conmemorado el 2 de enero.
San Serafín de Sarov, gran asceta de la Iglesia rusa, nació el 19 de julio de 1754. Sus padres, Isidoro y Agathia Moshnin, eran habitantes de Kursk. Isidoro era comerciante. Hacia el final de su vida, comenzó la construcción de una catedral en Kursk, pero murió antes de que terminara la obra. Su pequeño hijo Prócoro, el futuro Serafín, quedó al cuidado de su viuda madre, quien crió a su hijo en la piedad.
Después de la muerte de su esposo, Agathia Moshnina prosiguió con la construcción de la catedral. Una vez llevó allí a Prócoro, de siete años, que cayó del andamio que rodeaba el campanario de siete pisos. Pudo haber perdido la vida, mas el Señor preservó la vida de la futura lumbrera de la Iglesia. La aterrorizada madre corrió hacia él y halló a su hijo ileso.
El joven Prócoro, dotado de una excelente memoria, pronto dominó la lectura y la escritura. Desde su infancia le encantaba asistir a los servicios de la iglesia y leer las Sagradas Escrituras y las Vidas de los Santos con sus compañeros de estudio. Por encima de todo, amaba rezar o leer el Santo Evangelio en privado.
En un momento, Prócoro cayó gravemente enfermo y su vida estuvo en peligro. En un sueño, el niño vio a la Madre de Dios, Quien prometió visitarlo y curarlo. Poco tiempo después, al través del patio de la casa de los Moshnin, cruzó una procesión eclesial portando el Icono de la Señal (27 de noviembre). Su madre llevó a Prócoro en sus brazos y él besó el icono sagrado, después de lo cual se recuperó prontamente.
Cuando aún era joven, Prócoro hizo planes para dedicar su vida por completo a Dios e ir a un monasterio. Su devota madre no se opuso a ésto y bendijo su camino monástico obsequiándolo con una cruz de cobre, que portaría sobre el pecho por el resto de su vida. Prócoro partió a pie con los peregrinos que iban de Kursk a Kiev para venerar a los Santos de las Cuevas.
El anciano Dositeo (en realidad una mujer de nombre Daria Tyapkina), a quien Prócoro visitó, lo bendijo para que marchara hacia el monasterio del desierto de Sarov y buscara allí su salvación. Al regresar brevemente a la casa de sus padres, Prócoro se despidió por última vez de su madre y su familia. El 20 de noviembre de 1778 arribó a Sarov, cuyo monasterio estaba dirigido por un sabio anciano, el padre Pacomio. El padre Pacomio lo admitió y lo puso bajo la guía espiritual del anciano José. Bajo su dirección, Prócoro pasó por muchas obediencias en el monasterio: era el asistente de celda del Anciano, se esforzaba en hacer pan y prósforo, así como en la carpintería. Cumplía todas sus obediencias con devoción, como si sirviera al mismo Señor. Mediante un trabajo constante se protegió contra el abatimiento (i. e. acedia), siendo éste, como dijo más tarde, “la tentación más peligrosa para los nuevos monjes. Se trata con la oración, con abstenerse de la palabrería, con el trabajo arduo, con la lectura de la Palabra de Dios y con la paciencia, ya que es engendrada por la mezquindad del alma, la negligencia y la palabrería”.
Con la bendición del Higúmeno Pacomio, Prócoro se abstuvo de todo alimento los miércoles y viernes y marchaba hacia el bosque, donde en completo aislamiento practicaba la Oración de Jesús. Después de dos años como novicio, Prócoro enfermó de hidropesía, su cuerpo se hinchó y lo aquejó el sufrimiento. Su director, el padre José, y los demás Ancianos sentían un gran cariño por Prócoro y lo cuidaron. La enfermedad se prolongó durante unos tres años, y nadie escuchó de él ni una palabra de queja. Los Ancianos, temiendo por su vida, querían llamar un médico, pero Prócoro pidió que no lo hicieran, diciendo al padre Pacomio: “Me he encomendado, padre santo, al Verdadero Médico de alma y cuerpo, nuestro Señor Jesús Cristo y a su Madre Purísima”.
