conmemorado el 23 de abril.
El Santo y Glorioso Gran Mártir Jorge el Portador de la Victoria, era nativo de Capadocia (un distrito en Asia Menor), y creció en una familia cristiana profundamente creyente. Su padre fue martirizado por Cristo cuando Jorge aún era un niño. Su madre, propietaria de tierras en Palestina, se mudó allí con su hijo y lo crio en estricta piedad.
Cuando se hizo hombre, san Jorge entró al servicio del ejército romano. Era apuesto, osado y valeroso en la batalla, y llamó la atención del emperador Diocleciano (284-305) y se unió a la guardia imperial con el rango de comandante militar.
El emperador pagano, que hizo mucho por la restauración del poderío romano, estaba claramente preocupado por el peligro que representaba para la civilización pagana el triunfo del Salvador crucificado, e intensificó su persecución contra los cristianos en los últimos años de su reinado. Siguiendo el consejo del Senado de Nicomedia, Diocleciano dio a todos sus gobernadores plena libertad en sus procedimientos judiciales contra los cristianos, prometiendo su pleno apoyo.
Cuando San Jorge escuchó la decisión del emperador, repartió todas sus riquezas entre los necesitados, liberó a sus sirvientes y luego se presentó en el Senado. El valiente soldado de Cristo se pronunció abiertamente contra los designios del emperador. Se confesó cristiano e hizo un llamado a todos a reconocer a Cristo: “Soy siervo de Cristo, mi Dios, y confiando en Él, he venido entre ustedes voluntariamente, para dar testimonio de la Verdad”.
“¿Que es la verdad?” preguntó uno de los dignatarios, haciendo eco de la pregunta de Poncio Pilato. El Santo respondió: “Cristo mismo, a quien tú perseguiste, es la Verdad”.
Asombrado por el audaz discurso del valiente guerrero, el emperador, que había amado y promovido a Jorge, trató de persuadirlo de que no desperdiciara su juventud, gloria y honores, sino que ofreciera sacrificios a los dioses como era la costumbre romana. El confesor respondió: “Nada en ésta inconstante vida puede debilitar mi determinación de servir a Dios”.
Luego, por orden del airado emperador, los guardias armados comenzaron a empujar a san Jorge fuera del salón de actos con sus lanzas, y luego lo llevaron a la prisión. Pero el mortal acero se ablandó y se dobló tan pronto como tocó el cuerpo del Santo, preservándose intacto. En la celda pusieron los pies del mártir en un cepo y colocaron una pesada piedra sobre el pecho.
Al día siguiente, en el interrogatorio, exangüe, mas firme de espíritu, san Jorge volvió a responder al emperador: “Te cansarás de atormentarme antes de lo que yo me cansaré de ser atormentado por ti”. Entonces Diocleciano dio orden de someter a san Jorge a un mayor tormento. Ataron al Gran Mártir a una rueda, debajo de la cual había tablas perforadas con piezas afiladas de hierro. Cuando la rueda giró, los bordes afilados acuchillaron el cuerpo desnudo del santo. Al principio, el sufriente clamó fuertemente al Señor, pero pronto se sosegó y no emitió ni un solo gemido. Diocleciano decidió que el torturado ya estaba muerto, y dio orden de sacar el cuerpo maltrecho de la rueda, y luego acudió a un templo pagano para dar gracias.
En ese mismo momento oscureció, retumbó un trueno y se escuchó una voz: “No temas, Jorge, porque yo estoy contigo”. Entonces brilló una luz maravillosa, y al timón apareció un ángel del Señor en la forma de un joven radiante. Puso su mano sobre el mártir y le dijo: “¡Alégrate!”. San Jorge se levantó curado.
Cuando los soldados lo condujeron al templo pagano donde se encontraba el emperador, éste no podía creer lo que veía y pensó que veía ante él a algún otro hombre o incluso a un espíritu. Confundidos y aterrorizados, los paganos miraron atentamente a san Jorge y se convencieron de que había tenido lugar un milagro. Muchos entonces llegaron a creer en el Dios Dador de Vida de los cristianos.
Dos ilustres funcionarios, los Santos Anatolio y Protoleón, secretamente cristianos, confesaron abiertamente a Cristo. Inmediatamente, sin juicio, fueron decapitados a espada por orden del emperador. También presente en el templo pagano estaba la emperatriz Alexandra, la esposa de Diocleciano, y ella también conocía la verdad. Estaba a punto de glorificar a Cristo, pero uno de los sirvientes del emperador la tomó y la condujo al palacio.
