conmemorado el 28 de noviembre.
El monje mártir y confesor Esteban el Nuevo nació en 715 en Constantinopla en el seno de una piadosa familia cristiana. Sus padres, quienes tenían dos hijas, oraron al Señor por un hijo. La madre del recién nacido Esteban lo llevó a la iglesia Blachernae de la Santísima Theotokos y lo dedicó a Dios.
Durante el reinado del emperador León III, el Isaurio (716-741) hubo una persecución contra los santos iconos y contra sus veneradores. Con el apoyo del emperador, los seguidores de la herejía iconoclasta tomaron el control de los puestos supremos de autoridad así en el Imperio como en la Iglesia. Perseguida por los poderes de este mundo, la tradición ortodoxa se salvaguardó en los monasterios apartados de la capital, en celdas solitarias y en los corazones devotos y valerosos de sus caminantes.
Los padres ortodoxos de san Esteban, pesarosos ante la reinante impiedad, huyeron de Constantinopla a Bitinia, y entregaron a su hijo de dieciséis años en obediencia al monje Juan, que laboraba en la ascesis en un solitario lugar del Monte san Auxencio. San Esteban vivió con el venerable monje Juan por más de quince años, dedicándose por entero al Anciano pneumatóforo (i. e. portador del Espíritu), aprendiendo de él la actividad monástica. Aquí Esteban recibió la noticia de que su padre había muerto y que su madre y sus hermanas habían sido tonsuradas como monjas.
Después de cierto tiempo, su maestro Juan también descansó en el Señor. Con profundo dolor san Esteban enterró su venerable cuerpo, y persistió en solitario en el empeño monástico en su cueva. Pronto los monjes comenzaron a acudir al asceta, deseosos de aprender de él la vida virtuosa y salvífica, y se estableció un monasterio, con san Esteban como Higúmeno. A los cuarenta y dos años de edad, Esteban dejó el monasterio que había fundado y se fue a otra montaña, en cuya cima vivió en profunda reclusión en una celda solitaria. Pero aquí también se reunió pronto una comunidad de monjes, buscando la guía espiritual de san Esteban.
A León III, el Isaurio lo sucedió Constantino Coprónimo (741-775), un perseguidor todavía más feroz de los ortodoxos y un iconoclasta aún más celoso. El emperador convocó un Concilio Iconoclasta, al que asistieron 358 obispos de las provincias orientales. Sin embargo, a excepción de Constantino, el arzobispo de Constantinopla ─ilegítimamente elevado al trono patriarcal por el poder de Coprónimo─ ninguno de los otros patriarcas participó en las impías acciones de tal Concilio, por lo que no se lo estima como “ecuménico”. Este concilio de herejes, por instigación del emperador y el arzobispo, describió los íconos como ídolos y pronunció un anatema sobre todo aquello que venerara iconos a la usanza ortodoxa, describiendo, a la vez, la veneración de íconos como herejía.
Mientras tanto, el Monasterio del Monte Auxencio y su Higúmeno se dieron a conocer en la capital. Le contaron al emperador sobre la vida ascética de los monjes, sobre su piedad ortodoxa, sobre el don del Higúmeno Esteban para la realización de milagros, y cómo la fama de san Esteban se había extendido más allá de la región del Monasterio, y que el nombre de su superior fue acordado bajo un amor y deferencia universales. La abierta exhortación de parte del santo para con la veneración de iconos y el rechazo manifiesto a los perseguidores de la ortodoxia dentro del monasterio del Monte Auxencio enfurecieron especialmente al emperador. El arzobispo Constantino se dio cuenta de que en la persona de san Esteban tenía un oponente fuerte e implacable a sus intenciones iconoclastas, y planeó cómo podría o bien atraerlo a su lado o arruinarlo.
Intentaron atraer a san Esteban al bando iconoclasta, en un principio, con halagos y sobornos, más tarde con amenazas, mas fue en vano. Luego calumniaron al Santo, acusándolo de haber caído en pecado con la monja Anna. Mas su culpabilidad no fue probada, ya que la monja negó con valentía toda culpabilidad y expiró bajo tormento. Finalmente, el emperador dio órdenes de aprisionar al Santo y de destruir su monasterio. Se enviaron obispos iconoclastas a san Esteban en prisión, tratando de persuadirlo de la corrección dogmática de la posición iconoclasta. Pero el santo refutó fácilmente todos los argumentos de los herejes y se mantuvo fiel a la ortodoxia.
Entonces el emperador ordenó que el Santo fuera exiliado a una de las islas del Mar de Mármora. San Esteban se instaló en una cueva, y también allí pronto concurrieron sus discípulos. Después de cierto tiempo, el Santo dejó a los hermanos y asumió la hazaña de vivir en lo alto de un pilar. Las noticias del estilita Esteban y los milagros obrados por sus oraciones se extendieron por todo el Imperio y fortalecieron la fe y el espíritu de la ortodoxia en la gente.
El emperador dio órdenes de trasladar a san Esteban a prisión en la isla de Faros y luego llevarlo a juicio. En el juicio, el Santo refutó los argumentos de los herejes que lo juzgaban. Explicó la esencia dogmática de la veneración de los iconos y denunció a los iconoclastas porque al blasfemar los iconos, blasfemaban a Cristo y a la Madre de Dios. Como prueba, el Santo señaló una moneda de oro con la imagen del emperador inscrita. Preguntó a los jueces qué le sucedería a un hombre que arrojara la moneda al suelo y luego pisoteara la imagen del emperador bajo sus pies. Respondieron que tal hombre ciertamente sería castigado por deshonrar la imagen del emperador. El santo dijo que un castigo aún mayor le esperaba a cualquiera que deshonrara la imagen del Rey del Cielo y de sus Santos, y con eso escupió sobre la moneda, la arrojó al suelo y comenzó a pisotearla.
El emperador dio orden de llevar al Santo a prisión, donde ya languidecían 342 Ancianos, condenados por la veneración de iconos. En esta prisión san Esteban pasó once meses, consolando a los encarcelados. La prisión se convirtió en un monasterio, donde se cantaban las oraciones y los himnos habituales según el Typikon. La gente arribó en masa a la prisión y le pidió a san Esteban que orara por ellos.
Cuando el emperador supo que el santo había organizado un monasterio en prisión, donde rezaban y veneraban los santos iconos, envió a dos de sus propios sirvientes, hermanos gemelos, para dar la muerte al Santo. Cuando estos hermanos fueron a la prisión y vieron el rostro del monje brillando con una luz divina, cayeron de rodillas ante él, pidiéndole perdón y oraciones, después dijeron al emperador que su orden había sido cumplida. Mas el emperador supo la verdad y recurrió a otra mentira. Informando a sus soldados que el Santo conspiraba para destituirlo del trono, los envió a la prisión. El mismo Santo Confesor se entregó a los furiosos soldados, quienes lo agarraron y lo arrastraron por las calles de la ciudad. Luego arrojaron el cuerpo lacerado del mártir a una fosa, donde solían enterrar a los criminales.
A la mañana siguiente una nube de fuego apareció sobre el monte Auxencio, y luego una densa oscuridad descendió sobre la capital, acompañada de granizo que mató a muchas personas.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Monastic Martyr and Confessor Stephen the New. New York, Estados Unidos: OCA.
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