conmemorados el 20 de septiembre.
Antes de su Bautismo, el Santo Gran Mártir Eustaquio se llamaba Plakidas (Πλακίδας). Fue general romano en los reinados de los emperadores Tito (79-81) y Trajano (98-117). Aun antes de conocer a Cristo, Plakidas se dedicó a obras de caridad, asistiendo a los pobres y desamparados. Consiguientemente, el Señor no permitiría que este virtuoso pagano permaneciera en las tinieblas de la idolatría.
Un día, mientras cazaba en un bosque, advirtió un notable ciervo que se detenía de vez en vez para mirarlo. Plakidas lo persiguió montado a caballo, mas no pudo alcanzarlo. El ciervo saltó por sobre un abismo y se mantuvo en el otro lado frente a Plakidas. Repentinamente, Plakidas vio una Cruz radiante entre sus astas. El general se asombró al escuchar una voz que provenía de la Cruz y le decía: “¿Por qué me persigues, Plakidas?”.
“¿Quién eres, Maestro?” preguntó Plakidas. La voz respondió: “Yo soy Jesucristo, a quien tú no conoces, aunque por tus buenas obras me honras. He aparecido aquí sobre esta criatura por vosotros, para atraeros a la red de mi amor por la humanidad. No conviene que uno tan justo como tú adore ídolos y permanezca ignorante de la verdad. Fue para salvar a la humanidad que vine al mundo”.
Plakidas clamó: “Señor, creo que Tú eres el Dios del cielo y la tierra, el Creador de todas las cosas. Maestro, enséñame lo que he de hacer”. Una vez más el Señor respondió: “Ve al obispo de tu país y recibe el bautismo de él, y él te instruirá”.
Plakidas regresó a casa y con alegría le contó todo a su esposa Tatiana. Ella a su vez le contó un extraño sueño que había tenido la noche anterior, en el que le habían dicho: “Mañana tú, tu esposo y tus hijos vendrán a mí y sabrán que yo soy el Dios verdadero”. Luego, marido y mujer procedieron a hacer lo que se les había dicho.
Se apresuraron a presentarse ante el obispo cristiano, quien bautizó a su familia entera y luego los comulgó con los Santos Misterios. Plakidas pasó a llamarse Eustaquio, su esposa se llamó Theopistē y sus hijos, Agapios y Theopistos.
Al siguiente día, san Eustaquio fue al lugar de su milagrosa conversión y dio allí gracias al Señor por haberlo llamado al camino de la salvación.
San Eustaquio recibió otra milagrosa revelación. El Señor mismo predijo sus tribulaciones inminentes: “Eustaquio, sufrirás muchas desgracias, como Job, pero al final vencerás al diablo”.
En breve, san Eustaquio fue afligido por la desgracia: todos sus criados murieron a causa de la peste, y pereció su ganado. Arruinados, mas no desesperados en el espíritu, san Eustaquio y su familia secretamente abandonaron su hogar, para vivir en la desconocida pobreza, en humildad, y privación.
Se encaminaron hacia Egipto con el fin de abordar una nave con destino a Jerusalén. Durante la travesía el Santo experimentó más penas. Cautivado por la belleza de Theopistē, el armador desembarcó cruelmente a Eustaquio y sus hijos, quedándose con su esposa para él.
Con gran tristeza prosiguió el Santo su camino, y le sobrevino nueva calamidad. Al llegar a un río tempestuoso, acarreó a sus dos hijos uno a la vez. Cuando cruzó al primero, el otro fue apresado por un león y llevado al desierto. Al tiempo que volvía a la orilla, un lobo arrastró al otro niño al bosque.
San Eustaquio lloró amargamente, pero se dio cuenta de que la Divina Providencia le había enviado semejantes desgracias a fin de probar su perseverancia y devoción a Dios. San Eustaquio se preparó para más dolores aún, sabiendo que el que resiste las tentaciones y a prueba ha sido puesto, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que Lo aman (Stg 1:12).
En el pueblo de Badessos encontró trabajo y pasó cinco años en incesante labor. San Eustaquio no sabía en ese momento que por la misericordia de Dios, pastores y labradores habían rescatado a sus hijos, y vivían cerca de él. Tampoco sabía que el insolente armador había sido abatido por una terrible enfermedad y expiró, dejando a santa Theopistē indemne. Vivió en paz y libertad en el sitio en el cual atracara la nave.
Durante este tiempo, se había vuelto difícil para el emperador Trajano formar un ejército para Roma para hacer frente a una rebelión, ya que los soldados se negaban a ir a la batalla sin Plakidas. Aconsejaron a Trajano que enviara hombres a todas las ciudades para buscarlo.