El emperador se enfureció más todavía. No había perdido toda esperanza de influir en san Jorge, por lo que lo sometió a más violentos tormentos. Después de arrojarlo a un pozo profundo, lo cubrieron con cal. Tres días después lo desenterraron, pero lo encontraron alegre e ileso. Calzaron al Santo con sandalias de hierro con clavos al rojo vivo y luego lo condujeron de regreso a la prisión con azotes. Por la mañana lo condujeron de nuevo al interrogatorio, alegre y con los pies curados, y el emperador le preguntó si gustaba de sus zapatos. El Santo dijo que las sandalias habían sido justo de su talla. Luego lo fustigaron con correas de buey hasta que se desprendieron pedazos de su carne y su sangre empapó el suelo, mas el valiente sufriente, fortalecido por el poder de Dios, permaneció indoblegable.
El emperador llegó a la conclusión de que el Santo estaba siendo socorrido por magia, por lo que convocó al hechicero Atanasio para que privara al santo de sus poderes milagrosos o lo envenenara. El hechicero le dio a san Jorge dos cálices que contenían sustancias tóxicas. Uno de ellos lo habría silenciado, y el otro lo habría aniquilado. Las sustancias no surtieron efecto y el Santo continuó denunciando las supersticiones paganas y glorificando a Dios como antes.
Cuando el emperador preguntó qué tipo de poder lo estaba ayudando, san Jorge dijo: “No imagines que es cualquier saber humano lo que me impide ser dañado por éstos tormentos. Soy salvado solo al invocar a Cristo y Su Poder. Quien cree en Él no tiene en cuenta los tormentos y es poderoso para hacer las cosas que Cristo hizo” (Jn 14:12). Diocleciano preguntó qué tipo de cosas había hecho Cristo. El Mártir respondió: “Dio la vista a los ciegos, limpió a los leprosos, sanó a los cojos, hizo oír a los sordos, expulsó demonios y resucitó a los muertos”.
Sabiendo que nunca habían podido resucitar a los muertos mediante la brujería, ni por medio de ninguno de los dioses conocidos por él, y queriendo probar al Santo, el emperador le ordenó que levantara un muerto ante sus ojos. El Santo replicó: “Tú quieres tentarme, pero mi Dios obrará ésta señal para la salvación del pueblo que verá el poder de Cristo”.
Cuando llevaron a san Jorge al cementerio, exclamó: “¡Oh Señor! Muestra a los aquí presentes, que Tú eres el único Dios en todo el mundo. Haz que te conozcan como el Señor Todopoderoso”. Entonces la tierra tembló, se abrió una tumba, el muerto salió vivo de ella. Habiendo visto con sus propios ojos el Poder de Cristo, el pueblo lloró y glorificó al verdadero Dios.
El hechicero Atanasio, postrándose a los pies de san Jorge, confesó a Cristo como el Dios Todopoderoso y pidió perdón por sus pecados, cometidos en ignorancia. El obstinado emperador en su impiedad pensaba lo contrario. Enfurecido, ordenó que tanto Atanasio como el hombre resucitado de entre los muertos fueran decapitados, y aprisionó nuevamente a san Jorge.
Los pueblerinos, agobiados por sus enfermedades, comenzaron a visitar la prisión y allí recibieron la curación y la ayuda del Santo. Cierto campesino llamado Glicerio, cuyo buey se había desplomado, también lo visitó. El Santo lo consoló y aseguró que Dios devolvería la vida a su buey. Cuando vio vivo al buey, el campesino comenzó a glorificar al Dios de los cristianos por toda la ciudad. Por orden del emperador, san Glicerio fue arrestado y decapitado.
Las hazañas y milagros del Gran Mártir Jorge habían aumentado el número de cristianos, por lo que Diocleciano hizo un último intento de conminar al Santo a ofrecer sacrificios a los ídolos. Establecieron una corte en el templo pagano de Apolo. La última noche el Santo Mártir oró con fervor y mientras dormía vio al Señor, Quien lo alzó con la mano y lo abrazó. El Salvador colocó una corona sobre la cabeza de san Jorge y dijo: “No temas, ten valor, y pronto vendrás a Mí y recibirás lo que ha sido preparado para ti”.
Por la mañana, el emperador se ofreció a nombrar a san Jorge su coadministrador, solo superado por él. Con fingida disposición el Santo Mártir respondió: “César, deberías haberme mostrado ésta misericordia desde el principio, en lugar de torturarme. Vayamos ahora al templo y veamos los dioses que adoráis”.
