conmemorados el 10 de agosto.
Los Santos Mártires Archidiácono Lorenzo, el papa Sixto, los diáconos Felicissimo y Agapito, y el soldado Romano, ciudadanos de Roma, sufrieron en el año 258 durante el reinado del emperador Valeriano (253-260). San Sixto nació en la ciudad de Atenas, y en un principio fue filósofo, pero luego se convirtió a la Fe en Cristo. Cuando arribó a Roma, se apareció como un miembro sabio y devoto de la Iglesia. Durante un período de tiempo, pasó por los distintos rangos del clero y se hizo en obispo de Roma tras la muerte como Mártir de san Esteban (2 de agosto). Un sinnúmero de jerarcas romanos prefirió la muerte antes que ofrecer sacrificios a los ídolos. Pronto, san Sixto también fue arrestado y encarcelado junto con sus diáconos Felicissimo y Agapito.
Cuando el Archidiácono Lorenzo visitó a san Sixto en prisión, éste clamó con lágrimas: “¿Adónde vas, padre, sin tu hijo? ¿Adónde te apresuras sin tu Archidiácono? Nunca has ofrecido el Sacrificio Incruento sin mí. Llévame contigo, para que pueda unirme a ustedes en el derramamiento de nuestra sangre por Cristo!”.
San Sixto respondió: “No te abandono, hijo mío. Soy viejo y acepto la batalla menor, pero te espera un sufrimiento más grande. Debes alcanzar la mayor victoria y triunfar sobre tus torturadores. Tres días después de mi muerte, habrás de seguirme”.
Luego confió al Archidiácono Lorenzo los tesoros de la iglesia, así como los vasos sagrados, diciéndole que los repartiera entre los pobres. Los reunió, pues, y dio la vuelta a pie por la ciudad, presentándose ante los clérigos y cristianos menesterosos que estaban ocultos, asistiéndolos según sus necesidades.
Cuando supo que san Sixto había sido llevado a juicio con sus diáconos, san Lorenzo fue allí para presenciar el resultado. Al ver que los Mártires se obstinaban en negarse a ofrecer sacrificios a los ídolos, Valeriano ordenó que los llevaran al templo de Marte fuera de las murallas de la ciudad y los mataran si no ofrecían incienso a los ídolos. Cuando vio el templo pagano, san Sixto oró para que fuera destruido. Ocurrió un terremoto que provocó el derrumbe de parte del templo y la estatua de Marte se hizo añicos. San Lorenzo exclamó: “Padre, he cumplido tu mandato y he distribuido los tesoros de la Iglesia que me confiaste”.
Después de enterarse del tesoro, los soldados lo pusieron bajo vigilancia. San Sixto y los demás mártires fueron decapitados frente al templo el 6 de agosto de 258. Posteriormente, los soldados llevaron a san Lorenzo ante el emperador, informándolo que lo habían oído mencionar algo sobre los tesoros ocultos de la Iglesia. El emperador lo ordenó revelar dónde estaban los tesoros, y el Archidiácono pidió tres días para recogerlos. Entonces san Lorenzo reunió a todos los pobres y necesitados, y los llevó al Prefecto, diciendo: “He aquí los tesoros de la Iglesia”.
El gobernante se enojó mucho por ésto y ordenó a Hipólito, quien estaba a cargo de la prisión, que arrojara al Archidiácono al calabozo con otros prisioneros. Allí el Santo devolvió la vista a un hombre llamado Lucillus. Hipólito se asombró de tal milagro y pidió ver los tesoros de la Iglesia. San Lorenzo le dijo que, si creía en Cristo y recibía el Santo Bautismo, encontraría la verdadera riqueza y la vida eterna. Hipólito dijo que, si ésto era cierto, haría lo que le pidiera.
Hipólito condujo a san Lorenzo a su casa, donde instruyó y bautizó al carcelero y a toda su casa, conformada por diecinueve personas. Poco después, se ordenó a Hipólito que trajera al Archidiácono ante el emperador Valeriano. Al observar que el Santo no había accedido a ofrecer sacrificio, mandó torturar a san Lorenzo. Aun así, el Archidiácono se negó a sacrificar a los ídolos. Mientras el Mártir soportaba estos tormentos, un soldado de nombre Romano gritó: “Lorenzo, veo un joven radiante de pie a tu lado limpiando tus heridas. Ruega a Cristo, que te ha enviado a su ángel, que no me abandone”.
Entonces Valeriano ordenó a Hipólito que devolviera al Santo a prisión. Romano trajo una jarra de agua y pidió al mártir que lo bautizara. Inmediatamente después de que el soldado fuera bautizado, otros soldados lo agarraron y lo llevaron al emperador. Antes de que alguien pudiera cuestionarlo, Romano gritó: “Soy cristiano”.
El 9 de agosto, el emperador ordenó que lo sacaran de la ciudad y lo decapitaran.
Al día siguiente, San Lorenzo fue colocado en un potro, azotado con látigos con puntas de hierro afiladas, y luego fue tendido desnudo sobre una parrilla de hierro al rojo vivo con brasas debajo. El Santo Mártir miró al gobernante y dijo: “Ya has abrasado un costado de mi cuerpo, ahora dame la vuelta para que pongas a prueba aquello que has abrasado”. Luego glorificó a Dios, diciendo: “Te doy gracias, Señor Jesús Cristo, porque me has encontrado digno de entrar por Tus puertas”.
San Lorenzo recibió la corona inmarcesible del martirio el 10 de agosto de 258.
Esa noche, san Hipólito tomó el cuerpo del Santo y lo envolvió en un sudario con especias. Luego, él y el sacerdote Justino llevaron las reliquias a la casa de una viuda llamada Kyriake, donde permanecieron hasta la noche. Posteriormente, muchos cristianos escoltaron el cuerpo del Santo a una cueva en la propiedad de la viuda. Después de orar toda la noche, enterraron allí con honor al Mártir. Entonces el Padre Justino celebró la Divina Liturgia, y todos participaron de los Santos Misterios.
San Hipólito y los demás cristianos sufrieron el martirio tres días después de la muerte de san Lorenzo, el 13 de agosto.
Una gran parte de las reliquias de san Lorenzo se encuentra en la iglesia “extramuros” de San Lorenzo en Roma. Otra parte de las sagradas reliquias se encuentra en los Monasterios de San Panteleímon en el Monte Athos y en Kykkos, Chipre.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Martyr and Archdeacon Laurence and Those With Him in Rome. New York, Estados Unidos: OCA.
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