conmemorada el 05 de agosto.
Santa Nona (gr. Νόννα, “Nónna”) madre de Gregorio Nacianceno el Teólogo, Arzobispo de Constantinopla, insigne Padre y maestro de la Iglesia (25 de enero de 389), era hija de los cristianos Filotatos y Gorgonia, quienes la educaron en la piedad cristiana. Santa Nona era también tía de san Anfiloquio, obispo de Iconio (23 de noviembre).
Santa Nona se casó con Gregorio de Arianzo (1 de enero), el rico terrateniente de una finca en los distritos de Arianzo y Nacianceno. El matrimonio fue ventajoso por consideraciones terrenales, pero doloroso para el alma piadosa de Nona. Su esposo Gregorio era pagano, seguidor de la secta de los hipsistarianos (gr. Hypsistarii), que veneraban a un dios supremo y observaban ciertos rituales judíos, mientras que al mismo tiempo adoraban al fuego.
Santa Nona oraba para que su esposo se volviera a la santa verdad. El hijo de Santa Nona, san Gregorio el Teólogo, escribió sobre ello: “Ella no podía soportar ésto, estando unida a medias a Dios, porque aquel que era parte de ella permanecía separado de Dios. Ella anhelaba una unión espiritual además de la unión corporal. Día y noche se dirigía a Dios con ayunos y muchas lágrimas, rogándole que concediera la salvación a su esposo”.
A través de las oraciones de Santa Nona, su esposo Gregorio tuvo una visión en su sueño. “A mi padre le pareció”, escribe san Gregorio, “como si estuviera cantando el siguiente verso de David: “Me alegré cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (Sal 121/122:1). Nunca lo había hecho antes, aunque su esposa había ofrecido a menudo sus súplicas y oraciones por ello”.
El Salmo le resultó extraño, pero junto con sus palabras, también sobrevino el deseo de acudir a la iglesia. Cuando se enteró de ésto, Santa Nona le dijo a su esposo que la visión le traería el mayor placer si se cumplía.
El Anciano Gregorio acudió al Primer Concilio Ecuménico de Nicea, donde manifestó su conversión a Cristo. Recibió el Bautismo, fue ordenado presbítero y luego obispo de Nacianzo, dedicándose totalmente a la Iglesia. Al mismo tiempo que fue consagrado como obispo, su esposa Santa Nona fue nombrada diaconisa. Con el mismo celo con que había educado a sus hijos, se dedicó ahora a realizar obras de caridad.
“Sabía”, dice san Gregorio el Teólogo, “una cosa para ser verdaderamente noble: ser piadosa y saber de dónde venimos y a dónde vamos; y que hay una riqueza innata y confiable: usar los propios bienes en Dios y en los necesitados, especialmente en los parientes empobrecidos. Una mujer puede distinguirse por su frugalidad y otra por su piedad, pero ella, por difícil que sea combinar ambas cualidades, sobresalió en ambas. En cada una alcanzó la cima de la perfección y en ella ambas se combinaron. No permitió que un deber interfiriera con el otro, sino que más bien cada uno se apoyaba en el otro. ¿Qué momento y lugar de oración se la escapaba? Se sentía atraída a ello cada día antes que a cualquier otra cosa, y tenía plena fe en que sus oraciones serían respondidas. Aunque se conmovía mucho por las penas de los extraños, nunca se rindió al dolor hasta el punto de permitir que un sonido de dolor escapara de sus labios antes de la Eucaristía, o que una lágrima cayera de sus ojos, o que quedara algún rastro de duelo en un día festivo, aunque soportó repetidamente grandes dolores. Sometió todo lo humano a Dios”.
Sus últimos años trajeron a Santa Nona numerosos dolores. En el año 368 falleció su hijo menor, Cesario, un joven de prometedor porvenir; y al año siguiente, falleció su hija. La valiente anciana soportó éstas pérdidas sometiéndose a la voluntad de Dios.
En el año 370 el obispo Gregorio, ya anciano, participó en la consagración de san Basilio el Grande como obispo de Cesarea. Santa Nona, que era algo más joven que su esposo, también estaba lista para pasar a la otra vida, pero gracias a las oraciones de su amado hijo, su tiempo en la tierra se prolongó.
“Mi madre”, escribió su hijo, “siempre fue fuerte y vigorosa, dispensada de enfermedades durante toda su vida, pero luego enfermó. Por causa de muchas angustias… acarreadas por su incapacidad para comer, su vida estuvo en peligro durante muchos días, y no se pudo encontrar cura. ¿Cómo entonces la sostuvo Dios? No envió el maná, como al antiguo Israel; no partió una roca para proporcionar agua al pueblo sediento; ni envió comida por medio de cuervos, como a Elías, ni la alimentó..., como una vez alimentó a Daniel, que sintió hambre en el pozo. Pero ¿cómo? Le pareció que yo, su hijo favorito (ni siquiera en sueños prefería a nadie más), se la había aparecido de repente por la noche con una cesta de blanquísimo pan. Entonces bendije éstos panes con la Señal de la Cruz, como es mi costumbre, y la alimenté, y con ésto su fuerza aumentó”.
Santa Nona creyó que la visión era real. Se volvió más fuerte y más parecida a su antigua persona.
San Gregorio la visitó temprano a la mañana siguiente y, como de costumbre, preguntó cómo había sido la noche y si necesitaba algo. “Ella respondió: ‘Hijo mío, me has alimentado y ahora me preguntas por mi salud. Estoy bien’. En ese momento sus doncellas me hicieron señas para que no la contradijera, sino que aceptara sus palabras para que la verdad no la angustiara”.
A principios del año 374, san Gregorio el Viejo, con cien años de edad, reposó. Después de ésto, Santa Nona casi nunca salió de la iglesia. Poco después de su fallecimiento, ella durmió en el Señor mientras oraba en el templo el 5 de agosto de 374.
Santa Nona fue una esposa y madre ejemplar, una mujer extraordinaria que dedicó su vida a Dios y a la Iglesia sin descuidar sus otras responsabilidades. Por sus preocupaciones espirituales, sociales y domésticas, Santa Nona devendría una apropiada patrona para las organizaciones de mujeres ortodoxas.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2024). Righteous Nonna, Mother of Saint Gregory the Theologian. New York, Estados Unidos: OCA.
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