Diocleciano creyó que el mártir había aceptado su oferta y lo siguió hasta el templo pagano con su séquito y el pueblo entero. Todos estaban seguros de que san Jorge ofrecería sacrificio a los dioses. El Santo se acercó al ídolo, hizo la Señal de la Cruz y se dirigió a él como si estuviera vivo: “¿Eres tú el que quiere recibir de mí un sacrificio digno de Dios?”.
El demonio que habitaba en el ídolo gritó: “Yo no soy un dios y tampoco son un dios ninguno de los que son como yo. El único Dios es Aquel a Quien predicas. Somos ángeles caídos y engañamos a la gente porque somos celosos”. San Jorge clamó: “¿Cómo osas quedarte aquí, cuando yo, el siervo del Dios verdadero, he entrado?" Entonces se oyeron ruidos y gemidos de los ídolos, y cayeron a tierra y se hicieron añicos.
Hubo confusión general. En un frenesí, los sacerdotes paganos y muchos de la multitud capturaron al Santo Mártir, lo ataron y comenzaron a azotarlo. También pidieron su ejecución inmediata.
La Santa Emperatriz Alexandra trató de alcanzarlo. Abriéndose paso entre la multitud, gritó: “Oh Dios de Jorge, ayúdame, porque solo Tú eres Todopoderoso”. A los pies del Gran Mártir la Santa Emperatriz confesó a Cristo, Quien había humillado a los ídolos y a quienes los adoraban.
Diocleciano inmediatamente pronunció sentencia de muerte sobre el Gran Mártir Jorge y la Santa Emperatriz Alexandra, quien siguió a san Jorge a la ejecución sin resistirse. En el camino se sintió mareada y se desplomó contra una pared. Allí entregó su alma a Dios.
San Jorge dio gracias a Dios y oró para que él también terminara su vida de manera digna. En el sitio de la ejecución, el Santo oró para que el Señor perdonara a los verdugos que actuaron en ignorancia, y que los guiara al conocimiento de la Verdad. Con calma y valentía, el Santo Gran Mártir Jorge inclinó su cuello bajo la espada, recibiendo la corona del martirio el 23 de abril de 303.
La era pagana estaba llegando a su fin y el cristianismo estaba a punto de triunfar. Dentro de diez años, san Constantino (21 de mayo) emitiría el Edicto de Milán, otorgando libertad religiosa a los cristianos.
De los muchos milagros obrados por el Santo Gran Mártir Jorge, los más famosos están representados en la iconografía. En Beirut, la ciudad natal del santo, había muchos idólatras. Fuera de la ciudad, cerca del monte Líbano, había un gran lago habitado por una enorme serpiente con forma de dragón. Saliendo del lago, devoraba a la gente, y nadie podía hacer nada, ya que el aliento de sus fosas nasales envenenaba el aire mismo.
Siguiendo el consejo de los demonios que habitaban en los ídolos, el gobernante local tomó una decisión. Cada día, la gente echaría suertes para alimentar a sus propios hijos con la serpiente, prometiendo sacrificar a su única hija cuando llegara su turno. Llegó el tiempo, y el gobernante la vistió con su mejor atuendo y luego la envió al lago. La niña lloró amargamente, esperando su muerte. Inesperadamente para ella, san Jorge cabalgó sobre su caballo con la lanza en la mano. La niña le imploró que no la dejara, para que no pereciera.
El Santo se santigüó con la Señal de la Cruz. Se abalanzó sobre la serpiente diciendo: “En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. San Jorge atravesó la garganta de la serpiente con su lanza y la pisoteó con su caballo. Luego dijo a la muchacha que atara la serpiente con su cinto y la llevara a la ciudad como un perro con una correa.
La gente huyó aterrorizada, pero el Santo los detuvo con las palabras: “No tengan miedo, sino confíen en el Señor Jesucristo y crean en Él, ya que Él es Quien me envió para salvarlos”. Entonces el Santo mató a la serpiente con una espada, y el pueblo la quemó fuera de la ciudad. Entonces se bautizaron veinticinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Más tarde, se construyó una iglesia dedicada a la Santísima Madre de Dios y al Gran Mártir Jorge.
San Jorge llegó a ser un talentoso oficial y asombró al mundo con sus proezas militares. Durmió antes de cumplir los treinta años. Se lo conoce como Portador de la Victoria, no sólo por sus logros militares, sino por haber soportado el martirio. Como sabemos, los mártires son conmemorados en la despedida al final de los servicios de la Iglesia como “el mártir santo, justo y victorioso”.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Greatmartyr, Victory-bearer, and Wonderworker George. New York, Estados Unidos: OCA.
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