conmemorados el 18 de diciembre.
El Santo Mártir Sebastián nació en la ciudad de Narbonum en la Galia (actual Francia) y recibió su educación en Mediolanum (actual Milán). Bajo los emperadores co-reinantes Diocleciano y Maximiano (284-305) ocupó el puesto de jefe de la guardia imperial. San Sebastián era respetado por su autoridad y amado por los soldados y la corte. Era un hombre valeroso y lleno de sabiduría; su palabra fue honesta, su juicio justo. Fue perspicaz en el consejo, fiel en su servicio y en todo lo que lo fue confiado. Era secretamente cristiano, no por temor, sino para poder brindar ayuda a los hermanos en tiempos de persecución.
Los nobles hermanos cristianos Marcelino y Marcos habían sido encarcelados. Al principio confesaron firmemente la verdadera fe. Pero bajo la influencia de las súplicas entre lágrimas de sus padres (Tranquillinus y Marcia), así como de sus propias esposas e hijos, comenzaron a vacilar en su deseo de sufrir por Cristo. San Sebastián acudió al tesorero imperial, en cuya casa estaban recluidos Marcelino y Marcos, y se dirigió a los hermanos que estaban a punto de ceder a las súplicas de su familia.
“¡Oh valientes guerreros de Cristo! No desechéis vuestras eternas coronas de victoria por las lágrimas de vuestros familiares. No quitéis vuestros pies del cuello de vuestros enemigos que yacen postrados ante ti, no sea que recuperen las fuerzas y os ataquen con más fiereza que antes. Levantad vuestro estandarte en alto sobre todo apego terrenal. Si aquellos a quienes veis llorar supieran que hay otra vida donde no hay enfermedad ni muerte, donde hay alegría incesante y todo es hermoso, entonces seguramente desearían entrar en ella con vosotros. Cualquiera que tema cambiar ésta breve vida terrena por el interminable gozo del Reino celestial es verdaderamente un necio. Porque quien rechaza la eternidad desperdicia el breve tiempo de su existencia y será entregado al tormento eterno en el Hades”.
Entonces san Sebastián dijo que, si fuera necesario, estaría dispuesto a soportar el tormento y la muerte para mostrarles cómo dar la vida por Cristo.
Entonces san Sebastián persuadió a los hermanos para que llevaran a cabo su acto de martirio, y su discurso conmovió a todos los presentes. Vieron cómo su rostro brillaba como el de un ángel, y vieron cómo siete ángeles lo vistieron con un manto radiante, y oyeron a un hermoso Joven decir: “Estarás conmigo siempre”.
Zoé, la esposa del carcelero Nicostrato, había perdido la capacidad de hablar seis años antes. Cayó a los pies de san Sebastián, implorándole con gestos que la sanara. El Santo hizo la Señal de la Cruz sobre la mujer, y ella inmediatamente comenzó a hablar y glorificó al Señor Jesucristo. Dijo que había visto un ángel que sostenía un libro abierto en el que estaba escrito todo lo que decía san Sebastián. Entonces todos los que vieron el milagro llegaron también a creer en el Salvador del mundo. Nicostrato retiró las cadenas de Marcelino y Marcos y se ofreció a esconderlos, pero los hermanos se negaron.
Marcos dijo: “Que arranquen la carne de nuestros cuerpos con crueles tormentos. Pueden matar el cuerpo, pero no pueden conquistar el alma que lucha por la Fe”. Nicostrato y su esposa pidieron el bautismo, y san Sebastián aconsejó a Nicostrato que sirviera a Cristo en vez del Eparca. También dijo que reuniera a los presos para que los que creían en Cristo pudieran ser bautizados. Nicostrato luego pidió a su secretario Claudio que enviara a todos los prisioneros a su casa. Sebastián les habló de Cristo y se convenció de que todos estaban dispuestos a ser bautizados. Llamó al sacerdote Policarpo, quien los preparó para el Misterio, instruyéndoles a ayunar en preparación para el Bautismo esa noche.
Entonces Claudio informó a Nicostrato que el Eparca romano Arestio Cromato quería saber por qué los prisioneros estaban reunidos en su casa. Nicostrato le contó a Claudio sobre la curación de su esposa, y Claudio llevó a sus propios hijos enfermos, Sinforiano y Félix, a san Sebastián. Por la tarde, el sacerdote Policarpo bautizó a Tranquillino con sus parientes y amigos, a Nicostrato y toda su familia, a Claudio y sus hijos, y también a dieciséis prisioneros condenados. En total fueron 64 los recién bautizados.
