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VENERABLE SIMEÓN DE EMESA, LOCO POR CRISTO Y SU COMPAÑERO ASCETA, EL VENERABLE JUAN

conmemorados el 21 de julio.


Los monjes Simeón, Loco por Cristo, y su compañero asceta Juan eran sirios y vivieron en el siglo VI en la ciudad de Edesa. Desde la infancia los unió un estrecho lazo de amistad. El mayor de ellos, Simeón, no estaba casado y vivía con su anciana madre. Juan, sin embargo, aunque estaba casado, vivía con su padre (su madre había muerto) y con su joven esposa. Ambos amigos pertenecían a familias adineradas. Cuando Simeón tenía treinta años y Juan veinticuatro, peregrinaron a Jerusalén en la Fiesta de la Exaltación de la Venerable y Vivificadora Cruz del Señor. En el viaje de regreso a casa, los amigos hablaron del camino del alma hacia la salvación. Desmontando sus caballos, enviaron a los sirvientes adelante con los caballos, mientras ellos continuaban a pie.

Al pasar por el Jordán, vieron monasterios al borde del desierto. Ambos estaban llenos de un deseo incontenible de abandonar el mundo y pasar el resto de su vida en ascesis. Se desviaron del camino que sus siervos seguían hacia Siria, y oraron con fervor para que Dios los guiara a los monasterios del otro lado. Suplicaron al Señor que les indicara qué monasterio debían elegir y decidieron entrar en el monasterio que tuviera las puertas abiertas. En un sueño, el Señor dijo al Higúmeno Nikon que abriera las puertas del Monasterio, para que pudieran entrar las ovejas de Cristo.

Con gran alegría, los compañeros atravesaron las puertas abiertas del Monasterio, donde fueron recibidos cálidamente por el Higúmeno, y ahí permanecieron. Poco después, recibieron la tonsura monástica.

Después de permanecer en el Monasterio por un tiempo, Simeón deseaba intensificar sus esfuerzos y partir hacia el desierto para proseguir con el ascetismo en entera soledad. Juan deseó no quedarse a la zaga de su compañero y decidió compartir con él la labor de un morador del desierto. El Señor reveló las intenciones de los compañeros a Higúmeno Nikon, y la noche en que los Santos Simeón y Juan abrigaban la intención de partir del Monasterio, él mismo les abrió las puertas. Oró con ellos, les dio su bendición y los envió al desierto.

Cuando comenzaron su vida en el desierto, los hermanos espirituales experimentaron los fuertes ataques del diablo. Fueron tentados por el pesar por causa del abandono de sus familias; asimismo, los demonios se empeñaron en disuadir a los ascetas, sometiéndolos a la debilidad, el descorazonamiento y la holgazanería. Los hermanos Simeón y Juan recordaron su vocación monástica y, confiando en las oraciones de su anciano Nikon, continuaron por el camino elegido. Pasaron su tiempo en incesante oración y estricto ayuno, alentándose uno a otro en su contienda contra la tentación.

Después de un tiempo, con la ayuda de Dios, las tentaciones cesaron. Dios les dijo a los monjes que la madre de Simeón y la esposa de Juan habían fallecido y que el Señor las había otorgado las bendiciones del Paraíso. Después de ésto, Simeón y Juan vivieron en el desierto durante veintinueve años y alcanzaron un completo desapego y un alto grado de espiritualidad. San Simeón, por inspiración de Dios, consideró que ahora le correspondía servir a la gente. Para ello, debía abandonar la soledad del desierto y volver al mundo. San Juan, sin embargo, creyendo no haber alcanzado tal grado de desapasionamiento como su compañero, decidió no abandonar el desierto.

Los hermanos se despidieron con lágrimas. Simeón viajó a Jerusalén, y allí veneró la Tumba del Señor y todos los lugares santos. Por su gran humildad, el Santo Asceta rogó al Señor que lo permitiera servir a su prójimo de manera tal que su obra no fuera reconocida. San Simeón eligió para sí la difícil tarea de la Locura por Cristo. Habiendo llegado a la ciudad de Emesa, se quedó allí y se hizo pasar por un insensato, comportándose de extraña manera, por lo cual fue objeto de insultos, vejaciones y azotes. A pesar de ésto, obró numerosas buenas obras. Expulsó demonios, sanó a los enfermos, libró a las personas de muerte inminente, llevó a los incrédulos a la fe ya los pecadores al arrepentimiento.

Todas éstas cosas las hizo bajo apariencia de insensatez, y jamás recibió ni elogios ni el agradecimiento de la gente. Sin embargo, san Juan estimaba mucho a su hermano espiritual. Cuando uno de los habitantes de la ciudad de Emesa lo visitaba en el desierto, pidiendo su consejo y oración, los dirigía sin excepción a “Simeón el insensato”, quien estaba en mejores condiciones para ofrecerles consejo espiritual. Durante tres días antes de su muerte, san Simeón dejó de aparecer en las calles y se encerró en su choza, donde no había nada sino pilas de leña. Habiendo permanecido en oración incesante durante tres días, san Simeón durmió en el Señor. Algunos de los pobres de la ciudad, sus compañeros, no habían visto al necio durante algún tiempo. Acudieron a su choza y lo encontraron muerto.

Tomando el cuerpo sin vida, lo llevaron sin cantos de iglesia a un lugar donde solían ser enterrados los vagabundos y los forasteros. Mientras llevaban el cuerpo de san Simeón, varios de los habitantes escucharon un maravilloso canto eclesial, mas no conocieron de dónde provenía.

Después del reposo de san Simeón, también san Juan durmió en el Señor. Poco antes de su muerte, san Simeón vio en una visión a su hermano espiritual con una corona en la cabeza con la inscripción: “Por arrostrar el desierto”.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Venerable Simeon of Emessa the Fool-For-Christ, and his fellow ascetic Venerable John. New York, Estados Unidos: OCA.

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