conmemorados el 28 de noviembre.
Hoy, día 28 del mes de noviembre, la Iglesia de Cristo conmemora a los Santos Mártires Timoteo y Teodoro, obispos; Pedro, Juan, Sergio, Teodoro y Nicéforo, presbíteros; Basilio y Tomás, diáconos; Hierotheos, Daniel, Xaritón, Sócrates, Komasios y Eusebio, monjes; y Etimasios, todos terminaron a espada.
Cuando por concesión de Dios reinó el impío Juliano Apóstata, en el año 361, desplegó una gran locura y rabia contra los cristianos. El impío utilizó todos los designios y todas las formas para hacer que la mayoría de los galileos, es decir, los cristianos, desaparecieran del mundo. Así llamaba el profanado a los cristianos con insolencia. Asimismo, sentía temor de pronunciar con sus labios el divino y glorioso nombre de Cristo. Porque sus maestros magos lo habían enseñado el gran poder contenido en éste nombre, y cuántas de sus diabólicas hazañas fueron frustradas. Por tanto, ordenó a los gobernadores de todas las ciudades que torturaran a los cristianos con tantos castigos como pudieran.
Cuando el gobernante de Nicea se enteró de ésta orden, proclamó a todo el pueblo de Nicea que todos los que creyeran en el Crucificado debían, o negar su fe y ofrecer sacrificio a los ídolos, o probarían indescriptibles tormentos. Muchos cristianos escucharon dicha proclamación, y, sin excepción, clamaron a una sola voz: “No negaremos a Cristo, el Dios verdadero, ni sacrificaremos a los ídolos mudos e insensatos”. Éstos dioses, que no hicieron los cielos ni la tierra, perecerán de la tierra y de debajo de los cielos” (cfr. Jer 10:11). De ahí que algunos de ellos fueran castigados con diversas torturas y murieran, mientras que otros huyeron a las montañas y desiertos, y otros se dispersaron a varias ciudades.
Entre éstos cristianos se encontraban los santos Timoteo, Komasios, Etimasios, Eusebio y Teodoro. Incapaces de ver expandirse la religión de los ídolos, partieron de Nicea y se dirigieron hacia Salónica. Al ver que allí los ciudadanos también obedecían la voluntad impía del Apóstata, al elevar el helenismo, se retiraron de allí y se dirigieron a Tiberiópolis, que en Bulgaria se conoce como Strumica, justo al norte de Tesalónica, en la frontera de Iliria, es decir, Eslavonia. Timoteo se convertiría más tarde en obispo de Tiberiópolis.
Komasios, que anteriormente era soldado, se convirtió en monje y predicó la palabra de verdad a los habitantes de Tiberiópolis.
Eusebio también se hizo monje y también predicó el Evangelio de Cristo.
Teodoro también se convirtió en obispo y fue uno de los trescientos dieciocho Padres portadores de Dios que se reunieron en Nicea en 325 para el Primer Sínodo. Trajo la luz de la ortodoxia a los habitantes de Strumica. Cuando se supo la conducta de éstos santos hombres, los sacerdotes Pedro, Juan, Sergio, Teodoro y Nicéforo, con los diáconos Basilio y Tomás, y los monjes Hierotheos, Daniel, Xaritón y Sócrates, acudieron a su encuentro en Strumica. Porque todos los que contemplan la ley del Señor siempre, tienen una conducta angelical, iluminando las almas de los hombres con la luz del conocimiento de Dios, sanando las pasiones del alma y del cuerpo. Como pago por ésta curación, piden a los enfermos que crean en Cristo.
Cuando los gobernantes de Tesalónica, Valente y Felipe, que eran fervientes observadores de las órdenes del impío emperador, se enteraron de su fama, fueron a Strumica, hicieron arrestar a los Santos y los hicieron comparecer ante ellos. Entonces los examinaron, reprendiéndolos: “¿Por qué desprecian las órdenes imperiales, se apartan de los testimonios de los dioses y adoran a un hombre que fue crucificado con ladrones?”. Los Santos abrieron sus labios, haciéndolos conocer la vanidad de los ídolos, confesando el Misterio de la piadosa Teología y la economía del Logos de Dios.
Los gobernantes interrumpieron las palabras de los Santos y dijeron: “Confiesen que ofrecerán sacrificios a los dioses, o si no, serán ejecutados”. Entonces los Santos gritaron a una sola voz: “¡Nunca ofreceremos sacrificios ni a los demonios ni a los ídolos, pues fuimos liberados de la servidumbre a los demonios por nuestro Dios verdadero!”. Debido a que los gobernantes buscaban regresar a Tesalónica para atender los asuntos públicos, decidieron que todos los Santos fueran asesinados a espada.
Por lo tanto, cuando los valientes contendientes de Cristo fueron al lugar de su ejecución, se llenaron de gozo y de una dicha inefable. Así fueron decapitados, y todos recibieron del Señor coronas inmarcesibles de martirio. Uno de los dieciséis santos, el presbítero de nombre Pedro, enardecido en su corazón con celo divino, gritó: “Oh apóstatas y enemigos de la verdad, ¿por qué derraman sin culpa la sangre de los justos, en quienes no se puede encontrar nada digno de la muerte?”. Cuando los corrompidos gobernantes oyeron ésto, ordenaron que el Santo se desnudara y se extendiera en el suelo.
Luego debían azotarlo con varas, cortar sus manos y decapitarlo. Cuando ésto se llevó a efecto, arrojaron sus santos manos para que se las comieran los perros. Allí estaba de pie una mujer ciega de nacimiento y comprendió que la mano derecha del mártir estaba arrojada junto a su pie. Por lo tanto, la tomó y, envolviéndola en el pañuelo que llevaba en la cabeza, partió a casa. Llena de alegría y sin saber qué hacer con semejante tesoro, besó la diestra martírica, la abrazó y se la puso en los ojos. E inmediatamente ─¡Oh, tus milagros, Señor!─ se abrieron sus ojos y, al ver la luz del sol, proclamó a gran voz el poder de Cristo y de los Santos. Luego, tomando la mano derecha, fue a Salónica, y la hizo atesorar allí en la Iglesia de la victoriosa Santa Anastasia.
Debido a que las reliquias de los Santos Mártires fueron desechadas y permanecieron insepultas y sin honra, cuando los gobernantes regresaron a Salónica, algunos cristianos recibieron permiso, partieron con lámparas e incienso y enterraron con honores en Tiberiópolis, cada reliquia en un ataúd separado, y en cada ataúd estaba escrito el nombre de cada Mártir, así como su vida y oficio. A partir de entonces, las santas reliquias fueron fuente de milagros, no solo para los residentes allí, sino incluso para quienes vivían lejos, de modo que muchos griegos, conmovidos por estos milagros, creyeron en Cristo y se recibieron el Santo Bautismo.
Por tanto, no quedó, ni en Strumica ni en sus fronteras, ningún griego impío.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2023). Santos Quince Mártires de Tiberiópolis. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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