristo, no os arrastre nuevamente con algunas de sus asechanzas, y disipe los goces del presente día con la astucia de sus fraudes, engañando a las almas sencillas con la pestífera doctrina de algunos para quienes parece honorable este día de nuestra solemnidad, no tanto por el nacimiento de Cristo cuanto por el nacimiento del nuevo Sol; como ellos dicen; cuyos corazones, ofuscados por densas tinieblas, están privados del resplandor de la verdadera luz, es más, son arrastrados todavía por los necios errores de la gentilidad, y porque no son capaces de dirigir los faros de su inteligencia por encima de lo que ven los ojos, tributan a las estrellas culto divino, como si ellas gobernaran el mundo. Esté muy lejos de las almas cristianas tan impía superstición, tan estupenda mentira. Hay una distancia inmensa e inconcebible entre las cosas temporales y el que es eterno, entre las cosas corporales y el que es espíritu, entre las cosas sometidas y el que las domina, porque aunque todas estas cosas posean tal belleza que arrastra a la admiración, carecen, empero, de divinidad para adorarlas. Aquel poder, aqueIla sabiduría, aquella majestad, debemos adorar que creó el mundo de la nada y cuya omnipotente inteligencia dio a la naturaleza celeste y terrestre las formas y medidas que quiso. El Sol, la Luna y los astros aprovechen a los que les alumbran, parezcan hermosos a los que los miran, mas de modo que por ellos se den gracias a su autor y se adore a Dios, que los hizo, no a las criaturas que están a su servicio. Alabad. pues queridísimos a Dios en todas sus obras y pensamientos. Creed sin género alguno de duda en el parto y en la intacta virginidad de María. Honrad con santo y verdadero acatamiento el sagrado y divino misterio de la redención del hombre. Abrazad a Cristo que nace con nuestra propia carne, para que finalmente merezcáis ver al Dios de la gloria reinando en su majestad, que con el Padre y el Espíritu Santo permanece en la unidad de una misma Deidad por los siglos de los siglos. Amén.

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