conmemorado el 9 de noviembre.
San Nectario, el gran taumaturgo de los tiempos modernos, nació como Anastasio Kephalas en Selebria, Tracia, el 1 de octubre de 1846.
Su familia era menesterosa, por tanto, Anastasio marchó hacia Constantinopla a la edad de catorce años a fin de buscar un empleo. Aunque no tenía dinero, le pidió al capitán de un barco que lo llevara. El capitán le dijo que diera un paseo y luego regresara. Anastasio comprendió y se alejó entristecido.
El capitán dio la orden de encender los motores, pero nada ocurrió. Después de varios intentos fallidos, miró a los ojos de Anastasio, quien estaba de pie en el muelle. Sintiendo pena por el muchacho, el capitán le dijo que subiera a bordo. Inmediatamente, los motores se pusieron en marcha y el barco comenzó a moverse.
Anastasio encontró empleo con un comerciante de tabaco en Constantinopla, quien, sin embargo, no pagaba mucho. En su deseo de compartir información útil con los demás, Anastasio escribió máximas cortas tomadas de libros espirituales sobre las bolsas de papel y paquetes de la tienda de tabaco. Los clientes las leerían por curiosidad y tal vez podrían obtener algún provecho de ellas.
El niño andaba descalzo y vestía harapos, mas confiaba en Dios. Al ver que el mercader recibía muchas cartas, Anastasio quiso también escribir una carta. ¿A quién podría escribir? No a sus padres, porque no había entregas de correo a su pueblo. No a sus amigos, porque no tenía ninguno. Por lo tanto, decidió escribirle a Cristo para contarle sus necesidades.
“Mi pequeño Cristo”, escribió. “No tengo delantal ni zapatos. Envíalos Tú. Sabes cuánto Te amo”.
Anastasio selló la carta y escribió en el exterior: “Al Señor Jesucristo en el Cielo”. En su camino para enviar la carta, se encontró con el dueño de una tienda de frente a la que trabajaba. El hombre le preguntó adónde iba y Anastasio susurró algo en respuesta. Al ver la carta en sus manos, el hombre se ofreció a enviarla por él, puesto que se dirigía hacia la oficina de correos.
El comerciante puso la carta en su bolsillo y le aseguró a Anastasio que la enviaría con sus propias cartas. El niño volvió a la tabaquería, lleno de felicidad. Cuando sacó la carta de su bolsillo para enviarla por correo, el comerciante notó la dirección. Asombrado y curioso, el hombre no pudo resistirse a abrir la carta para leerla. Conmovido por la fe sencilla del niño, el comerciante colocó algo de dinero en un sobre y se lo hizo llegar de forma anónima. Anastasio se llenó de alegría y dio gracias a Dios.
Unos días después, al ver a Anastasio vestido algo mejor que de costumbre, su empleador pensó que le había robado dinero y comenzó a golpearlo. Anastasio gritó: “Nunca he robado nada. Mi pequeño Cristo me hizo llegar el dinero”.
Al oír la conmoción, el otro comerciante vino y llevó al vendedor de tabaco a un lado y le explicó la situación.
Cuando aún era joven, Anastasio peregrinó hacia Tierra Santa. Durante la travesía, el barco estuvo en peligro de hundirse en una tormenta. Anastasio miró el mar embravecido y luego al capitán. Fue y se paró a un lado del capitán y tomó el timón, orando para que Dios los salvara. Luego se quitó la cruz que le había regalado su abuela (que contenía un trozo de la Cruz de Cristo) y se la ató al cinturón. Inclinándose sobre la borda, sumergió la cruz en el agua tres veces y ordenó al mar: “¡Silencio! Estate quieto”. De inmediato, el viento amainó y la mar se aquietó.
Sin embargo, Anastasio se entristeció porque su cruz había caído a la mar y se había perdido. A medida que el barco navegaba, los sonidos de golpes parecían provenir del casco por debajo de la línea de flotación. Cuando el barco atracó, el joven se bajó y comenzó a alejarse.
