conmemorada el 3 de junio.

En la ciudad de Nísibis, en la frontera con el Imperio persa, aún bajo control romano, existía un convento de mujeres que alojaba cincuenta monjas bajo la dirección de la diaconisa Bryene. Una mujer por ella criada y bien instruida en la vida monástica fue Febronia (25 de junio). Febronia era la hija del hermano de Bryene, y poseía una apariencia extremadamente bella: su rostro y sus rasgos eran tan hermosos que el ojo jamás podría saciarse al mirarla. Por tal razón, Bryene era más estricta con ella, deseando protegerla de las tentaciones externas.
Solo tomaba alimento una vez cada dos días, dormía sentada en un taburete y pasaba largo tiempo estudiando las Sagradas Escrituras. Los viernes, cuando todas las hermanas se reunían en el lugar de oración, Bryene solía decirle a Febronia que las leyera las palabras divinas. Sin embargo, debido a que las jóvenes casadas solían ir al lugar de oración los domingos y viernes para escuchar la palabra de Dios, Bryene le indicó a Febronia que se sentara detrás de una cortina y leyera desde allí. Ella nunca vio ninguna gala mundana y no sabía cómo lucía el rostro de un hombre. Pero fue objeto de muchas conversaciones en toda la ciudad: la gente hablaba de su saber, belleza, humildad y gentileza.
Cuando Iéreia (gr. “Ιέρεια”, Iereia, Hieria), que se había casado con un senador, escuchó todo ésto, fue seducida por el amor divino y sintió ansias por contemplar a Febronia. Iéreia aún no había recibido el Santo Bautismo, y cuando solo había vivido siete meses con su esposo, él murió, dejándola viuda. Por ésta razón, retornó a su propio pueblo con sus padres.
Un día, Iéreia se presentó en el convento y, a través del portero, notificó a Bryene de su presencia. Cuando Bryene se acercó a ella, Iéreia cayó a sus pies y la obedeció, agarrándola y diciéndola: “La conjuro por el Dios que hizo el cielo y la tierra, no me rechace, ya que todavía soy una pagana y un juguete de los demonios. No me prive de la oportunidad de conversar y aprender de la señora Febronia. A través de ustedes, monjas, aprenderé el camino de la salvación y, a medida que camine, descubriré lo que espera a los cristianos. Sálveme del vacío de éste mundo y del culto impuro de los ídolos. Verá, mis padres desean obligarme a casarme de nuevo: el tormento del antiguo error en el que he estado viviendo es suficiente para que tenga que afrontarlo. Por favor, déjeme adquirir una nueva vida a través de la enseñanza y la conversación de mi hermana Febronia”. Mientras Iéreia hablaba, empapó los pies de Bryene con sus lágrimas. Muy afectada y conmovida por ésto, Bryene dijo: “Mi señora Iéreia, Dios sabe que desde que recibí a Febronia en mis manos a la edad de dos años, y ahora hace dieciocho años que ha estado en el convento, no ha visto la cara de un hombre soltero o cualquier vestimenta y ropa mundanas. Ni siquiera su institutriz miró su rostro desde ese momento en adelante, a pesar de que a menudo me rogaba, a veces incluso estallando en llanto, para permitirle echar un vistazo. Porque no permito que Febronia tenga ninguna asociación con las laicas. Sin embargo, en vista del amor que tienes hacia Dios y hacia ella, te acercaré a ella. Pero debes usar ropa de monja”.
Cuando Bryene presentó a Iéreia portando el hábito monástico, Febronia cayó sobre sus pies, suponiendo que era una monja de otro lugar que había acudido a ella. Después de haberse saludado y sentado, Bryene le dijo a Febronia que tomara la Biblia y le leyera a Iéreia.
Mientras leía Febronia, el alma de Iéreia estaba tan llena de tristeza y remordimiento como resultado de la vista de Febronia y de las enseñanzas que escuchó, que las dos pasaron la noche entera en vela: Febronia no cesó ni se cansó de leer, e Iéreia nunca tuvo suficiente mientras escuchaba sus enseñanzas, llorando mientras gemía y suspiraba.
Cuando llegó la mañana, Bryene apenas pudo persuadir a Iéreia para que bajara y regresara a la casa de sus padres. Cuando se despidieron, Iéreia partió con los ojos llenos de lágrimas. Ella se fue a casa e instó a sus padres a abandonar la tradición vacía de la idolatría que habían recibido de sus propios padres, y en su lugar reconocer a Dios, el Creador de todos.