Pidió que se ofreciera un Molieben (servicio de intercesión) por su salud. Mientras los demás rezaban en la iglesia, Prócoro tuvo una visión. Se apareció ante él la Madre de Dios acompañada de los Santos Apóstoles Pedro y Juan el Teólogo. Señalando con Su mano al monje enfermo, la Santísima Virgen le dijo a san Juan: “Él es uno de los nuestros”. Entonces Ella tocó el costado del enfermo con Su vara, e inmediatamente el líquido que había hinchado su cuerpo comenzó a fluir a través de la incisión que Ella hizo. Después del Molieben, los hermanos descubrieron que Prócoro se había curado y solo quedaba una cicatriz como evidencia del milagro.
Pronto, en el lugar de la aparición de la Madre de Dios, se edificó una iglesia y enfermería para los sufrientes. Una de las capillas laterales estaba dedicada a los santos Zósima y Sabbatius de Solovki (17 de abril). Con sus propias manos, san Serafín hizo una mesa de altar de madera de ciprés para la capilla, y siempre recibió los Santos Misterios en esta iglesia.
Después de ocho años como novicio en el monasterio de Sarov, Prócoro fue tonsurado con el nombre de Serafín, un nombre que reflejaba su ardiente amor por el Señor y su devoto deseo de servirlo. Después de un año, Serafín fue ordenado Hierodiácono.
De ávido espíritu, sirvió en el templo cada día, orando incesantemente incluso después del servicio. El Señor le concedió visiones durante los servicios de la iglesia: a menudo vio ángeles santos sirviendo con los sacerdotes. Durante la Divina Liturgia del Jueves Grande y Santo, que fue celebrada por el Higúmeno padre Pacomio y por el padre José, san Serafín tuvo otra visión. Después de la Pequeña Entrada con el Evangelio, el Hierodiácono Serafín pronunció las palabras “Oh Señor, salva a los temerosos de Dios y escúchanos”. Luego, levantó su orarion diciendo: “Y por los siglos de los siglos”. De pronto, fue cegado por un brillante rayo de luz.
Mirando hacia arriba, san Serafín contempló al Señor Jesús Cristo, Quien entraba por las puertas occidentales del templo, rodeado por los Poderes Incorpóreos del Cielo. Al llegar al ambón, el Señor bendijo a los orantes y entró en Su Icono a la derecha de las puertas reales. San Serafín, en éxtasis espiritual tras ésta milagrosa visión, no fue capaz de pronunciar palabra, ni de moverse de sitio. Lo llevaron de la mano al altar, donde estuvo de pie por otras tres horas, su rostro había cambiado de color por la gran gracia que brillaba sobre él. Después de la visión, el Santo intensificó sus esfuerzos. Laboraba en el monasterio durante el día y pasaba las noches orando en su celda del bosque.
En 1793, el Hierodiácono Serafín fue ordenado sacerdote y sirvió la Divina Liturgia todos los días. Tras la muerte del Higúmeno padre Pacomio, san Serafín recibió la bendición del nuevo Superior padre Isaías, para vivir a solas en un lugar apartado del bosque a tres millas y media del monasterio. Llamaría a su nuevo hogar “Monte Athos” y se dedicaría a la oración solitaria. Acudía al monasterio solo el sábado antes de la Vigilia de toda la noche, y volvía a su celda en el bosque después de la Liturgia del domingo, en la que participaría de los Santos Misterios.
El padre Serafín pasó su tiempo en ascética lucha. Su Regla de Oración se basó en la Regla de san Pacomio para los antiguos monasterios del desierto. Siempre llevaba consigo el Santo Evangelio, leyendo el Nuevo Testamento entero en el transcurso de una semana. También leyó los Santos Padres y los libros de servicio. El Santo aprendió de memoria muchos de los himnos de la Iglesia y los cantó mientras trabajaba en el bosque. Alrededor de su celda cultivó un jardín e instaló una colmena. Sostuvo un riguroso ayuno, alimentándose una sola vez durante todo el día, y los miércoles y viernes se abstenía por completo de comer. Desde el primer domingo del Gran Ayuno no tomó alimento alguno sino hasta el sábado siguiente, cuando recibió los Santos Misterios.