De repente, el capitán comenzó a gritar: “Kephalas, Kephalas, vuelve aquí”. El capitán había ordenado a algunos hombres que subieran a un pequeño bote para examinar el casco con el fin de descubrir el origen de los golpes, y descubrieron la cruz pegada al casco. Anastasio estaba eufórico de recibir su “Tesoro”, y siempre lo usó desde ese momento en adelante. Hay una fotografía tomada muchos años después, que muestra al Santo con su skufia monástica. La cruz es claramente visible en la foto.
El 7 de noviembre de 1875, Anastasio recibió la tonsura monástica en el Monasterio de Nea Moni en Quíos y el nuevo nombre de Lázaro. Dos años más tarde, fue ordenado diácono. En esa ocasión, su nombre fue cambiado a Nectario.
Más tarde, cuando ya era sacerdote, el padre Nectario dejó Quíos y se fue a Egipto. Allí fue elegido Metropolitano de Pentápolis. Algunos de sus colegas se pusieron celosos de él por sus grandes virtudes, por sus inspiradores sermones y por todo lo demás que distinguía a San Nectario de ellos.
Otros metropolitanos y obispos del patriarcado de Alejandría se llenaron de malicia hacia el Santo, por lo que dijeron al patriarca Sofronio que Nectario estaba conspirando para convertirse él mismo en patriarca. Le dijeron al patriarca que el Metropolitano de Pentápolis simplemente hizo una demostración externa de piedad para ganarse el favor de la gente. Entonces el patriarca y su sínodo sacaron a San Nectario de su Sede. El patriarca Sofronio escribió una ambigua carta de suspensión que provocó escándalo y especulaciones sobre las verdaderas razones de la destitución del Santo de su cargo.
Sin embargo, San Nectario no fue depuesto de su rango. Todavía se le permitió funcionar como obispo. Si alguien lo invitaba a realizar una boda o un bautizo, podía hacerlo, siempre que obtuviera el permiso del obispo local.
San Nectario soportó tales pruebas con gran paciencia, pero aquellos que lo amaban comenzaron a exigir saber por qué lo habían removido. Al ver que esto estaba causando disturbios en la Iglesia de Alejandría, decidió ir a Grecia. Llegó a Atenas para encontrar que falsos rumores sobre él ya habían llegado a esa ciudad. Su carta de suspensión decía solamente que había sido destituido “por razones conocidas por el Patriarcado”, por lo que se creyeron todas las calumnias sobre él.
Como las autoridades estatales y eclesiásticas no le dieron un puesto, el ex metropolitano se quedó sin medios de subsistencia y sin lugar para vivir. Todos los días iba al Ministro de Religión pidiendo ayuda. Pronto se cansaron de él y comenzaron a maltratarlo.
Un día, cuando salía de la oficina del Ministro, San Nectario se encontró con un amigo que había conocido en Egipto. Sorprendido de encontrar al amado obispo en tal condición, el hombre habló con el Ministro de Religión y Educación y le pidió que le encontraran algo. Entonces, San Nectario fue designado para ser un humilde predicador en la diócesis de Vitineia y Eubea. El santo no consideró esto como humillante para él, aunque un simple monje podría haber ocupado ese puesto. Fue a Eubea a predicar en las iglesias, cumpliendo con entusiasmo sus deberes.
Sin embargo, aun aquí, los rumores de escándalo lo siguieron. A veces, mientras predicaba, la gente comenzaba a reír y susurrar. Por lo tanto, irreprochable, renunció a su cargo y regresó a Atenas. Para entonces, algunas personas habían comenzado a darse cuenta de que los rumores no eran ciertos, porque no vieron nada en su vida o conversación que sugiriera que era culpable de algo. Con su ayuda e influencia, San Nectario fue nombrado Director del Seminario Rizarios en Atenas el 8 de marzo de 1894. Permanecería en ese cargo hasta diciembre de 1908.
