conmemorados el 3 de junio.
Nuestro Señor aseguró que “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18: 27). Es decir, aquello que es imposible de hacer con la fuerza enfermiza y la lógica del hombre, es viable y posible para Dios. Porque, ¿quién hubiera esperado de un hombre que pasó casi toda su vida en la idolatría, de la que era incluso un sacerdote, se convirtiera al cristianismo? Pues ésto sucedió con el anciano sacerdote idólatra Luciliano (del griego, Lukilianós), quien vivió durante el reinado del emperador Aureliano, en el año 270.
Luciliano vivía no muy lejos de la ciudad de Nicomedia. Era ya de edad avanzada y tenía blanco el cabello cuando escuchó por primera vez una predicación cristiana en su tierra natal, Nicomedia. La gracia divina creó un verdadero seísmo en su interior. Las creencias paganas que estaban tan profundamente enraizadas en su alma fueron derribadas cual torres de papel. Sus longevos ojos se abrieron y con una vivacidad juvenil proclamó su fe en Cristo. Con su predicación, intentó, de hecho, atraer a otras almas a Dios.
Fue notificado de ésto el conde Libánia. Con valentía, Luciliano confesó a Cristo frente a él. Entonces, presionado por sus sacerdotes paganos, que consideraban a Luciliano desertor de su religión, ordenó que lo torturaran. Lo golpearon en la mandíbula, lo fustigaron con varas y lo suspendieron boca abajo.
Luego lo condujeron a prisión, donde el Santo Luciliano encontró a cuatro niños, Claudio, Hipatio, Pablo y Dionisio, quienes fueron encarcelados por idéntica razón. Sacándolo de la cárcel con los cuatro chicos, fueron llevados ante el prefecto. Permaneciendo firme en la fe de Cristo, fue puesto, junto con los cuatro, en un horno encendido. Sin embargo, una lluvia celestial descendió y apagó la llama, por lo que el Santo salió del horno junto con los cuatro niños sin sufrir ninguna quemadura. El prefecto ordenó entonces que fueran enviados a Bizancio, donde el Santo y los niños debían ser asesinados. Así fueron decapitados los Santos infantes. San Luciliano fue clavado en una cruz, y desgarraron su carne. De ésta manera, el bendito entregó su alma en las manos de Dios.
La Santa Virgen Paula estaba junto con los Santos en el camino y cuidaba las heridas del Mártir Luciliano. Cuando los cinco fueron ejecutados, ella recogió sus santos restos. Ella abrazó la fe cristiana de sus antepasados, y su ministerio consistía en adentrarse en las prisiones, donde consolaba y cuidaba a los mártires sufrientes en nombre de Cristo. Por tal razón ella fue arrestada y llevada ante el prefecto.
Debido a que no fue persuadida para ofrecer sacrificio a los ídolos, primero fue despojada de su ropa, azotada con correas y luego golpeada con varas. Debido a que muchos de sus huesos fueron quebrados por las muchas palizas, un Ángel del Señor vino y la sanó, y no solo ésto, sino que también la fortaleció durante su martirio. Entonces fue llevada nuevamente ante el prefecto, y ella lo despreció, por lo que fue golpeada en la boca y encarcelada.
La Santa fue presentada nuevamente para su tercer examen, y colocada en un horno encendido, del cual fue preservada ilesa por el ángel divino. Finalmente, el prefecto ordenó que la llevaran a Bizancio, donde sería decapitada. Cuando la Santa llegó al lugar de la ejecución de san Luciliano y de los cuatro niños, también fue decapitada, y así la bendita recibió la corona del martirio.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2023). Santos Mártires Luciniano, Paula y los Niños Claudio, Hipatio, Pablo y Dionisio. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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