conmemorado el 12 de diciembre.
San Espiridón de Tremitunte nació a finales del siglo III en la isla de Chipre. Era pastor, tenía mujer e hijos. Empleó todos sus bienes para las necesidades de sus vecinos y de las personas desprovistas de hogar, por lo que el Señor lo recompensó con el don de obrar prodigios. Sanó a los que estaban incurablemente enfermos y expulsó demonios.
Tras el fallecimiento de su esposa, durante el reinado de Constantino el Grande (306-337), fue nombrado obispo de Tremitunte, Chipre. Como obispo, el Santo no alteró su forma de vida, sino que hilvanó el servicio pastoral y las obras de caridad.
Según el testimonio de los historiadores de la Iglesia, san Espiridón participó en las sesiones del Primer Concilio Ecuménico en el año 325. En el Concilio, el Santo entró en disputa con un filósofo griego que defendía la herejía arriana. El poder del discurso claro y directo de san Espiridón puso de realce la importancia de la sabiduría de Dios frente a la sabiduría humana: “Escucha, filósofo, lo que te digo. Hay un Dios que creó al hombre del polvo. Él ha ordenado todas las cosas, tanto visibles como invisibles, por Su Palabra y Su Espíritu. El Verbo es el Hijo de Dios, que descendió a la tierra a causa de nuestros pecados. Nació de una Virgen, vivió entre los hombres, y padeció y murió por nuestra salvación, y luego resucitó de entre los muertos, y ha resucitado con Él al género humano. Creemos que Él es uno en esencia (consustancial) con el Padre, e igual a Él en autoridad y honor. Creemos esto sin ninguna racionalización astuta, porque es imposible comprender este misterio mediante la razón humana”.
Como resultado de su discusión, el opositor del cristianismo se convirtió en un celoso defensor del Santo y más tarde recibió el Santo Bautismo. Después de su conversación con san Espiridón, el filósofo se volvió hacia sus compañeros y dijo: “¡Escuchen! Hasta ahora mis rivales han presentado sus argumentos y pude refutar sus pruebas con otras pruebas. Pero en lugar de pruebas de la razón, las palabras de este Anciano están llenas de algún tipo de poder especial, y nadie puede refutarlas, ya que es imposible que el hombre se oponga a Dios. Si alguno de ustedes piensa como yo ahora, crea en Cristo y únase a mí para seguir a este hombre, porque Dios mismo habla a través de sus labios”.
En este Concilio, san Espiridón mostró de manera notable la unidad de la Santísima Trinidad. Tomó un ladrillo en su mano y lo apretó. En ese instante, el fuego salió disparado, el agua goteó en el suelo y solo polvo quedó sobre las manos del hacedor de maravillas. “Solo había un ladrillo”, dijo san Espiridón, “pero estaba compuesto de tres elementos. En la Santísima Trinidad hay tres Personas, pero un solo Dios”.
El Santo cuidó de su rebaño con gran amor. A través de sus oraciones, la sequía fue reemplazada por lluvias abundantes, y las lluvias incesantes fueron reemplazadas por buen tiempo; a través de sus oraciones, los enfermos fueron sanados y los demonios expulsados.
Una vez se le acercó una mujer con un niño muerto en brazos, implorando la intercesión del santo. Él oró, y el niño fue restaurado a la vida. La madre, abrumada por la alegría, se derrumbó sin vida. A través de las oraciones del Santo de Dios, la madre fue restaurada a la vida.
En otra ocasión, al apresurarse a salvar a su amigo, que había sido acusado falsamente y condenado a muerte, el Santo se vio obstaculizado en su camino por la inundación inesperada de un arroyo. El Santo ordenó al agua: “¡Alto! Porque el Señor de todo el mundo manda que me dejéis pasar para que un hombre se salve”. La voluntad del Santo se cumplió y cruzó feliz a la otra orilla. El juez, enterado del milagro que había ocurrido, recibió a san Espiridón con estima y dejó en libertad a su amigo.
