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SANTA VIRGEN MÁRTIR MARKÉLLA DE QUÍOS

conmemorada el 22 de julio.


La Santa Virgen Mártir Markélla vivió en el pueblo de Volissos (gr. Βολισσός), Quíos, en algún tiempo a mediados del siglo XIV. Sus padres eran cristianos y se contaban entre los ciudadanos más afortunados de Volissos. La madre de la Santa Virgen reposó cuando ella era joven, por lo que su padre, el alcalde del pueblo, se hizo cargo de su educación.

Su madre la había enseñado a ser deferente, devota, y a guardar su pureza. Evitaba asociarse con otras chicas que eran más extrovertidas que ella para no sufrir daño espiritual a causa de tal compañía. Su objetivo era alcanzar el Reino de los Cielos y convertirse en esposa de Cristo.

Santa Markélla creció en virtud a medida que crecía, ayunaba, oraba y asistía a los servicios divinos. Intentó guardar los mandamientos y llevar a otros a Dios. Amaba y respetaba a su padre y lo consolaba en su dolor. Ella le dijo que lo cuidaría en su vejez y que no lo abandonaría.

De adulta, Santa Markélla fue amada por todos, por su belleza y por sus dones espirituales. El enemigo de nuestra salvación intentó atraerla al pecado poniendo malos pensamientos en su mente. Ella resistió éstas tentaciones, por lo que el diablo se alejó de una confrontación directa con la joven. En cambio, inoculó en su padre un deseo antinatural por su hija.

El padre de Markélla alteró su comportamiento para con ella. Él se puso de mal humor y deprimido, prohibiéndole salir al jardín o hablar con los vecinos. Un día, sin poder comprender el motivo de tal cambio, la Santa entró en su aposento y lloró. Oró ante un icono de la Madre de Dios, pidiéndole que ayudara a su padre. Pronto se quedó dormida, sólo para ser despertada por los gritos de su padre.

El desdichado había pasado largo tiempo luchando contra su lujuria, pero finalmente cedió. A veces hablaba bruscamente a su hija, luego aparentaba ser amable. Deseaba estar cerca de ella y acariciar su cabello. Sin percatarse de las intenciones de su padre, Santa Markélla se alegró de verlo emerger de su estado melancólico, pensando que su oración había sido escuchada.

Un día, su padre declaró abiertamente la naturaleza de sus sentimientos por ella. Horrorizada, la Santa Virgen intentó evitarlo tanto como pudo. Incluso los vecinos se dieron cuenta de que algo andaba mal con el hombre, por lo que cesaron su trato con él.

Una mañana, un pastor cuidaba sus ovejas cerca de la playa y las conducía a la sombra de un árbol platanus para resguardarse del ardiente sol de julio. Justo cuando estaba a punto de acostarse, escuchó un ruido y miró hacia arriba. Vio a una joven mujer con un vestido roto corriendo colina abajo que se escondió en un arbusto cercano, ignorando sus espinas.

El pastor se preguntó quién la perseguía y cómo había llegado a ese lugar. Entonces oyó el ruido de un caballo que se acercaba y reconoció al alcalde del pueblo. Le preguntó al pastor si había visto a su hija. Dijo que no la había visto, pero señaló con el dedo su escondite.

El alcalde ordenó a Markélla que saliera del arbusto, pero ella se negó. Por lo tanto, prendió fuego al arbusto para obligarla a salir. Salió por el lado opuesto a su padre y corrió hacia la orilla rocosa, pidiendo ayuda a la Madre de Dios.

Santa Markélla siguió corriendo, a pesar de que la sangre manaba de su cara y sus manos. Sintiendo un dolor agudo en la pierna, vio que le habían disparado una flecha. Hizo una pausa para extraerla y luego emprendió la huida una vez más. Escaló sobre las rocas, derramando su sangre. Al oír a su padre acercarse, oró para que la tierra se abriera y se la tragara.

La Santa cayó de rodillas, sin fuerzas, y entonces ocurrió un milagro. La roca se abrió y recibió su cuerpo hasta la cintura. Su padre se acercó con los ojos desorbitados y gritando: “Te he atrapado. ¿Ahora adónde irás?”

Desenvainando su espada, masacró a su indefensa hija, cortando pedazos de su cuerpo. Finalmente, la agarró por el cabello y cortó su cabeza, arrojándola al mar. Al instante, el mar sereno se tornó tormentoso, y grandes olas rompieron en la orilla cerca de los pies del asesino. Pensando que el mar lo iba a ahogar por su crimen, dio media vuelta y huyó. Se desconoce su fin.

En años posteriores, los cristianos piadosos construyeron una iglesia en el sitio donde se ocultó la Santa Virgen Markélla. El lugar donde fue asesinada pasó a ser conocido como “El Martirio de Santa Markélla”, y la roca que se abrió para recibirla aún permanece. La roca parece ser una piedra grande que se desprendió de una montaña y rodó hacia el mar. La tierra de la montaña cubre el lugar del lado que mira hacia la tierra. En el lado que da al océano hay un pequeño agujero, del tamaño de un dedo. De la abertura brota un agua curativa que cura todas las enfermedades.

El fluir de agua no se debe a los movimientos de la marea, porque cuando la marea está baja no habría agua. Ésto, sin embargo, no es el caso. El agua es clara, pero algunas de las rocas cercanas se han teñido de un color amarillo rojizo. Según la tradición, las extremidades inferiores del cuerpo de Santa Markélla permanecen ocultas en la roca.

Lo más sorprendente de la roca no es la calidez del agua, ni la decoloración de las otras rocas, sino lo que sucede cuando un sacerdote realiza la Bendición del Agua. Un vapor se alza desde el agua cerca de la roca y el área entera queda cubierta por una niebla. El mar vuelve a la normalidad una vez finalizado el servicio. Muchos milagros han ocurrido en el lugar y peregrinos acuden allí desde todo el mundo.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2024). Martyr Markella of Chios. New York, Estados Unidos: OCA.

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