El Santo celebró los servicios en la iglesia del seminario, enseñó a los estudiantes y escribió varios libros edificantes y útiles. Como era un hombre tranquilo, para san Nectario el ruido y el bullicio de Atenas no tenían importancia. Quería retirarse a algún lugar donde pudiera orar. En la isla de Egina halló un monasterio abandonado dedicado a la Santísima Trinidad, que comenzó a reparar con sus propias manos.
Reunió a una comunidad de monjas y nombró abadesa a la monja ciega Xenia, mientras que él mismo se desempeñó como padre confesor. Como tenía un don para la dirección espiritual, muchas personas acudían a Egina para confesarse con él. Eventualmente, la comunidad creció a treinta monjas. Él les decía: “Os estoy construyendo un faro, y Dios pondrá en él una luz que alumbrará al mundo. Muchos verán esta luz y vendrán a Egina”. No comprendían lo que decía, que él mismo sería ese faro, y que allí acudiría la gente a venerar sus santas reliquias.
El 20 de septiembre de 1920, la monja Euphemia llevó a un anciano vestido con túnicas negras, que evidentemente padecía gran dolor, al Hospital Aretaieion de Atenas. Este era un hospital estatal para los pobres. El interno le pidió a la monja información sobre el paciente.
"¿Es un monje?" preguntó.
"No, él es un obispo".
El interno rió y dijo: "Deje de bromear y dígame su nombre, madre, para que lo ingrese en el registro".
"Él es de hecho un obispo, hijo mío. Es el Reverendísimo Metropolitano de Pentápolis".
El interno murmuró: "Por primera vez en mi vida veo a un obispo sin panagia o cruz, y más significativamente, sin dinero".
Luego, la monja mostró las credenciales del Santo al asombrado interno que luego lo admitió. Durante dos meses, san Nectario padeció una enfermedad de la vejiga. A las diez y media de la noche del 8 de noviembre de 1920, entregó su alma santa a Dios. Murió en paz a la edad de setenta y cuatro años.
En la cama junto a san Nectario había un hombre que estaba paralítico. Tan pronto como el santo respiró por vez última, la enfermera y la monja que a su lado se sentaba comenzaron a vestirlo con ropa limpia para prepararlo para el entierro en Egina. Le quitaron el suéter y lo colocaron sobre la cama del paralítico. Inmediatamente, el paralítico se levantó de su cama, glorificando a Dios.
San Nectario fue enterrado en el Monasterio de la Santísima Trinidad en Egina. Varios años después, se abrió su tumba para extraer sus huesos (como es costumbre en Grecia). Su cuerpo fue encontrado entero e incorrupto, como si hubiera sido enterrado ese mismo día.
Se envió un mensaje al arzobispo de Atenas, quien vino a ver las reliquias por sí mismo. El arzobispo Crisóstomo les dijo a las monjas que las dejaran al sol durante unos días y luego las volvieran a enterrar para que se descompusieran. Uno o dos meses después de esto, volvieron a abrir la tumba y encontraron incorrupto al Santo. Luego las reliquias fueron colocadas en un sarcófago de mármol.
Varios años después, las reliquias sagradas se disolvieron, dejando solo los huesos. La cabeza del santo se colocó en la mitra de un obispo, y la parte superior se abrió para permitir que la gente besara su cabeza.
San Nectario fue glorificado por Dios, ya que su vida entera fue una incesante doxología al Señor. Tanto en vida como después de su muerte, san Nectario ha realizado incontables milagros, especialmente para quienes padecen cáncer. Hay más iglesias dedicadas a san Nectario que a cualquier otro santo ortodoxo moderno.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Saint Nectarius Kephalas, Metropolitan of Pentapolis. New York, Estados Unidos: OCA.
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