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VENERABLE ATANASIO, FUNDADOR DE LA GRAN LAVRA Y DEL MONASTICISMO CENOBÍTICO EN EL MONTE ATHOS

conmemorado el 05 de julio.


El Venerable Atanasio del Monte Athos, nombrado Abraham en el Santo Bautismo, nació en la ciudad de Trebisonda. Quedó huérfano a temprana edad, fue criado por cierta monja compasiva y piadosa, a quien el infante Abraham imitó en los hábitos de la vida monástica, en el ayuno y en la oración. Realizar sus lecciones fue fácil y pronto superó a sus compañeros en el estudio.

Después de la muerte de su madre adoptiva, Abraham fue llevado a Constantinopla, a la corte del emperador bizantino Romano el Viejo, y se matriculó como estudiante con el renombrado retórico Atanasio. En poco tiempo el aprendiz alcanzó el dominio de la habilidad de su maestro y él mismo se convirtió en un instructor de jóvenes.

Teniendo como verdadera vida la del ayuno y la vigilia, Abraham llevó una vida estricta y abstinente, dormía poco y sólo sentado sobre un taburete, pan de cebada y agua eran su alimento. Cuando su maestro Atanasio, por causa de la debilidad humana, sintió celos de su alumno, el bendito Abraham renunció a su puesto de maestro y partió.

Durante éstos días había llegado a Constantinopla san Miguel Maleinos (12 de julio), Higúmeno del monasterio de Kyminas. Abraham le contó al Higúmeno sobre su vida y le reveló su secreto anhelo de convertirse en monje. El Santo Anciano, discerniendo en Abraham un vaso escogido del Espíritu Santo, le tomo cariño y le enseñó mucho en cuestiones de salvación. Una vez, durante sus charlas espirituales, san Miguel fue visitado por su sobrino, Nikēphóros Phocas, un oficial militar y futuro emperador. El elevado espíritu y la profunda mente de Abraham impresionaron a Nicéforo, quien miró al Santo con reverente respeto y amor durante su vida entera. Abraham fue consumido por su celo por la vida monástica. Habiendo abandonado todo, fue al monasterio de Kyminas y, postrándose a los pies del santo Higúmeno, suplicó ser recibido en la vida monástica. El Higúmeno cumplió su solicitud con alegría y lo tonsuró con el nombre de Atanasio.

Con largos ayunos, vigilias, postraciones, obrando día y noche, Atanasio pronto alcanzó tal perfección que el Santo Higúmeno lo concedió su bendición para la hazaña del silencio en un sitio solitario no lejos del monasterio. Más tarde, habiendo dejado Kyminas, recorrió muchos sitios desolados y solitarios, y guiado por Dios, llegó a un lugar llamado Melanos, en el extremo mismo de Athos, estableciéndose lejos de las otras moradas monásticas. Aquí el monje se hizo una celda y comenzó a vivir una vida ascética en labor y en oración, avanzando de proeza a proeza hacia un mayor logro monástico.

El enemigo de la humanidad trató de despertar en san Atanasio aversión por el sitio por él elegido, y lo asaltó con constantes sugestiones en el pensamiento. El asceta decidió sufrir por un año, y luego iría adondequiera que el Señor le indicara. En el último día del dicho año, cuando san Atanasio se dispuso a orar, una luz celestial brilló repentinamente sobre él, llenándolo de una alegría indescriptible, todos los pensamientos se disiparon y de sus ojos brotaron lágrimas de gracia. Desde ese momento san Atanasio recibió el don de la ternura, y se encariñó tanto con el sitio de su soledad cuanto antes lo había detestado.

Durante éste tiempo Nikēphóros Phocas, hastiado de hazañas militares, recordó su voto de convertirse en monje y, desprendiéndose de sus bienes, rogó a san Atanasio que construyera un monasterio, es decir, que construyera celdas para él y los hermanos, y una iglesia donde los hermanos pudieran comulgar de los Divinos Misterios de Cristo los domingos.

