conmemorado el 29 de septiembre.
San Kyriakós (cuyo nombre proviene del griego Κύριος, que significa Señor, o aquel que pertenece al Señor), nació en la ciudad griega de Corinto de la unión del sacerdote Juan y su esposa Eudokίa. El obispo Pedro de Corinto, que era pariente de la familia, al ver que Kyriakós era un niño tranquilo y sensato, lo hizo lector en la iglesia. Su constante lectura de las Sagradas Escrituras despertó en él el amor por el Señor, y le hizo anhelar una vida pura y santa.
Cuando aún no tenía dieciocho años, Kyriakós se sintió profundamente conmovido durante un servicio religioso por las palabras del Evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mto 16:24). Creyó que estas palabras se aplicaban a él, así que fue directamente al puerto sin detenerse en su casa, se subió a un barco y fue llevado a Jerusalén.
Tras visitar los lugares santos, Kyriakós vivió durante varios meses en un monasterio no lejos de Sion, en obediencia al Higúmeno Abba Eustórgios. Más tarde, con la bendición de este último, se dirigió al Lavra (Monasterio) de san Eutimio el Grande (20 de enero). San Eutimio, discerniendo grandes dones de Dios en Kyriakós, lo tonsuró en el esquema monástico y lo colocó bajo la guía de san Gerásimos (4 de marzo), quien lo instruyó en el ascetismo en el Monasterio de san Theóktistos a un lado del Jordán.
San Gerásimos, teniendo en cuenta que Kyriakós era muy joven, le ordenó vivir en un monasterio cenobítico con los hermanos. El joven monje cumplía con facilidad sus obediencias monásticas: oraba con fervor, dormía poco y comía sólo cada dos días, sosteniéndose a pan y agua.
Era costumbre que los monjes se adentraran en el desierto de Rouva durante la Gran Cuaresma y regresaran al Monasterio el Domingo de Ramos. Al ver la estricta abstinencia del joven monje, san Gerásimos decidió llevárselo consigo. En completa soledad, los ascetas redoblaron sus esfuerzos. Todos los domingos, san Gerásimos impartía los Santos Misterios a su discípulo.
Después del reposo de san Gerásimos, Kyriakós, de veintisiete años, volvió al Lavra de san Eutimio, quien ya no estaba entre los vivos. El padre Kyriakós pidió una celda solitaria y allí se dedicó a la contienda ascética en silencio, hablando solamente con el monje Tomás. Pero Tomás fue enviado a Alejandría donde fue consagrado obispo, y san Kyriakós pasó otros diez años en completo silencio. A la edad de treinta y siete años, fue ordenado para el diaconado.
Cuando se produjo una ruptura entre los monasterios de san Euthymios y san Theóktistos, san Kyriakós se retiró al Monasterio Souka de san Xaritón (28 de septiembre). En éste Monasterio recibían como novicios incluso monjes tonsurados, y así también fue recibido san Kyriakós. Trabajó humildemente en varias obediencias monásticas. Después de varios años, san Kyriakós fue ordenado sacerdote y elegido como canonarca (o principal cantor), sirviendo en esta obediencia durante dieciocho años. En total, san Kyriakós pasó treinta años en el Monasterio de San Xaritón (28 de septiembre).
El ayuno estricto y la entera ausencia de maldad distinguieron a san Kyriakós incluso entre los ascetas más antiguos del Lavra. Cada noche leía el Salterio en su celda, interrumpiendo su lectura solo para ir a la iglesia a medianoche. El asceta dormía muy poco. Cuando llegó a la edad de setenta años, Kyriakós fue al desierto de Natoufa, llevando consigo a su discípulo Juan.
En el desierto, los ermitaños sólo comían hierbas amargas, que las oraciones de san Kyriakós hacían comestibles. Después de cinco años, cierto hombre se enteró de los ascetas y trajo ante ellos a su hijo poseído por un demonio, y San Kyriakós lo sanó. A partir de ese momento, muchas personas comenzaron a acudir a él con sus necesidades, pero él deseaba la completa soledad y huyó al desierto de Rouva, donde habitó cinco años más. Mas los enfermos y los afligidos por los demonios también acudían a él en ese desierto, y el Santo los sanaba a todos con la Señal de la Cruz y ungiéndolos con aceite.
A los ochenta años, San Kyriakós huyó al remoto desierto de Sousakim, cerca de dos arroyos secos. Según la Tradición, el santo Profeta David mencionó a Sousakim: “Tú has secado los ríos de Etam” (Sal 73/74:15). Después de siete años, los hermanos del Monasterio de Souka acudieron a él, suplicando su ayuda espiritual durante un período de debilitante penuria y enfermedad, que Dios permitió. Imploraron a san Kyriakós que volviera al Monasterio, y se instaló en la cueva donde había vivido san Xaritón.
San Kyriakós brindó una gran ayuda a la Iglesia en la lucha contra la propagación de la herejía del origenismo. Mediante la oración y la palabra, devolvió a los descarriados al verdadero camino y fortaleció a los ortodoxos en su fe. Cirilo, el autor de la Vida de san Kyriakós, y monje del Lavra de san Euthymios, fue testigo cuando san Kyriakós predijo la inminente muerte de los principales herejes Nonos y Leontius, y dijo que pronto la herejía dejaría de extenderse.
La Santísima Madre de Dios se apareció una vez a san Kyriakós en un sueño (aparición conmemorada el día 08 de junio), junto con los Santos Juan Bautista y Juan el Teólogo, ordenándole que preservara la doctrina ortodoxa en su pureza. Sin embargo, ella se negó a entrar en su celda porque en ella había un libro con los escritos del hereje Nestorio. “Mi enemigo está en tu celda”, le dijo.
A la edad de noventa y nueve años, san Kyriakós fue de nuevo a Sousakim y vivió allí con su discípulo Juan. En el desierto, san Kyriakós fue servido por un enorme león, que lo protegió de los ladrones. El animal no molestaba a los hermanos y comía de la mano del Santo.
Los ascetas habían almacenado un poco de agua en el hueco de una roca durante el invierno, pero en el calor del verano, toda el agua se secó. Como no había otra fuente de agua, san Kyriakós rezó, y cayó la lluvia, llenando de agua la hondonada.
San Kyriakós volvió al Monasterio dos años antes de su muerte y se instaló una vez más en la cueva de san Xaritón. Hasta el final de su vida, el anciano justo conservó su valor y oró con fervor. Nunca estaba ocioso, oraba o trabajaba. Antes de su bendito reposo, san Kyriakós convocó a los hermanos y los bendijo a todos. Se durmió en el Señor, habiendo vivido 109 años.
REFERENCIAS Orthodox Church in America. (2023). Venerable Kyriakós the Anchorite. New York, Estados Unidos: OCA.
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