Después, Febronia preguntó a Thomais (del gr. “Θωμαΐς”, Tomaida en español), que era la siguiente autoridad tras la abadesa: “Te ruego, madre, dime ¿quién es Ésta hermana desconocida que lloraba tanto como si nunca antes hubiera escuchado el Libro de Dios?”. “¿No sabes quién es esta hermana?”, respondió Thomais. “¿Cómo podría reconocerla, al ver que es una extraña?”, dijo Febronia. “Ella es Iéreia, esposa de un senador”, dijo Thomais, “que acaba de venir a vivir aquí”.
“¿Por qué me engañaste y no me lo dijiste?”, Dijo Febronia. “Me dirigí a ella como si fuera una hermana”.
En aquel tiempo, el emperador Diocleciano envió un destacamento de soldados a Asiria bajo el mando de Lisímaco, Selenos y Primus con órdenes de destruir la comunidad cristiana. Cuando el destacamento de soldados se acercó al convento, sus habitantes se ocultaron.
Solo permanecieron la Abadesa Bryene, su asistente Thomais y Febronia. Eventualmente, Selenos atormentó ferozmente a Febronia por oponerse a negar su fe en Cristo. Ella sufrió tormentos indescriptibles bajo órdenes suyas.
Cuando Iéreia, la esposa del senador, se enteró de que la monja Febronia debía ser juzgada ante el tribunal del juez, se levantó y lanzó un fuerte gemido. Sus padres y todos en la casa le preguntaron con asombro cuál era el problema. “Mi hermana Febronia ha ido a la corte”, respondió. “Mi maestra está siendo juzgada por ser cristiana”. Sus padres intentaron que se calmara, pero ella se lamentó y lloró aún más. “Déjenme en paz para llorar amargamente por mi hermana y maestra Febronia”, les rogó. Sus palabras afectaron tanto a sus padres que comenzaron a llorar por Febronia.
Después de haberles pedido que la dejaran ir a ver el juicio, partió con varios sirvientes y sirvientas. Mientras corría llorando ante la situación, se encontró en la carretera con una multitud de mujeres que también corrían y se lamentaban. También se encontró con Thomais, y después de haberse reconocido, se unieron, lamentando y llorando, hacia al lugar del juicio.
Como Selenos había golpeado y torturado sin piedad a Febronia, la multitud no pudo presenciar un espectáculo tan horrible y abandonó la escena del tormento, maldiciendo a Diocleciano y a sus dioses. Cuando Thomais vio las cosas terribles que estaban sucediendo a Febronia, se desmayó y se derrumbó en el suelo a los pies de Iéreia. La propia Iéreia gritó en voz alta: “¡Ay, Febronia, mi hermana! ¡Ay, mi señora y mi maestra! Hoy nos han privado de tu instrucción, y no solo la tuya, sino también la de la señora Thomais, porque he aquí también está muerta”.
Cuando Febronia escuchó la voz de Iéreia mientras yacía en el suelo, les pidió a los soldados que le trajeran agua para la cara. Lo trajeron de inmediato y se lo aplicaron a la cara. Ésto la revivió de inmediato y ella pidió ver a Iéreia. Sin embargo, el juez le dijo que se pusiera de pie y contestara sus preguntas. Luego, sometió a Febronia a torturas aún más severas.
Iéreia se levantó y le gritó al juez: “Eres un enemigo del equilibrio de la naturaleza humana: ¿no estás satisfecho con las cosas terribles que ya has traído sobre esta inocente niña? ¿No recuerdas a tu propia madre, que tenía el mismo cuerpo y vestía el mismo tipo de ropa que ella? ¿No te das cuenta del día desafortunado en que naciste, cómo también recibiste alimento en esos senos de los que fluían leche? Estoy sorprendida de que tu corazón salvaje y despiadado no haya sido tocado por tales cosas. Que el Rey celestial no te perdone, así como no has salvado a ésta pobre chica.
El juez se enfureció por las palabras de Iéreia y dio órdenes de que ella también fuera sometida para ser juzgada. Al escuchar ésto, Iéreia bajó apresuradamente, plena de felicidad, diciendo: “Oh Dios de Febronia, recíbeme a mí también, pobre pagana, junto con mi señora Febronia”.