Antiochos y Akakios, que eran amigos de Plakidas, lo buscaron en sitios distintos. Al fin, llegaron al pueblo donde residía san Eustaquio. Los soldados lo hallaron, pero no lo reconocieron. Comenzaron a hablarle de la persona que buscaban, pidiéndole ayuda y prometiéndole una gran recompensa. San Eustaquio reconoció enseguida a sus amigos, pero no les reveló su identidad.
Pidiendo dinero prestado a uno de sus amigos, preparó una comida para sus visitantes. Mientras lo miraban, notaron que se parecía a su antiguo comandante. Cuando vieron una cicatriz en su hombro de una herida profunda hecha por una espada, se dieron cuenta de que era su amigo quien estaba frente a ellos. Lo abrazaron con lágrimas y le hicieron saber la razón por la cual lo habían estado buscando.
San Eustaquio regresó a Roma con ellos y fue restaurado a su antiguo rango. Muchos nuevos reclutas fueron seleccionados de todo lo ancho del imperio para el ejército. El santo desconocía que los dos jóvenes soldados que lo servían, y a quienes amaba por su habilidad y audacia, eran en realidad sus propios hijos. Tampoco ellos se dieron cuenta de que estaban sirviendo bajo el mando de su propio padre, ni que eran hermanos de nacimiento.
Mientras estaba en campaña, el ejército dirigido por Eustaquio se detuvo en un lugar particular. Una noche, los hermanos estaban hablando en su tienda. El mayor habló sobre su vida, sobre cómo había perdido a su madre y a su hermano, y cómo había sido separado de su padre. El hermano menor se dio cuenta de que el otro hombre era su propio hermano y reveló cómo había sido rescatado del lobo.
Una mujer escuchó su conversación, ya que su tienda estaba montada justo al lado de su casa, y se dio cuenta de que estos eran sus hijos. Sin identificarse con ellos, pero sin querer separarse de ellos, se dirigió a su general, san Eustaquio, y le pidió que la llevara a Roma con él. Dijo que había estado prisionera y que quería volver a casa. Entonces llegó a reconocer al general como su marido, y con lágrimas le habló de ella, y de los dos soldados que eran sus hijos. Así, por la gran misericordia de Dios, toda la familia se reunió.
Poco después, la rebelión fue aplastada y san Eustaquio regresó a Roma con honor y gloria. El emperador Trajano había muerto mientras tanto, y su sucesor Adriano (117-138) quiso celebrar la victoria con un solemne sacrificio a sus “dioses”. Para asombro de todos, san Eustaquio no se presentó en el templo pagano. El emperador les ordenó encontrarlo y llevarlo al templo.
“¿Por qué no quieres adorar a los dioses?” preguntó el emperador. “Tú, por encima de todos los demás, deberías darles las gracias. No solo te preservaron en la guerra y te dieron la victoria, sino que también te ayudaron a encontrar a tu esposa e hijos”. San Eustaquio respondió: “Soy cristiano y glorifico y doy gracias a Cristo, y le ofrezco sacrificio. Es a Él a Quien debo mi vida. No conozco ni creo en ningún otro Dios”.
Indignado, el emperador le ordenó quitarse el cinturón militar y trajo ante él a Eustaquio y su familia. No consiguieron persuadir a los fieles confesores de Cristo para que ofrecieran sacrificio a los ídolos. La familia del Santo fue sentenciada a ser despedazada por fieras, pero los animales no quisieron tocar a los santos mártires.
Entonces el cruel emperador ordenó que fueran arrojados vivos al interior de un toro de bronce al rojo vivo, y san Eustaquio, su esposa Theopistē, y sus hijos Agapios y Theopistos padecieron el martirio. Antes de ser lanzado dentro del toro, san Eustaquio oró: “Otorga, oh Señor, Tu gracia a nuestras reliquias, y concede un lugar en Tu Reino a todos los que nos invocan, aunque nos invoquen cuando están en peligro en un río, o en el mar, te suplicamos que vengas en su ayuda.
Tres días más tarde, abrieron el toro de bronce y los cuerpos de los santos mártires se encontraron ilesos. Ni un cabello de sus cabezas estaba chamuscado, y sus rostros brillaban con una belleza sobrenatural. Muchos de los que presenciaron este milagro llegaron a creer en Cristo. Algunos cristianos piadosos enterraron los cuerpos de los santos con todo honor y reverencia.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Greatmartyr Eustáthios Placidas, with his Wife and Children, of Rome. New York, Estados Unidos: OCA.
https://www.oca.org/saints/lives/2023/09/20/102674-greatmartyr-eustthios-placidas-with-his-wife-and-children-of-rom
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