conmemorada el 25 de noviembre.
La Santa Gran Mártir Catalina era hija de Konstos, gobernador de Alejandría, Egipto, durante el reinado del emperador Maximiano (305-313). Viviendo en la capital, centro del saber heleno, y poseyendo una rara belleza e inteligencia, la Santa Catalina recibió una excelente educación, estudiando las obras de los más grandes filósofos y maestros de la antigüedad. Jóvenes de las familias más dignas del imperio buscaron la mano de la bella Catalina, pero ella no se interesó por ninguno de ellos. Ella les dijo a sus padres que se casaría solo con alguien que la superara en nobleza, riqueza, belleza y sabiduría.
La madre de Catalina, secretamente cristiana, la envió a su propio Padre Espiritual, un Santo Anciano quien vivía en una cueva fuera de la ciudad, para obtener su consejo. Después de escuchar a Catalina, el Anciano dijo que conocía a alguien que la superaba en todo. “Su rostro es más radiante que el brillo del sol, y toda la creación está gobernada por Su sabiduría. Sus riquezas se dan a todas las naciones del mundo, mas nunca disminuyen. Su compasión es inigualable”.
Esta descripción del Esposo celestial produjo en el alma de la santa doncella un ardiente deseo de verlo. “Si haces lo que te digo”, dijo el monje, “contemplarás el semblante de este ilustre hombre”. Al despedirse, el Anciano le dio a Catalina un ícono de la Theotokos con el Niño Divino entre brazos y le dijo que orara con fe a la Reina del Cielo, la Madre del Novio Celestial, y ella, en escuchando a Catalina, le concedería el deseo de su corazón.
Catalina oró toda la noche y se le concedió ver a la Santísima Virgen, quien dijo a su Divino Hijo: “Mira a tu sierva Catalina, cuán hermosa y virtuosa es”. Pero el Niño apartó Su rostro de ella diciendo: “No, ella es simple e incrédula. Es una necia indigente, y no puedo soportar mirarla hasta que abandone su impiedad”.
Catalina volvió de nuevo al Anciano profundamente entristecida y le contó lo que había visto en el sueño. Él la recibió, la instruyó en la fe de Cristo, la exhortó a conservar su pureza e integridad y a orar sin cesar. Luego recibió de él el Misterio del Santo Bautismo. Nuevamente Santa Catalina tuvo una visión de la Santísima Madre de Dios con su Niño. Esta vez el Señor la miró con ternura y le dio un hermoso anillo, una maravillosa señal de su compromiso con el Esposo celestial (este anillo todavía está en su mano).
En ese momento el emperador Maximiano estaba en Alejandría para celebrar un festival pagano. Por ello, la celebración fue especialmente espléndida y multitudinaria. Los gritos de los animales sacrificados, el humo y el olor de los sacrificios, el resplandor interminable de los fuegos y las multitudes bulliciosas en las arenas profanaron la ciudad de Alejandría. También fueron traídas víctimas humanas, los confesores de Cristo, que no lo negarían ni por efecto del tormento. Fueron condenados a muerte en el fuego. El amor de Catalina para con los mártires cristianos y su ferviente deseo de aliviar sus sufrimientos la obligaron a hablar con el sacerdote pagano y con el emperador Maximiano.
Al presentarse, la Santa confesó su fe en el Único Dios Verdadero y expuso los errores de los paganos. La belleza de la doncella cautivó al Emperador. Para convencerla de la superioridad de la sabiduría pagana, el Emperador ordenó a cincuenta de los más eruditos filósofos y retóricos del Imperio que disputaran con ella, pero la Santa venció a los sabios, de modo que llegaron a creer en Cristo ellos mismos. Santa Catalina hizo la Señal de la Cruz sobre los mártires, y ellos valientemente aceptaron la muerte por Cristo y fueron quemados vivos por orden del Emperador.
Incapaz de persuadir a la Santa, Maximiano trató de seducirla con la promesa de fama y riqueza. Al escuchar su airada negativa, el Emperador ordenó a sus hombres que sometieran a la Santa al tormento y luego la encarcelaran. La Emperatriz Augusta, que había oído hablar mucho de la Santa, quería verla. Convenció al comandante militar Porfirio de que la acompañara a la prisión con un destacamento de soldados. La Emperatriz quedó impresionada por el fuerte espíritu de Catalina, cuyo rostro irradiaba con la gracia divina. La Santa Mártir les explicó la fe cristiana y se convirtieron a Cristo.
Al día siguiente, condujeron a la Mártir al tribunal donde, bajo amenaza de tortura sobre la rueda, la instaron a renunciar a la fe cristiana y a ofrecer sacrificio a los “dioses”. La santa confesó firmemente a Cristo y fue llevada para ser torturada sobre cuatro ruedas con puntas de hierro afiladas, mas un ángel destrozó los instrumentos de ejecución, que se hicieron pedazos con muchos paganos parados cerca. Después de ver este milagro, la emperatriz Augusta y el cortesano imperial Porfirio junto con doscientos soldados confesaron su fe en Cristo ante todos, y fueron decapitados. Maximiano intentó nuevamente seducir a la Santa Mártir, ofreciéndole casarse con ella, y nuevamente fue rechazado. Santa Catalina se mantuvo fiel a su Esposo celestial, Cristo, y después de rezarle, apoyó la cabeza en el bloque bajo la espada del verdugo.
Las reliquias de Santa Catalina fueron llevadas por los Ángeles al Monte Sinaí. En el siglo VI, la cabeza venerable y la mano izquierda del santo mártir fueron encontradas por revelación y trasladadas con honor a la iglesia recién construida del Monasterio en el Monte Sinaí, construido por el santo emperador Justiniano (14 de noviembre).
Oramos a Santa Catalina es para conseguir alivio y asistencia durante un parto difícil. Los peregrinos a su monasterio en el Monte Sinaí reciben anillos de recuerdo como recuerdo de su visita.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Great Martyr Katherine of Alexandria. New York, Estados Unidos: OCA.
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