conmemorado el 04 de julio.
San Andrés pasó los primeros siete años de su existencia en silencio. Había sido mudo desde su nacimiento y parecía que quedaban pocas esperanzas de que en algún momento pudiera hablar. Sus padres, profundamente preocupados, lo habían llevado de un doctor a otro pero sin ningún resultado. Finalmente perdieron la esperanza de que pudiera recuperarse y trataron de aceptar su dificultad ya que no podía ser curado.
Pero entonces sucedió una cosa maravillosa… y pasó en un momento maravilloso. Cuando el joven Andrés recibió la Santa Comunión en la Iglesia Cristiana de Damasco ─la ciudad de su nacimiento y en la cual se educó─ su voz fue restaurada completamente. Muy pronto ya estaba hablando, cantando y riendo como cualquier otro niño de su edad.
Posteriormente, alrededor del 650, como un maravilloso reverso de su infortunio inicial, Andrés llegaría a ser un habilidoso orador, quien emplearía sus poderosas habilidades oratorias para vencer a uno de los más grandes y peligrosos herejes en la historia de la Santa Iglesia. También llegaría a ser un dotado compositor de himnos y crearía el Gran Canon, uno de los más amados y consumados cantos utilizados para la veneración en toda la Cristiandad.
Hijo de dos piadosos cristianos, Jorge y Gregoria de Damasco, Andrés demostró ser un brillante estudiante. A la edad de 14 años ya había demostrado un intelecto curioso y una gran autodisciplina. También había resuelto unirse a una comunidad monástica y comenzar una vida ascética dedicada a la oración y a la devoción al Dios Todopoderoso. Al final viajó a la gran ciudad de Jerusalén, alrededor del 665 y entró al gran monasterio de San Sabas el Santificado, el cual era reconocido como el hogar de numerosos conocidos monjes y padres del desierto quienes eran maestros en la autodisciplina y humildad que se requería para ésta ardorosa vida de fe.
Una vez más éste joven varón demostró un gran dominio de sus facultades mentales y espirituales al punto que el gran Patriarca de Jerusalén estuvo complacido en nombrarlo como su secretario personal. Posteriormente sería conocido como el “Jerusalenita” en señal de respeto por sus muchos años de servicio a la Iglesia en la Ciudad Santa.
San Andrés pasaría cuantiosos años en el exhaustivo estudio de la doctrina ortodoxa de la Iglesia y cuando surgió la herejía monotelista lanzando a la Iglesia a un gran desorden, él se encontraba preparado de una manera privilegiada para ayudar a vencer éste falso credo. Los defensores de ésta creencia tremendamente perniciosa insistían que Jesús era enteramente Divino y no poseía ningún atributo mortal. Pero Andrés y algunos de los más inteligentes hombres de la Iglesia sabían bastante bien, ayudados por la gracia de Dios, y entendían que Cristo era “consustancial” con ambas naturalezas, humana y divina, aunque separadas y distintas.
Mientras el debate sobre la herejía llegaba al punto de ebullición, los Padres de la Iglesia decidieron, en un acto desesperado, convocar a un gran concilio que determinaría de una vez por todas el resultado correcto de ésta disputa. Realizado en Constantinopla en el año 680, ésta inmensa convocatoria fue conocida como el Sexto Concilio y jugaría un rol de gran importancia determinando la dirección futura de la Santa Iglesia.
Debido a que al gran Patriarca de Jerusalén le fue imposible atender en persona envió a su secretario y Archidiácono ─el humilde e inmensamente docto Andrés de Damasco─ como su reemplazo. Realizado bajo el gobierno del emperador Constantino IV (El Barbudo, 668-685), el turbulento sínodo se vio conmocionado ante las habilidades oratorias y diestro razonamiento de un pensador que alguna vez había sido un mudo indefenso.
Desde el principio hasta el final, la labor de Andrés en éste decisivo Concilio parece haber estado inspirada divinamente. Una y otra vez, cuando las diferencias de opinión e ideas personales amenazaban con arrojar los procedimientos a la confusión y al desorden, Andrés daba un paso adelante trayendo a las partes enfrentadas y logrando armonía y entendimiento ahí donde había conflicto y resentimiento. Para el final del sínodo el Archidiácono de Jerusalén había ayudado a vencer a los monotelitas ─al tiempo mismo que se había posicionado como líder espiritual entre los Santos Padres quienes darían forma al futuro de la Santa Iglesia.
Posteriormente, luego de volver a la Ciudad Santa y haber servido por un extenso período de tiempo en Constantinopla, el fiel Andrés ─a la edad de 51 años─ sería nombrado Obispo de Creta y pasaría muchos años apoyando y ayudando a su rebaño para superar al largo grupo de paganos adoradores de ídolos que por muchos años habían dominado los corazones y las mentes de la población de ésta isla griega. Obró muchos milagros, sanando a los enfermos gracias al poder del Señor Dios. Su liderazgo también fue instrumental en varias ocasiones para repeler a las hordas de sarracenos atacantes (invasores de Arabia) quienes en aquel tiempo estaban asesinando cristianos en muchas regiones de Tierra Santa.
Leal y fiel hasta el final el Obispo Andrés hizo todo lo que pudo para ayudar a la Iglesia durante ese tumultuoso período en la historia del Medio Oriente. Pero su más grande don para los Fieles serían los muchos libros de instrucciones, himnos y cánones que escribió. Uno de los más conmovedores de esos trabajos maravillosos fue su “Gran Canon a la Que dio a luz a Dios”, que aún se lee el Jueves del Primer Domingo de la Cuaresma. Éste Canon está lleno de veneración por la Venerable Madre de Dios (la Theotokos), la Virgen, Madre de Jesús.
De muchos modos la muerte de san Andrés parece tan milagrosa y misteriosa ─como la Primera Santa Comunión con la que comenzó su vida. Viajando por barco desde Constantinopla hacia su diócesis en Creta, san Andrés recibió una visión del Altísimo e informó tranquilamente a sus compañeros que estaba a punto de morir. Con la esperanza de que pudiera recibir tratamiento médico los operadores de la embarcación llevaron el barco a la isla de Mitilene donde, según la mayoría de historiadores de ese período, expiró en el año 721. Dejó compuestos más de 100 cánones y Troparia junto con una vida dedicada al fiel servicio de Dios Todopoderoso.
La vida de éste valiente obispo y pensador subraya, por encima de todo, el gran valor del servicio a Dios. San Andrés nunca dudó en su determinación por proteger la fe verdadera y nunca perdió su compromiso apasionado para proclamar el Evangelio a través de sus melodiosos himnos y cánones. Porque Su siervo había sido tan fiel, Dios cantó a través de la voz de Andrés, quien alguna vez había sido mudo.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2023). San Andrés el “Jerusalenita”, Obispo de Creta. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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