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SÁBADO DE LÁZARO ─EN MEMORIA DE LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

conmemorado el 27 de abril de 2024.


SÁBADO DE LÁZARO

por Arcipreste Paul Lazor

 

Pocos son los triunfos visibles en la vida terrenal de nuestro Señor Jesús Cristo. Predicó un reino “no de éste mundo”. En Su Natividad según la carne “no había lugar en el mesón”. Durante casi treinta años, mientras crecía “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc 2:52), vivió veladamente como “el hijo de María”. Cuando hizo su aparición desde Nazaret para iniciar Su ministerio público, uno de los primeros en oír hablar de Él preguntó: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1:46). A la postre, fue crucificado entre dos ladrones y sepultado en la tumba de otro hombre.

Un par de breves días se destacan como marcada excepción a lo predicho ─días de triunfo manifiestamente observable. En la Iglesia de Cristo, éstos días se conocen como Sábado de Lázaro y Domingo de Ramos. Juntamente constituyen un ciclo litúrgico unificado que hace las veces de paso de los cuarenta días de la Santa Gran Cuaresma a la Gran Semana Santa. Son los singulares y paradójicos días previos a la Pasión del Señor. Son días de visible triunfo terrenal, de alegría resurreccional y mesiánica en la que el mismo Cristo es participante voluntaria y activamente. Al mismo tiempo, son días que apuntan más allá de sí mismos hacia una victoria y un reinado finales que Cristo consumará no resucitando a un difunto ni tampoco entrando en una particular ciudad, sino por medio de su propio sufrimiento, muerte y resurrección inaplazables.


Cristo Dios, cuando a Lázaro alzaste de entre los muertos, antes de tu pasión, confirmaste la resurrección universal. Por tanto, nosotros, como los niños, llevamos los símbolos de la victoria y clamamos a ti, Vencedor de la muerte: ¡Hosanna en las alturas! Bendito el que viene en el nombre del Señor.  (Tropario de la Fiesta, cantado tanto el Sábado de Lázaro como el Domingo de Ramos)

 

En una narración cuidadosamente detallada, el Evangelio relata cómo Cristo, seis días antes de su propia muerte, y con particular atención para con el pueblo acompañante “que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Jn 11:42), acudió a ver a su fallecido amigo Lázaro en Betania, en las afueras de Jerusalén. Él estaba consciente del inminente deceso de Lázaro, mas retrasó deliberadamente su venida, diciendo a sus discípulos ante la nueva de la muerte de su amigo: “Me alegro por amor a vosotros de no haber estado allí, para que creáis” (Jn 11:14).

Cuando Jesús arribó a Betania, había ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro (cfr. Jn 11:17). Éste hecho es subrayado repetidamente por el relato evangélico y los himnos litúrgicos de la Fiesta. El entierro de cuatro días subraya la horrible realidad de la muerte. El hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, es un ser espiritual-material, una unidad de alma y cuerpo. La muerte es destrucción; es la separación del alma y el cuerpo. El alma sin cuerpo es un fantasma, tal como expresa un teólogo ortodoxo, y el cuerpo sin alma es un cadáver en decadencia. “Lloro y me lamento cuando pienso en la muerte y contemplo nuestra belleza, modelada a la imagen de Dios, yaciendo deshonrada, desfigurada, desprovista de forma en la tumba”. Éste es un himno de san Juan de Damasco cantado en los servicios funerarios de la Iglesia. El “misterio” de la muerte es el inevitable destino del hombre caído de Dios y cegado por sus propios orgullosos propósitos.

Con épica simplicidad el Evangelio registra que, al llegar al lugar del horrible final de su amigo, “Jesús lloró” (Jn 11:35). En éste momento Lázaro, el amigo de Cristo, representa a todos los hombres, y Betania es el centro místico del mundo. Jesús lloró al ver la creación “buena en gran manera” y su rey, el hombre, que por él fuera hecho (cfr. Jn 1:3) para ser lleno de contento, luz y vida, ahora una necrópolis en la que el hombre está oculto bajo un sepulcro a las afueras de la ciudad, privado de la plenitud de vida para la que fue creado, y decayendo en la oscuridad, la desesperación y la muerte. Nuevamente, como dice el Evangelio, la gente dudaba en abrir el sepulcro, porque hedía ya, porque era de cuatro días (cfr. Jn 11:39).

Cuando quitaron la piedra del sepulcro, Jesús oró a su Padre y luego gritó en alta voz: “Lázaro, ven fuera” (Jn 11:43). El icono de la Fiesta muestra el particular momento en que Lázaro aparece a la entrada del sepulcro. Todavía está envuelto en su sudario y sus amigos, que se cubren la nariz a causa del hedor de su cuerpo en descomposición, deben desenvolverlo. En todo se pone énfasis en lo audible, lo visible y lo tangible. Cristo presenta al mundo éste hecho observable: ¡en vísperas de su propio sufrimiento y muerte, resucita a un hombre muerto de cuatro días! La gente quedó asombrada. Muchos inmediatamente creyeron en Jesús y una gran multitud comenzó a reunirse alrededor de Él cuando se difundió la noticia de la resurrección de Lázaro. Subsiguió la entrada real en Jerusalén.

El Sábado de Lázaro es un día único: un sábado en el que se celebran Maitines y la Divina Liturgia con las marcas básicas de los servicios Festivos y Resurreccionales, de ordinario propios de los domingos. Incluso el himno bautismal se canta en la Liturgia en lugar del Santo Dios: “Todos los Bautizados en Cristo se han revestido de Cristo”.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2024). The Raising of Lazarus (Lazarus Saturday). New York, Estados Unidos: OCA.

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