conmemorado el domingo 23 de junio de 2024.
SANTO PENTECOSTÉS
por el Protopresbítero Aleksandr Dimitrievich Schmemann
En el ciclo litúrgico anual de la Iglesia, Pentecostés es “el último gran día”. Es la celebración por parte de la Iglesia de la venida del Espíritu Santo como el fin ─realización y cumplimiento─ de la historia entera de la salvación. Por la misma razón, sin embargo, es asimismo la celebración del comienzo: es el “cumpleaños” de la Iglesia cual presencia del Espíritu Santo entre nosotros, de la vida nueva en Cristo, de la gracia, del conocimiento, de la adopción a Dios y de la santidad.
Éste doble sentido y doble alegría se nos revela, en primer lugar, en el nombre mismo de la Fiesta. En griego, «Pentecostés» significa cincuenta, y en el sagrado simbolismo bíblico de los números, el número cincuenta simboliza tanto la plenitud de los tiempos como lo que está más allá del tiempo: el mismo Reino de Dios. Simboliza el cumplimiento del tiempo por su primer componente: 49, que es el cumplimiento del siete (7 x 7): el número del tiempo. Y simboliza lo que está más allá del tiempo por su segundo componente: 49 + 1, siendo éste el nuevo día, el “día sin atardecer” del Reino eterno de Dios. Con la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo, el tiempo de la salvación, la obra divina de la redención ha sido consumada, la plenitud revelada, los dones todos concedidos: ahora corresponde a nosotros “apropiarnos” de éstos dones, para ser aquello que hemos sido hechos en Cristo: partícipes y ciudadanos de Su Reino.
LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS
El servicio de Vigilia comienza con una invitación solemne: “Celebremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, el día señalado de la promesa, y el cumplimiento de la esperanza, el misterio que es tan grande como precioso”.
En la venida del Espíritu se revela la esencia misma de la Iglesia: “El Espíritu Santo provee todo, rebosa de profecía, cumple el sacerdocio, ha enseñado sabiduría a los iletrados, ha revelado a los pescadores como teólogos, reúne a todo el consejo de la Iglesia”.
En las tres lecturas del Antiguo Testamento (Nm 11:16-17, 24-29; Jl 2:23-32; Ez 36:24-28) escuchamos las profecías acerca del Espíritu Santo. Se nos enseña que la historia entera de la humanidad estuvo dirigida hacia el día en que Dios “derramaría su Espíritu sobre toda carne”. ¡Éste día ha llegado! Toda esperanza, toda promesa, toda expectativa se ha cumplido. Al final de los himnos de la Apóstica, por primera vez desde la Pascua, cantamos el himno: “Oh, Rey Celestial, Consolador, Espíritu de Verdad”, aquel con el que inauguramos todos nuestros servicios, todas nuestras oraciones, que es, por así decirlo, el aliento de vida de la Iglesia, y cuya venida a nosotros, cuyo “descenso” sobre nosotros en esta Festiva Vigilia, es de hecho la experiencia misma del Espíritu Santo “viniendo y morando en nosotros”.
Habiendo llegado a su culmen, la Vigilia continúa como un estallido de alegría y luz porque “en verdad, la luz del Consolador ha venido e iluminado al mundo”. En la lectura del Evangelio (Jn 20:19-23) la Fiesta se interpreta como la Fiesta de la Iglesia de Cristo, de su naturaleza, poder y autoridad divinos. El Señor envía a Sus discípulos al mundo, como Él mismo fue enviado por Su Padre. Luego, en las Antífonas de la Liturgia, proclamamos la universalidad de la predicación de los Apóstoles, el significado cósmico de la Fiesta, la santificación del mundo entero, la verdadera manifestación del Reino de Dios.
LAS VÍSPERAS DE PENTECOSTÉS
La peculiaridad Litúrgica del día de Pentecostés descansa en sus sumamente especiales Vísperas. Por lo general, éste servicio subsigue inmediatamente a la Divina Liturgia, “añadiéndose” como su propio cumplimiento. El servicio inicia como un solemne “sumario” de la celebración entera, como su síntesis litúrgica. Sostenemos flores entre nuestras manos, simbolizando la alegría de la eterna primavera, inaugurada por la venida del Espíritu Santo. Después de la Entrada Festiva, ésta alegría llega a su culmen con el canto del Gran Proquímeno: “¿Quién es un Dios tan grande como nuestro Dios?”.
Luego, habiendo llegado a ésta cima, se nos invita a arrodillarnos. Éste es nuestro primer arrodillamiento desde Semana Santa. Significa que después de éstos cincuenta días de alegría y plenitud pascual, de experiencia del Reino de Dios, la Iglesia está ahora a punto de comenzar su peregrinaje a través del tiempo y de la historia. Vuelve a caer la tarde, y se acerca la noche, durante la cual nos esperan tentaciones y descalabros, cuando más que nada necesitamos la ayuda divina, esa presencia y poder del Espíritu Santo, que ya nos ha revelado el gozoso Final, que ahora nos auxiliará en nuestro esfuerzo hacia la consumación y la salvación.
Todo ésto se revela en las tres oraciones que el celebrante lee ahora mientras todos nos arrodillamos y lo escuchamos. En la primera oración, llevamos a Dios nuestro arrepentimiento, nuestra creciente petición de perdón de los pecados, primera condición para entrar en el Reino de Dios.
En la segunda oración, pedimos al Espíritu Santo que nos ayude, que nos enseñe a orar y a seguir el verdadero camino en la noche oscura y ardua de nuestra existencia terrena.
Finalmente, en la tercera oración, recordamos a quienes han concluido su camino terrenal, pero que permanecen unidos a nosotros en el eterno Dios de Amor.
La alegría de la Pascua se ha cumplido y una vez más nos corresponde aguardar la aurora del Día Eterno. Empero, conociendo nuestra debilidad, haciéndonos humildes al arrodillarnos, conocemos también el gozo y el poder del Espíritu Santo que ha venido. Sabemos que Dios está con nosotros, que en Él está nuestra victoria.
Así culmina la Fiesta de Pentecostés y entramos en “el tiempo ordinario” del año. Así, en lo sucesivo, cada domingo serán llamado “después de Pentecostés” ─lo cual quiere decir que es del poder y la luz de éstos cincuenta días que recibiremos nuestro propio poder, la Divina ayuda en nuestra cotidiana batalla. En Pentecostés decoramos nuestras iglesias con flores y ramas verdes, porque la Iglesia “nunca envejece, sino que siempre es joven”. Es un Árbol siempre verde, siempre vivo, de gracia y vida, de alegría y consuelo. Porque el Espíritu Santo, “tesoro de bienes y dador de vida, viene y mora en nosotros, nos limpia de toda impureza”, y colma nuestra vida de sentido, amor, fe y esperanza.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Holy Pentecost. New York, Estados Unidos: OCA.
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