El Santo Anciano estaba a veces tan absorto en la oración incesante del corazón que permanecía sin moverse, sin oír ni ver nada a su alrededor. El monje schema Marcos el Silencioso y el Hierodiácono Alejandro, habitantes del desierto, lo visitaban de vez en cuando. Encontrando al Santo inmerso en oración, se marchaban en silencio, para no perturbar su contemplación.
En el calor del verano, el justo Serafín recogía musgo de un pantano como fertilizante para su jardín. Los jejenes y los mosquitos lo picaban sin descanso, lo cual soportó diciendo: “Las pasiones se destruyen con el sufrimiento y las aflicciones”.
Su soledad se vio perturbada a menudo por las visitas de monjes y laicos, que buscaban su consejo y bendición. Con la bendición del Higúmeno, el padre Serafín prohibió que las mujeres lo visitaran, luego, al recibir una señal de que el Señor aprobaba su deseo de silencio total, prohibió a todos los visitantes. A través de las oraciones del Santo, el camino a su celda en el desierto fue bloqueado por enormes ramas caídas de pinos antiguos. Ahora sólo lo visitaban las aves y las fieras, y moraba con ellas como lo hizo Adán en el Paraíso. Acudían a medianoche y esperaban a que completara su Regla de Oración. Luego alimentaba osos, linces, zorros, conejos e incluso lobos con pan de su mano. A san Serafín solía acompañarlo un oso que lo obedecería y haría sus mandados.
A fin de repeler los embates del Enemigo, san Serafín intensificó su trabajo y comenzó una nueva lucha ascética a imitación de san Simeón el Estilita (1 de septiembre). Cada noche se subía a una inmensa roca en el bosque, o bien una más pequeña en el interior su celda, descansando sólo por breves períodos. Se puso de pie o se arrodilló, orando con las manos levantadas: “Dios, ten piedad de mí, pecador”. Oró de esta manera durante mil días y noches.
Tres ladrones en busca de dinero u objetos de valor lo encontraron una vez mientras trabajaba en su jardín. Los ladrones le exigieron dinero. Aunque tenía un hacha en las manos y podía haber dado pelea, no quiso hacerlo, recordando las palabras del Señor: “porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt 26: 52). Dejando caer su hacha al suelo, dijo: “Haz lo que pretendes”. Los ladrones lo golpearon brutalmente y lo dieron por muerto. Querían tirarlo al río, pero primero revisaron la celda en busca de dinero. Destrozaron el lugar, pero no encontraron nada más que íconos y algunas papas, así que se fueron. El monje, recuperó la conciencia, se arrastró hasta su celda y permaneció allí toda la noche.
Por la mañana llegó al monasterio con gran dificultad. Los hermanos se horrorizaron al ver al asceta con varias heridas en la cabeza, el pecho, las costillas y la espalda. Durante ocho días yació allí sufriendo de sus heridas. Los médicos que llamaron para tratarlo se sorprendieron de que aún estuviera vivo después de tal golpiza.
El padre Serafín no fue curado por ningún médico terrenal: la Reina del Cielo se apareció ante él en una visión con los Apóstoles Pedro y Juan. Tocando la cabeza del santo, la Santísima Virgen lo sanó. Sin embargo, no pudo enderezarse, y por el resto de su vida tuvo que caminar encorvado con la ayuda de un palo o una pequeña hacha. San Serafín tuvo que pasar unos cinco meses en el monasterio y luego regresó al bosque. Perdonó a sus abusadores y pidió que no fueran castigados.
En 1807 el abad, padre Isaías, se durmió en el Señor. Se le pidió a san Serafín que tomara su lugar, pero se negó. Vivió en silencio durante tres años, completamente aislado del mundo con la excepción de un monje que lo visitaba una vez a la semana para traerle alimentos. Si el Santo se encontraba con un hombre en el bosque, se postraba boca abajo y no se levantaba hasta que el transeúnte se había apartado. San Serafín adquirió la paz del alma y la alegría en el Espíritu Santo. El gran asceta dijo una vez: “Adquiere el espíritu de paz, y mil almas se salvarán a tu alrededor”.
