conmemorado el 20 de diciembre.
El Hieromártir Ignacio, Portador de Dios, fue discípulo del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo, como también lo fuera san Policarpo, obispo de Esmirna (23 de febrero). San Ignacio fue el segundo obispo de Antioquía y sucesor del obispo Evodio, Apóstol de los Setenta (7 de septiembre).
La tradición sugiere que cuando san Ignacio era pequeño, el Salvador lo abrazó y le dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18:3). El Santo fue llamado “Portador de Dios” (Teóforo), por cuanto guardaba a Dios en su corazón y oraba a Él incesantemente. También recibió tal nombre porque estaba sostenido en los brazos de Cristo, el Hijo de Dios encarnado.
Como obispo de Antioquía, san Ignacio fue celoso y no escatimó esfuerzos para edificar la iglesia de Cristo. A él se atribuye la práctica del canto antifonal (por dos coros) durante los servicios religiosos. Había tenido una visión de los ángeles en el cielo cantando alternativamente alabanzas a Dios y dividió el coro de su iglesia para seguir éste ejemplo. En tiempos de persecución fue una fuente de fortaleza para las almas de su rebaño y estaba ansioso de sufrir por Cristo.
En el año 106 el emperador Trajano (98-117), tras su victoria sobre los escitas, ordenó a todos dar gracias a los dioses paganos y asesinar a los cristianos que se negaran a adorar a los ídolos. En el año 107, Trajano pasó por Antioquía. Aquí le dijeron que el obispo Ignacio confesaba abiertamente a Cristo y enseñaba a la gente a despreciar las riquezas, a llevar una vida virtuosa y a preservar la virginidad. San Ignacio se presentó voluntariamente ante el emperador, para evitar la persecución de los cristianos en Antioquía. San Ignacio rechazó las persistentes peticiones del emperador Trajano de sacrificar a los ídolos. El emperador decidió entonces enviarlo a Roma para ser arrojado a las fieras. San Ignacio alegremente aceptó la sentencia impuesta. De su disposición al martirio dan testimonio aquellos presentes, quienes acompañaron al Santo Mártir y Teóforo Ignacio desde Antioquía a Roma.
De camino a Roma, el barco zarpó de Seleucia y se detuvo en Esmirna, donde san Ignacio se reunió con su amigo el obispo Policarpo. Clero y creyentes de otras ciudades y pueblos se agolpaban para ver a san Ignacio. Exhortó a todos a no temer la muerte ni a llorar por ella. En su Epístola a los cristianos romanos, les pidió que lo ayudaran con sus oraciones y que oraran para que Dios lo fortaleciera en su inminente martirio por Cristo: “Busco a Aquel que murió por nosotros; Deseo a Aquel que resucitó para nuestra salvación... En mí, el deseo ha sido clavado en la cruz, y no queda ninguna llama de anhelo material. Sólo el agua viva habla dentro de mí, diciendo: ‘Apresúrate al Padre’”.
De Esmirna, san Ignacio pasó a Troas. Aquí escuchó la feliz noticia del fin de la persecución contra los cristianos en Antioquía. Desde Troas, san Ignacio navegó hasta Neápolis (en Macedonia) y luego hasta Filipos.
En el camino a Roma san Ignacio visitó varias iglesias, enseñando y encaminando a los cristianos allí. También escribió siete epístolas: a las iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralles, Roma, Filadelfia y Esmirna. También dirigió una carta a san Policarpo, quien menciona una colección de las cartas de san Ignacio en su carta a los Filipenses (Cap. 13). San Ireneo de Lyon cita la carta de san Ignacio a los Romanos (Contra las Herejías 5:28:4). Todas éstas cartas han sobrevivido hasta nuestros días.
Los cristianos romanos recibieron a san Ignacio con gran alegría y profundo dolor. Algunos de ellos esperaban impedir su ejecución, pero san Ignacio les imploró que no lo hicieran. Arrodillándose, oró junto con los creyentes por la Iglesia, por el amor entre los hermanos y por el fin de la persecución contra los cristianos.
El día 20 del mes de diciembre, día de una fiesta pagana, llevaron a san Ignacio a la arena, y éste se dirigió al pueblo: “Varones romanos, sabéis que estoy condenado a muerte, no por ningún delito, sino por mi amor a Dios, por cuyo amor soy abrazado. Anhelo estar con Él y ofrecerme a Él como un pan puro, hecho de trigo fino molido por los dientes de las fieras”.
Después de ésto, los leones fueron liberados y lo despedazaron, dejando solo su corazón y algunos huesos. La tradición dice que, en su camino hacia la ejecución, san Ignacio repitió sin cesar el nombre de Jesucristo. Cuando preguntaron por qué hacía esto, san Ignacio respondió que ese Nombre estaba escrito en su corazón, y que confesaba con sus labios a Aquel a quien siempre llevaba dentro. Cuando el Santo fue devorado por los leones, su corazón fue preservado. Cuando abrieron su corazón, los paganos vieron una inscripción en letras doradas: “Jesucristo”. Después de su ejecución, san Ignacio se apareció a muchos de los fieles mientras dormían para consolarlos, y algunos lo vieron orando por la ciudad de Roma.
Al enterarse del gran coraje del Santo, Trajano pensó bien de él y detuvo la persecución contra los cristianos. Las reliquias de san Ignacio fueron trasladadas a Antioquía (29 de enero), y el 1° de febrero del año 637 fueron devueltas a Roma y colocadas en la iglesia de San Clemente.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Hieromartyr Ignatius the God-Bearer, Bishop of Antioch. New York, Estados Unidos: OCA.
コメント