Nicostrato, compareciendo ante el Eparca Cromato, le contó cómo san Sebastián los había convertido al cristianismo y había sanado a muchos de sus enfermedades. Las palabras de Nicostrato persuadieron al Eparca. Llamó a san Sebastián y al presbítero Policarpo, fue iluminado por ellos y se hizo creyente en Cristo. Nicostrato y Cromato, su hijo Tiburcio y toda su casa aceptaron el santo bautismo. El número de los recién iluminados aumentó a 1400. Al convertirse al cristianismo, Cromato renunció a su cargo de Eparca.
Durante éste tiempo el obispo de Roma fue San Gayo (11 de agosto). Bendijo a Cromato para que partiera hacia sus propiedades en el sur de Italia con el sacerdote Policarpo. Con ellos también fueron los cristianos que no pudieron soportar el martirio. El padre Policarpo fue a fortalecer en la fe a los recién convertidos.
Tiburcio, hijo de Cromato, quiso aceptar el martirio y permaneció en Roma con San Sebastián. De los restantes, san Cayo ordenó presbítero a Tranquillino, y sus hijos Marcelino y Marcos fueron ordenados diáconos. También permanecieron en Roma Nicostrato, su esposa Zoé y su hermano Castorio, y Claudio, su hijo Sinforiano y su hermano Victorino. Se reunieron para los servicios divinos en la corte del emperador junto con un cristiano secreto llamado Cástulo, pero pronto les llegó el momento de sufrir por la Fe.
Los paganos arrestaron primero a Santa Zoé, quien oraba ante la tumba del Apóstol Pedro. En el juicio ella confesó valientemente su fe en Cristo. Expiró colgada de los cabellos sobre el humo fétido de un gran fuego de estiércol. Luego su cuerpo fue arrojado al río Tíber. Apareciendo en una visión a san Sebastián, le contó su muerte.
El sacerdote Tranquilino fue el siguiente en sufrir: los paganos arrojaron piedras ante la tumba del Santo Apóstol Pedro y su cuerpo también fue arrojado al Tíber.
Los Santos Nicostrato, Castorio, Claudio, Victorino y Sinforiano fueron apresados en la orilla del río, cuando buscaban los cuerpos de los mártires. Fueron conducidos ante el Eparca, y los Santos rechazaron la orden de ofrecer sacrificios a los ídolos. Ataron piedras al cuello de los Mártires y luego los ahogaron en el mar.
El falso cristiano Torcuato traicionó a san Tiburcio. Cuando el Santo se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos, el juez ordenó a Tiburcio caminar descalzo sobre brasas al rojo vivo, pero el Señor lo preservó. Tiburcio caminó entre las brasas sin sentir el calor. Luego, los torturadores decapitaron a san Tiburcio y su cuerpo fue enterrado por cristianos desconocidos.
Torcuato también traicionó a los Santos Diáconos Marcelino y Marcos, y a san Cástulo (26 de marzo). Después del tormento, arrojaron a Cástulo a un hoyo y lo enterraron vivo, pero a Marcelino y a Marcos les clavaron los pies en el mismo tocón. Estuvieron toda la noche orando y por la mañana fueron apuñalados con lanzas.
San Sebastián fue el último en recibir el tormento. El emperador Diocleciano lo interrogó personalmente y, viendo la determinación del Santo Mártir, ordenó que lo sacaran de la ciudad, lo ataran a un árbol y asestaran flechas sobre él. Irene, esposa de San Cástulo, fue de noche a enterrar a san Sebastián, pero lo encontró vivo y lo llevó a su casa.
San Sebastián pronto se recuperó de sus heridas. Los cristianos lo instaron a abandonar Roma, pero él se negó. Al acercarse a un templo pagano, el Santo vio acercarse a los emperadores y los denunció públicamente por su impiedad. Diocleciano ordenó que el Santo Mártir fuera llevado al Circo Máximo para ser ejecutado. Asesinaron a palos a san Sebastián y arrojaron su cuerpo a la alcantarilla. El Santo Mártir se apareció en una visión a una piadosa mujer llamada Lucina a quien instruyó que tomara su cuerpo y lo enterrara en las catacumbas. Ésto lo hizo con la ayuda de sus esclavos. Hoy su basílica se encuentra en el sitio de su sepulcro.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Martyr Sebastian at Rome and His Companions. New York, Estados Unidos: OCA.
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