El nuevo Superior del monasterio, padre Niphon, y los hermanos mayores del monasterio le dijeron al padre Serafín que viniera al monasterio los domingos para los servicios divinos como antes, o que regresara al monasterio. Eligió el último camino, ya que se había vuelto demasiado difícil para él caminar desde su celda en el bosque hasta el monasterio. En la primavera de 1810, volvió al monasterio después de quince años de vivir en el desierto.
Continuando con su silencio, se encerró en su celda, ocupándose de la oración y la lectura. También se le permitió comer y comulgar en su celda. Allí, san Serafín alcanzó la altura de la pureza espiritual y Dios le concedió dones especiales de gracia: clarividencia y milagros. Después de cinco años de soledad, abrió su puerta y dejó entrar a los monjes. Sin embargo, continuó su silencio, enseñándoles solo con el ejemplo.
El 25 de noviembre de 1825 la Madre de Dios, acompañada de dos santos jerarcas conmemorados en tal día (Hieromártir Clemente de Roma, y san Pedro, Arzobispo de Alejandría), se apareció al Anciano en una visión y le dijo que pusiera fin a su reclusión para dedicarse a los demás. Recibió la bendición del Higúmeno para dividir su tiempo entre la vida en el bosque y en el monasterio. No volvió a su Lejana Ermita, sino que optó por una celda más cercana al monasterio. A ésta la llamó Vecina Ermita. En ese día, abrió las puertas de su celda tanto a los peregrinos como a sus compañeros monjes.
El Anciano miró en los corazones de las personas, y como médico espiritual, sanó sus enfermedades del alma y del cuerpo a través de la oración y con sus palabras llenas de gracia. Quienes acudían a san Serafín sentían su gran amor y ternura. Sin distinción de la época del año, saludaba a todos con las palabras: “¡Cristo ha resucitado, mi alegría!”. Amaba especialmente a los niños. Una vez, una niña les dijo a sus amigos: “El padre Serafín solo parece un anciano. Es verdaderamente un niño como nosotros”. A menudo se veía al Anciano apoyado en su bastón y cargando una mochila llena de piedras. Cuando se le preguntó por qué hizo esto, el santo respondió con humildad: “Estoy apesadumbrando al que me apesadumbra”.
En el último período de su vida terrenal, san Serafín se dedicó a sus descendientes espirituales, el monasterio de mujeres de Diveyevo. Cuando aún era Hierodiácono, acompañó al difunto padre Pacomio a la comunidad de Diveyevo ante su líder monástica, la Madre Alexandra, una grande asceta, y luego el padre Pacomio bendijo a San Serafín para cuidar siempre de los “huérfanos de Diveyevo”. Fue un verdadero padre para las hermanas, que acudían a él con todas sus dificultades espirituales y materiales.
San Serafín también dedicó mucho esfuerzo a la comunidad monástica de mujeres en Diveyevo. Él mismo dijo que no les dio instrucciones propias, sino que fue la Reina del Cielo quien lo guio en los asuntos relacionados con el monasterio. Sus discípulos y amigos espirituales ayudaron al santo a alimentar y nutrir a la comunidad Diveyevo. Michael V. Manturov, sanado por el monje de una grave enfermedad, fue uno de los benefactores de Diveyvo. Siguiendo el consejo del Anciano, asumió la hazaña de la pobreza voluntaria. Elena Vasilievna Manturova, una de las hermanas Diveyevo, por obediencia al Anciano, consintió voluntariamente en morir en vez de su hermano, a quien todavía se necesitaba en ésta vida.
Nicolás Alexandrovich Motovilov, también fue sanado por el monje. En 1903, poco antes de la glorificación del santo, se encontró e imprimió la notable “Conversación de San Serafín de Sarov con N. A. Motovilov”. Escrito por Motovilov después de su conversación a fines de noviembre de 1831, el manuscrito estuvo escondido en un ático en un montón de basura durante casi setenta años. Fue encontrado por el autor S. A. Nilus, quien buscaba información sobre la vida de san Serafín. Ésta conversación es una contribución muy valiosa a la literatura espiritual de la Iglesia Ortodoxa. Surgió del deseo de Nicolás Motovilov de conocer el objetivo de la vida cristiana. Se le reveló a san Serafín que Motovilov había estado buscando una respuesta a esta pregunta desde la infancia, sin recibir una respuesta satisfactoria. El santo Anciano le dijo que el fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo, y pasó a explicarle los grandes beneficios de la oración y la adquisición del Espíritu Santo.
