conmemorado el 3 de abril.
San José el Himnógrafo, “el ruiseñor de dulce voz de la Iglesia”, nació en Sicilia a principios del siglo IX en el seno de una piadosa familia cristiana. Sus padres, Plótinos y Agatha, se trasladaron al Peloponeso para salvarse de las invasiones bárbaras. Cuando tenía quince años, san José fue a Tesalónica y entró en el monasterio de Latomos. Se distinguió por su devoción, su amor por el trabajo y su mansedumbre; y se ganó la buena voluntad de todos los hermanos del monasterio. Posteriormente fue ordenado sacerdote.
San Gregorio el Decapolita (20 de noviembre) visitó el monasterio y observó al joven monje, llevándolo consigo a Constantinopla, donde se instalaron juntos cerca de la iglesia de los Santos Mártires Sergio y Baco. Ésto fue durante el reinado del emperador León el Armenio (813-820), una época de violenta persecución iconoclasta.
Los santos Gregorio y José defendieron sin miedo la veneración de los santos iconos. Predicaron en las plazas de las ciudades y visitaron las casas de los ortodoxos, animándolos contra los herejes. La Iglesia de Constantinopla se encontraba en una posición sumamente penosa. No solo el emperador, sino también el patriarca eran herejes iconoclastas.
En ese momento, los obispos romanos estaban en comunión con la Iglesia oriental, y el Papa León III, que no estaba bajo el dominio del emperador bizantino, pudo prestar una gran ayuda a los ortodoxos. Los monjes ortodoxos eligieron a san José como fiel y elocuente mensajero del Papa. San Gregorio lo bendijo para viajar a Roma e informar sobre la difícil situación de la Iglesia de Constantinopla, las atrocidades de los iconoclastas y los peligros que amenazaban a la ortodoxia.
Durante el viaje, san José fue capturado por bandoleros árabes que fueran sobornados por los iconoclastas. Lo llevaron a la isla de Creta, donde lo entregaron a los iconoclastas, quienes lo aprisionaron. Soportando valientemente todas las privaciones, animó a los demás prisioneros. Por sus oraciones, cierto obispo ortodoxo que había comenzado a vacilar se fortaleció en espíritu y valientemente aceptó el martirio.
San José pasó seis años en prisión. En la noche de la Natividad de Cristo en 820 se le concedió una visión de san Nicolás de Mira, quien le habló de la muerte del iconoclasta León el Armenio, y el fin de la persecución.
San Nicolás le dio un rollo de papel y le dijo: “Toma este rollo y cómelo”. En el rollo estaba escrito: “Apresúrate, oh Misericordioso, y ven en nuestra ayuda si es posible y como quieras, porque Tú eres el Misericordioso”. El monje leyó el rollo, lo comió y dijo: “Cuán dulces son a mi paladar tus palabras” (Sal 118/119:103). San Nicolás le pidió que cantara éstas palabras. Después de ésto, los grilletes del santo cayeron, las puertas de la prisión se abrieron y él salió de ella. Fue transportado por el aire y colocado en una gran carretera cerca de Constantinopla, que conducía a la ciudad.
Cuando llegó a Constantinopla, san José encontró que san Gregorio el Decapolita ya no estaba entre los vivos, dejando atrás a su discípulo Juan (18 de abril), quien pronto falleció. San José construyó una iglesia dedicada a san Nicolás y transfirió allí las reliquias de los santos Gregorio y Juan. Cerca de la iglesia se fundó un monasterio.
San José recibió una porción de las reliquias del Apóstol Bartolomé de cierto hombre virtuoso. Edificó una iglesia en memoria del santo apóstol. Amaba y honraba a san Bartolomé, y le angustiaba que no hubiera Canon que glorificara al santo Apóstol. Deseaba adornar la fiesta de san Bartolomé con himnos, pero no se atrevía a componerlos él mismo.
Durante cuarenta días san José oró con lágrimas, preparándose para la fiesta del santo apóstol. La víspera de la fiesta se le apareció en el altar el apóstol Bartolomé. Presionó el santo Evangelio contra el pecho de José y lo bendijo para que escribiera himnos de la iglesia con las palabras: “Que la diestra del Dios Todopoderoso te bendiga, que tu lengua derrame aguas de sabiduría celestial, que tu corazón sea un templo del Espíritu Santo, y que tu himno deleite al mundo entero”. Después de ésta milagrosa aparición, san José compuso un Canon al Apóstol Bartolomé, y desde ese momento comenzó a componer himnos y Cánones en honor a la Madre de Dios, de los santos, y en honor a san Nicolás, quien lo liberó de la prisión.
Durante el renacimiento de la herejía iconoclasta bajo el emperador Teófilo (829-842), san José sufrió por segunda vez de los herejes. Fue exiliado a Kherson durante once años. La veneración ortodoxa de los iconos sagrados fue restaurada bajo la santa emperatriz Theodora (11 de febrero) en 842, y san José fue nombrado guardián de los vasos sagrados en Hagia Sophia en Constantinopla. Por causa de su osada denuncia del hermano de la emperatriz, Bardas, por cohabitación ilegal, el santo fue nuevamente enviado al exilio y regresó solo después de la muerte de Bardas en 867.
El patriarca Focio (6 de febrero) lo restauró en su cargo anterior y lo nombró padre-confesor de todo el clero de Constantinopla.
Habiendo llegado a la ancianidad, san José enfermó. El Viernes Grande y Santo, el Señor le informó en un sueño que se acercaba su partida. El santo hizo un inventario de los artículos de la iglesia en Santa Sofía, que estaban bajo su cuidado oficial, y se lo envió al patriarca Focio.
Durante varios días oró intensamente, preparándose para la muerte. Rezó por la paz para la Iglesia y la misericordia de Dios para su alma. Habiendo recibido los Santos Misterios de Cristo, san José bendijo a todos los que acudían a él, y con alegría se durmió en el Señor en 886 (algunas fuentes dicen que en 883). Los coros de los ángeles y de los santos, a quienes san José había glorificado en su himnología, condujeron su alma victoriosa al Cielo.
En 890, su biógrafo Juan, el diácono de la Gran Iglesia, escribió sobre el espíritu y el poder de los Cánones de san José: “Cuando comenzó a escribir versos, la audiencia fue cautivada por un maravilloso y agradable sonido, y el corazón fue alcanzado por el poder del pensamiento. Aquellos que pugnan por una vida de perfección encuentran aquí un remanso. Los escritores, habiendo dejado su otra versificación, de éste tesoro único, de los escritos de san José, comenzaron a extraer su tesoro para sus propias canciones, o, mejor dicho, diariamente lo sacan.
“Y finalmente, todo el pueblo lo lleva a su propia lengua, para iluminar con canto las tinieblas de la noche, o alejar el sueño, para continuar con la vigilia hasta la salida del sol. Si alguien examinara la vida de un santo de la Iglesia en un día determinado, vería el valor de los himnos de san José y reconocería su gloriosa vida. En realidad, estando adornadas con alabanzas la vida y las obras de casi todos los santos, ¿no es digno de gloria inmortal el que digna y exquisitamente las ha sabido glorificar?
“Ahora, que algunos santos glorifiquen su mansedumbre, y otros su sabiduría, y otros sus obras, y todos juntos glorifiquen la gracia del Espíritu Santo, que tan abundante e inconmensurablemente ha derramado sobre él sus dones”.
La mayoría de los Cánones del MENAION son obra de san José. Su nombre se puede encontrar en la Novena Oda como un acróstico. También compuso muchos de los himnos del PARAKLETIKE.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Venerable Joseph the Hymnographer. New York, Estados Unidos: OCA.
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