Mientras bajaba, los allegados de Selenos lo aconsejaron que no la martirizara en público, de lo contrario, toda la ciudad se uniría a ella en el martirio y la ciudad se perdería. Selenos aceptó el consejo, por lo que no hizo que Iéreia se parara allí en público; en cambio, enfurecido, simplemente se dirigió a ella: “Escucha, Iéreia, como viven los dioses, te has convertido en la causa de mayores sufrimientos para Febronia”. Entonces ordenó que cortaran las manos y el pie derecho de Febronia.
El verdugo inmediatamente trajo un tronco, lo colocó debajo de su mano derecha y asestó con un solo golpe del hacha. Hizo lo mismo con su mano izquierda. Luego el verdugo colocó el tronco debajo de su pie derecho y bajó el hacha, pero no pudo cortar el pie; golpeó por segunda vez, pero falló nuevamente. Mientras tanto, la multitud emitía jadeos y gemidos. Cuando la golpeó por tercera vez con el hacha, logró cortar el pie de Febronia.
El cuerpo de la bendita mujer temblaba por todas partes y estaba a punto de expirar; sin embargo, ella trató de poner su otra pierna en el bloque de madera, pidiéndole que también fuese cortada. Cuando el juez vio lo que estaba haciendo, exclamó: “Basta con mirar la perseverancia de la mujer insolente”, y con gran furia le dijo al verdugo: “Continúa, córtalo”. Finalmente, después de pasar un tiempo angustiado, Santa Febronia fue decapitada.
Cuando llevaron el cuerpo mutilado de Febronia al convento, Iéreia gritó sobre ella: “Rindo homenaje a estos pies sagrados que pisotearon la cabeza del dragón. Déjenme besar las heridas de este cuerpo sagrado, porque significa que han curado las cicatrices de mi propia alma. Permítanme coronar con las flores de alabanza ésta cabeza que ha coronado nuestra raza con la belleza de estos gloriosos logros”.
Gran multitud de paganos llegaron a creer en nuestro Señor y fueron bautizados. Lisímaco y Primus fueron bautizados, y renunciando al mundo, se fueron con el Abad Markellinos a vivir una vida agradable a Cristo, completando sus días en paz. Muchos de los soldados creyeron en nuestro Señor y fueron bautizados, al igual que Iéreia y sus padres.
Iéreia dejó a sus padres, renunció al mundo e ingresó en el convento, que ella dotó con todo lo que poseía. Le pidió a Bryene, preguntándole: “Te lo ruego, madre, deja que tu sierva ocupe el lugar de la señora Febronia: trabajaré como ella”. Entonces Iéreia se retiró todas sus joyas, quedando el ataúd de la niña bendecida cubierto con oro y perlas por todas partes.
El obispo de la ciudad construyó un santuario espléndido y hermoso para la bendita Febronia, completándolo en seis años. Era su deseo que sus reliquias fueran consagradas allí. Cuando escuchó esto, Bryene dijo: “Les ruego, mis señores, si a ustedes les parece bien y si a la bendita niña misma le parece bien, adelante, ¿quién soy yo para evitarlo? Entren, entonces, y llévensela. Los obispos se levantaron y entraron para realizar el oficio funerario, con lo cual Iéreia comenzó a llorar y a exclamar: “¡Ay de nosotros, hoy están privando a nuestro convento de una gran bendición! ¡Ay de nosotros, hoy el duelo y la aflicción han venido a nuestro convento! ¡Ay de nosotros, estamos entregando nuestra perla! Acudió llorando a Bryene y le dijo: “¿Qué estás haciendo, madre? ¿Por qué me estás privando de mi hermana por cuyo bien dejé todo para refugiarme aquí contigo? Bryene, al ver a Iéreia en tal estado, le preguntó: “¿Por qué lloras, hija mía Iéreia? Si ella quiere ir, ella irá”. Cuando los obispos terminaron de orar y todos dijeron “Amén”, después de ellos, se acercaron para tomar el ataúd de la bendita niña. En ese momento hubo un trueno en el cielo, y toda la gente cayó de temor.
Luego, después de un rato, extendieron las manos para tomar el ataúd, pero ésta vez hubo un gran terremoto, por lo que imaginaron que toda la ciudad estaría en ruinas. Los obispos y toda la gente se dieron cuenta de que la Santa Mártir no quería abandonar su convento.
Tristemente, los obispos le dijeron a Bryene: “Si la bendita mujer no quiere abandonar el convento, permítanos llevarnos solo una de sus extremidades que fueron cortadas como una bendición: la tomaremos y nos iremos”. Entonces lo hicieron. Iéreia vivió en el convento el resto de su vida, y durmió en el Señor en paz.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2024). Santa Hieria de Nisibis. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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