SANTO NUEVO GRAN MÁRTIR EFRAÍN TAUMATURGO
- monasteriodelasant6
- 5 may
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conmemorado el 05 de mayo.

El Santo Efraín, Gran Mártir y Taumaturgo (gr. Άγιος Εφραίμ ο Μεγαλομάρτυρας και θαυματουργός) nació en Grecia el 14 de septiembre de 1384. Su padre falleció cuando el Santo era joven, y su piadosa madre quedó sola al cuidado de siete hijos.
Cuando san Efraín cumplió la edad de catorce años, el bondadoso Dios lo dirigió a un Monasterio en el monte Amoman, cerca de Nea Makri, en el Ática. El Monasterio estaba dedicado a la Anunciación y también a Santa Paraskevi. Allí tomó sobre sus hombros la Cruz de Cristo, la cual todo aquel que desee seguirlo debe llevar (Mt 16:24). Ardiendo de amor a Dios, san Efraín se sometió con devoción a la disciplina monástica. Durante casi veintisiete años imitó la vida de los grandes Padres y Ascetas del desierto. Con divino celo, siguió a Cristo, apartándose de las tentaciones de éste mundo. Por la gracia de Dios, se purificó de las pasiones destructoras del alma y se hizo morada del Espíritu Santo. Así mismo fue hallado digno de recibir la gracia del sacerdocio y sirvió en el altar con gran reverencia y compunción.
El día 14 de septiembre del año 1425, los bárbaros turcos acometieron una invasión por mar, destruyendo el Monasterio y saqueando los alrededores. San Efraín fue una de las víctimas de su desaforada aversión. Muchos monjes habían sido atormentados y decapitados, pero san Efraín mantuvo la calma. Ésto enfureció a los turcos, por lo que lo encarcelaron para torturarlo y obligarlo a negar a Cristo.
Lo encerraron en una pequeña celda sin alimento ni agua, y lo azotaban a diario con la ambición de convencerlo de convertirse al islam. Por largos meses, soportó horribles tormentos. Cuando los turcos se dieron cuenta de que el Santo permanecía fiel a Cristo, decidieron ejecutarlo. El día martes 5 de mayo de 1426, lo excarcelaron. Lo pusieron boca abajo y lo ataron a una morera; luego lo azotaron y se mofaron de él. “¿Dónde está tu Dios?”, preguntaron, “¿Por qué no te ayuda?”. El Santo no se desanimó, sino que oró: “Oh Dios, no escuches las palabras de éstos hombres, sino que se haga tu voluntad como has ordenado”.
Los bárbaros tiraron de la barba al Santo y lo torturaron hasta que sus fuerzas flaquearon. Su sangre fluía y su ropa estaba hecha jirones. Su cuerpo estaba casi desnudo y cubierto de numerosas heridas. Aun así, los agarenos no estaban satisfechos, sino que deseaban torturarlo aún más. Uno de ellos tomó un leño en llamas y lo clavó violentamente en el ombligo del Santo. Sus gritos eran desgarradores, tan grande era su dolor. La sangre fluía de su estómago, pero los turcos no se detuvieron. Repitieron los mismos dolorosos tormentos insistentemente. Su cuerpo se retorcía y sus extremidades convulsionaban. Pronto, el Santo se debilitó tanto que no pudo hablar, así que oró en silencio pidiendo a Dios perdón por sus pecados. Sangre y saliva manaban de su boca, y la tierra estaba inundada con su sangre. Entonces, cayó inconsciente.
Pensando que había muerto, los turcos cortaron las cuerdas que lo ataban al árbol, y el cuerpo del Santo cayó al suelo. Su ira no amainó, así que continuaron azotándolo. Pasado un tiempo, el Santo abrió los ojos y oró: “Señor, te entrego mi espíritu”. Alrededor de las nueve de la mañana, el alma del Mártir partió de su cuerpo.
Éstos hechos permanecieron preteridos durante casi quinientos años, ocultos en las profundidades del silencio y el olvido hasta el día 3 de enero del año 1950. Para entonces, un Monasterio de mujeres había surgido en el sitio del antiguo Monasterio. La abadesa Makaria (+ 23 de abril de 1999) deambulaba por las ruinas del Monasterio, pensando en los Mártires cuyos huesos habían sido esparcidos sobre aquella tierra y cuya sangre había asperjado el árbol de la fe ortodoxa. Comprendió que aquel era un sitio sagrado y oró para que Dios le permitiera contemplar a uno de los Padres que habían vivido allí.
Después de un tiempo, pareció sentir una voz interior que le decía que cavara en cierto lugar. Le indicó el lugar a un obrero que había contratado para hacer reparaciones en el antiguo Monasterio. El hombre no deseaba cavar allí, sino en otro lugar. Ante la insistencia del hombre, la madre Makaria le permitió ir adonde quisiera. Ella oró para que el hombre no pudiera cavar allí, y así fue como tropezó con una roca. Aunque intentó cavar en tres o cuatro lugares, el resultado fue el mismo. Finalmente, accedió a cavar donde la abadesa le había indicado inicialmente.
En las ruinas de una antigua celda, retiró los escombros y comenzó a cavar con enojo. La abadesa pidió que cavara más despacio, pues no deseaba que dañara el cuerpo que esperaba encontrar allí. Él se río, porque la abadesa esperaba encontrar las reliquias de un Santo. Sin embargo, cuando alcanzó los dos metros de profundidad, desenterró la cabeza del hombre de Dios. En ese instante, una fragancia inefable se difundió en el aire. El obrero palideció y no pudo hablar. La madre Makaria le dijo que se marchara y la dejara allí sola. Se arrodilló y besó el cuerpo con reverencia. Mientras retiraba más tierra, vio las mangas del raso del Santo. La tela era gruesa y parecía haber sido tejida en un telar de antaño. Descubrió el resto del cuerpo y comenzó a extraer los huesos, que parecían ser los de un Mártir.
La madre Makaria permanecía aún en aquel sitio sagrado caída la noche, así que oró las Vísperas. De pronto, oyó pasos que provenían del sepulcro, cruzando el patio hacia la puerta de la iglesia. Los pasos eran fuertes y firmes, como los de un hombre de carácter fuerte. La monja temía darse la vuelta para mirar, pero entonces oyó una voz que decía: “¿Cuánto tiempo me vas a dejar aquí?”.
Vio a un monje alto, de ojos pequeños y redondos, con la barba hasta el pecho. En su mano izquierda descansaba una luz brillante, y con la derecha la bendijo. La madre Makaria se llenó de alegría y su temor fue echado fuera. “Perdóname”, dijo, “cuidaré de ti mañana en cuanto Dios haga amanecer”. El Santo desapareció, y la abadesa continuó orando las Vísperas.
Por la mañana, después de Maitines, la madre Macaria limpió los huesos y los dispuso en un nicho en el altar de la iglesia, encendiendo una vela ante él. Esa noche, san Efraín se le apareció en sueños. Agradeció el cuidado de sus reliquias y luego dijo: “Soy san Efraín”. De sus propios labios, ella escuchó la historia de su vida y martirio.
Puesto que san Efraín glorificó a Dios con su vida y con su muerte, el Señor lo concedió la gracia de obrar milagros. Quienes veneran sus santas reliquias con fe y amor han sido sanados de toda clase de enfermedades y dolencias, respondiendo prontamente a las oraciones de quienes lo invocan.
Al Santo Nuevo Gran Mártir Efraín Taumaturgo también se lo conmemora el día 3 del mes de enero.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2025). New Martyr Ephraim. New York, Estados Unidos: OCA.
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