San Atanasio, procurando evitar cuidados y preocupaciones, no quiso aceptar el odioso oro en un principio, mas viendo el vehemente deseo y la buena intención de Nikēphóros, y discerniendo en ésto la voluntad de Dios, se dispuso a construir el monasterio. Edificó una gran iglesia en honor del Santo Profeta y Precursor de Cristo, Juan Bautista, y otra iglesia al pie de una colina, en nombre de la Santísima Madre de Dios. Alrededor de la iglesia estaban las celdas, y, así, un maravilloso monasterio surgió en la Montaña Sagrada. En él había una trapeza (área de comedor), un hospicio para los enfermos y para acoger a los vagabundos, y otras estructuras necesarias.

Los hermanos acudían al monasterio de todas partes, no solo de Grecia, sino también de otras tierras, gente sencilla e ilustres dignatarios, moradores del desierto que habían laborado en el ascetismo por largos años en el desierto, Higúmenos de muchos monasterios y jerarcas que deseaban convertirse en simples monjes en la Lavra del Athos de san Atanasio.

El Santo instauró en el monasterio una Regla monástica cenobítica siguiendo el modelo de los antiguos monasterios palestinos. Los servicios divinos se servían con todo rigor, y nadie se atrevía a hablar durante los servicios, ni a llegar tarde o salir de la iglesia sin necesidad. La Patrona Celestial del Monte Athos, la Purísima Madre de Dios Misma, estaba bondadosamente dispuesta hacia el Santo. Muchas veces tuvo el privilegio de verla con sus propios ojos. Por la dispensación de Dios, una vez ocurrió tal hambre, que los monjes, uno tras otro, abandonaron la Lavra. El Santo quedó solo y, en un momento de debilidad, también pensó en irse. De repente vio a una Mujer bajo un velo etéreo, que venía a su encuentro. “¿Quién eres y adónde vas?” preguntó en voz baja. San Atanasio por una deferencia innata se detuvo. “Soy un monje de aquí”, respondió san Atanasio, y habló sobre sí mismo y sus preocupaciones.

“¿Abandonarías el Monasterio que estaba destinado a la gloria de generación en generación, solo por un bocado de pan seco? ¿Dónde está tu fe? Date la vuelta y te ayudaré. “¿Quién eres?” preguntó Atanasio. “Soy la Madre del Señor”, respondió ella, y le pidió a Atanasio que golpeara su vara contra una piedra. De la fisura brotó un manantial de agua, que existe incluso ahora, en recuerdo de ésta milagrosa visitación.

Los hermanos crecieron en número y continuaron los trabajos de construcción en la Lavra. San Atanasio, previendo el tiempo de su partida hacia el Señor, profetizó acerca de su fin inminente y rogó a los hermanos que no se preocuparan por lo que preveía. “Porque la Sabiduría dispone de otra manera que como juzga la gente”. Los hermanos estaban perplejos y meditaban las palabras del Santo. Después de dar a los hermanos su guía final y consuelo, san Atanasio entró en su celda, se puso su mantiya y su santo kukolion (cubrir la cabeza), que usaba solo en las grandes fiestas, y salió después de una oración prolongada. Alerta y alegre, el Santo Higúmeno subió con seis de los hermanos a lo alto de la iglesia para inspeccionar la construcción. De pronto, por la imperceptible voluntad de Dios, la parte superior de la iglesia se derrumbó. Cinco de los hermanos inmediatamente entregaron sus almas a Dios. San Atanasio y el arquitecto Daniel, arrojados sobre las piedras, quedaron vivos. Todos escucharon al santo clamar al Señor: “¡Gloria a Ti, oh Dios! ¡Señor, Jesucristo, ayúdame!” Los hermanos con gran llanto comenzaron a sacar a su padre de entre los escombros, pero había ya dormido en el Señor.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Venerable Athanasius, founder of the Great Lavra and Coenobitic Monasticism on Mount Athos, and his six disciples. New York, Estados Unidos: OCA.

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