Motovilov le preguntó al santo cómo podemos saber si el Espíritu Santo está con nosotros o no. San Serafín habló extensamente sobre cómo las personas llegan a estar en el Espíritu de Dios y cómo podemos reconocer Su presencia en nosotros, pero Motovilov quería entender esto mejor. Entonces el Padre Serafín lo tomó por los hombros y dijo: “Ambos estamos ahora en el Espíritu de Dios, hijo mío. ¿Por qué no me miras?”.
Motovilov respondió: “No puedo mirar, padre, porque tus ojos brillan como relámpagos y tu rostro es más brillante que el sol”.
San Serafín le dijo: “No te alarmes, amigo de Dios. Ahora tú mismo te has vuelto tan brillante como yo. Tú mismo estás en la plenitud del Espíritu de Dios, de lo contrario no podrías verme así”.
Entonces san Serafín prometió a Motovilov que Dios le permitiría retener esta experiencia en su memoria toda su vida. “No te es dado a ti solo entender”, dijo, “sino que a través de ti es para todo el mundo”.
Todos conocían y estimaban a san Serafín como un gran asceta y taumaturgo. Un año y diez meses antes de su reposo, en la fiesta de la Anunciación, a san Serafín se le concedió contemplar una vez más a la Reina del Cielo en compañía de san Juan Bautista, el Apóstol Juan el Teólogo y doce Vírgenes Mártires (Santa Bárbara, Catalina, Thekla, Marina, Irene, Eupraxia, Pelagia, Dorothea, Macrina, Justina, Juliana y Anisia). La Santísima Virgen conversó largamente con el monje, confiándole a las hermanas Diveyevo. Concluyendo la conversación, Ella le dijo: “Pronto, amado Mío, estarás con nosotros”. La monja Diveyevo Eupraxia estuvo presente en esta visita de la Madre de Dios, porque el Santo la había invitado.
En el último año de la vida de san Serafín, uno de los curados por él lo vio de pie en el aire durante la oración. El Santo prohibió estrictamente mencionar esto hasta después de su muerte.
San Serafín se volvió notablemente más débil y habló mucho sobre su próximo fin. Durante este tiempo lo vieron a menudo sentado junto a su ataúd, que había colocado en la antecámara de su celda y que él mismo había preparado.
El Santo había señalado el lugar donde finalmente lo enterrarían, cerca del altar de la catedral de la Dormición. El 1 de enero de 1833 el padre Serafín llegó por última vez a la iglesia de los Santos Zósima y Sabbatius para la Liturgia y recibió los Santos Misterios, después de lo cual bendijo a los hermanos y se despidió de ellos diciendo: “Salven sus almas. No estén abatidos, sino vigilantes. Hoy se están preparando coronas para nosotros”.
El 2 de enero, el padre Pablo, el asistente de celda del santo, salió de su propia celda a las seis de la mañana para asistir a la liturgia temprana. Notó el olor a humo que salía de la celda del Anciano. San Serafín a menudo dejaba velas encendidas en su celda y al padre Paul le preocupaba que pudieran provocar un incendio.
“Mientras esté vivo”, dijo una vez, “no habrá fuego, pero cuando muera, mi muerte será revelada por un fuego”. Cuando abrieron la puerta, parecía que los libros y otras cosas estaban ardiendo sin llama. San Serafín fue encontrado arrodillado ante un icono de la Madre de Dios con los brazos cruzados sobre el pecho. Su alma pura fue tomada por los ángeles en el momento de la oración, y había volado hacia el Trono del Dios Todopoderoso, cuyo fiel servidor había sido san Serafín toda su vida.
San Serafín ha prometido interceder por aquellos que recuerdan a sus padres, Isidoro y Agathia.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Repose of Venerable Seraphim, Wonderworker of Sarov. New York, Estados Unidos: OCA.
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