Se conocen casos similares de la vida del santo. Una vez, entró en una iglesia vacía, y ordenó que se encendieran las lampadas y las velas, y luego comenzó el servicio. Cuando dijo: “Paz a todos”, tanto él como el diácono oyeron desde arriba el resonar de una gran multitud de voces que decían: “Y con tu espíritu”. Este coro era majestuoso y más dulcemente melodioso que cualquier coro humano. A cada petición de las letanías, el coro invisible cantaba: “Señor, ten piedad”. Atraídos por el canto de la iglesia, la gente que vivía cerca se apresuró hacia ella. A medida que se acercaban más y más a la iglesia, el maravilloso canto llenaba sus oídos y alegraba sus corazones. Pero cuando entraron en la iglesia, no vieron a nadie sino al obispo y a varios feligreses, mas ya no oyeron el canto que tanto los había asombrado.
San Simeón Metafraste (9 de noviembre), el autor de su Vida, comparó a san Espiridón con el patriarca Abraham en su hospitalidad. Sozomeno, en su Historia de la Iglesia, ofrece un ejemplo sorprendente de la vida del Santo de cómo recibió a los extraños. Una vez, al comienzo del ayuno de cuarenta días, un extraño llamó a su puerta. Al ver que el viajero estaba muy agotado, san Espiridón dijo a su hija: “Lávale los pies a este hombre, para que se recline a cenar”. Pero como era Cuaresma no había ninguna de las provisiones necesarias, porque el santo “sólo comía algunos días, y otros, se quedaba sin comer”. Su hija respondió que no había pan ni harina en la casa. Entonces san Espiridón, disculpándose con su invitado, ordenó a su hija que cocinara un jamón salado de su despensa. Después de sentar al extraño a la mesa, comenzó a comer, instando a ese hombre a hacer lo mismo. Cuando este último se negó, llamándose cristiano, el santo replicó: “No es correcto rechazar esto, porque la Palabra de Dios proclama: ‘Todas las cosas son puras para los puros’” (Tito 1:15).
Otro detalle histórico inscripto por Sozomeno, fue característico del santo. Era su costumbre distribuir una parte de la cosecha recogida a los indigentes, y otra parte a los menesterosos mientras estaban endeudados. No tomó parte para él, sino que simplemente los mostró la entrada a su almacén, donde cada uno podía tomar la cantidad que necesitaba y luego podía devolverla de la misma manera, sin registros ni contabilidad.
También está el cuento de Sócrates Scholasticus sobre cómo los ladrones planearon robar las ovejas de san Espiridón. Irrumpieron en el redil de las ovejas por la noche, mas en él permanecieron atados por algún poder invisible. Cuando llegó la mañana, el Santo fue a su rebaño y, al ver a los ladrones atados, oró y los soltó. Durante mucho tiempo les aconsejó que dejaran su camino de iniquidad y se ganaran la vida con un trabajo respetable. Luego les obsequió una oveja y, al despedirlos, el san Espiridón les dijo amablemente: “Tomen esto para su molestia, para que no pasen una noche de insomnio en vano”.
Todas las Vidas del Santo relatan la asombrosa sencillez y el don de obrar milagros que Dios lo concedió. Por una palabra del Santo los muertos fueron despertados, los elementos de la naturaleza desbravados, los ídolos arruinados. En un tiempo, el patriarca convocó un concilio en Alejandría para discutir qué hacer con los ídolos y los templos paganos allí. Por las oraciones de los Padres del Concilio cayeron todos los ídolos menos uno, que fue muy venerado. Se le reveló al Patriarca en una visión que este ídolo tenía que ser destrozado por san Espiridón de Tremitunte. Invitado por el Concilio, el Santo zarpó en un barco, y en el momento en que el barco tocó tierra y el Santo pisó tierra, el ídolo de Alejandría, junto con todas sus ofrendas, se convirtió en polvo, lo que luego se informó al Patriarca y a todos los obispos.
San Espiridón vivió su vida terrenal en rectitud y santidad, y en oración entregó su alma al Señor. Sus reliquias reposan en la isla de Corfú (Kerkyra), en una iglesia que lleva su nombre (su mano derecha, sin embargo, se encuentra en Roma).
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Saint Spyridon the Wonderworker, Bishop of Tremithus. New York, Estados Unidos: OCA.
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