REGOCIJÉMONOS A LA VIDA CATÓLICA-EUCARÍSTICA,
METROPOLITA NAHÚM DE STRUMICA.
Si el Hijo de Dios no hubiera descendido a la tierra entre nosotros, tampoco podríamos, en la Entrada Menor de la Divina Liturgia de la Iglesia, ascender ni estar ante el trono de Dios. Si Él no hubiera sido bautizado, tampoco podríamos estar muertos al pecado y vivos en Él para Dios. Si Él no hubiera proclamado Su Buena Nueva acerca del Reino de Dios, tampoco podríamos, en la Divina Liturgia de la Iglesia, ni leer ni predicar Su Nuevo Testamento. Si Él no se hubiera sacrificado en la Cruz por nosotros y nuestra salvación, tampoco podríamos, en la Gran Entrada de la Divina Liturgia, ofrecernos a nosotros mismos y a nuestra vida entera en el santo trono de Dios a través de los dones que ofrecemos en él. Si no hubiera ascendido y tomado asiento a la diestra del Padre, tampoco el Señor Espíritu Santo habría descendido sobre los Apóstoles y, a través de ellos y de los Santos Padres, sobre nosotros hasta el día de hoy, en la Iglesia. La Segunda Venida de Cristo y el Día del Juicio no podrían ser ya ni todavía. Y, si el Espíritu Santo no hubiera descendido sobre nosotros, ningún sentido tendría para nosotros todo lo que el Dios-hombre Cristo hubiera hecho para nuestra salvación.
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