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NUESTRO VENERABLE PADRE SAN GREGORIO NACIANCENO EL TEÓLOGO, ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA

Foto del escritor: monasteriodelasant6monasteriodelasant6

conmemorado el 25 de enero.


San Gregorio Nacianceno el Teólogo, Arzobispo de Constantinopla, insigne Padre y maestro de la Iglesia, nació en el seno de una familia cristiana de eminente linaje en el año 329, en Arianzo (no lejos de Nazianzo, ciudad de Capadocia). El padre, también de nombre Gregorio (1 de enero), fue obispo de Nazianzo. El hijo, es san Gregorio Nacianceno, célebre en la teología patrística. Su piadosa madre, santa Nona (5 de agosto), oró a Dios por un hijo, prometiendo dedicarlo al Señor. Su oración fue respondida y llamó a su hijo Gregorio.

Cuando el niño aprendió a leer, su madre le presentó las Sagradas Escrituras. San Gregorio recibió una educación completa y extensa: después de trabajar en casa con su tío san Anfiloquio (23 de noviembre), un experimentado maestro de retórica, estudió en las escuelas de Nazianzo, Cesarea de Capadocia y Alejandría. Entonces el joven Santo decidió ir a Atenas para completar su educación.

En el camino de Alejandría a Grecia, una terrible tormenta se desató durante muchos días. San Gregorio, entonces sólo un catecúmeno, temía perecer en el mar antes de ser purificado en las aguas del Bautismo. San Gregorio permaneció en la popa de la nave durante veinte días, suplicando al Dios misericordioso por la salvación. Hizo voto de dedicarse a Dios y se salvó cuando invocó el nombre del Señor.

San Gregorio Nacianceno pasó seis años en Atenas estudiando retórica, poesía, geometría y astronomía. Sus maestros fueron los renombrados retóricos paganos Gimorias y Proeresias. San Basilio, futuro arzobispo de Cesarea (1 de enero) también estudió en Atenas con san Gregorio. Eran tan amigos que parecían ser un alma en dos cuerpos. Juliano, el futuro emperador (361-363) y apóstata de la fe cristiana, estudiaba filosofía en Atenas al mismo tiempo.

Al completar su educación, san Gregorio permaneció por un tiempo en Atenas como maestro de retórica. Conocía, juntamente, la filosofía y la literatura paganas.

En el año 358, san Gregorio abandonó tranquilamente Atenas y regresó a Nazianzo con sus padres. A los treinta y tres años recibió el Bautismo de manos de su padre, quien había sido nombrado obispo de Nacianceno. Contra su voluntad, san Gregorio fue ordenado por su padre al santo sacerdocio. Sin embargo, cuando el anciano Gregorio quiso nombrarlo obispo, huyó para reunirse con su amigo Basilio en el Ponto. San Basilio había organizado un monasterio en Ponto y había escrito a Gregorio invitándolo a venir.

San Gregorio permaneció con san Basilio durante varios años. Cuando su hermano san Cesáreo (9 de marzo) falleció, regresó a casa para ayudar a su padre a administrar su diócesis. La iglesia local estaba en crisis por causa de la herejía arriana. San Gregorio tuvo el difícil cometido de reconciliar al obispo con su rebaño, el cual condenara a su pastor por firmar una ambigua interpretación de los dogmas de la fe.

San Gregorio convenció a su padre de la naturaleza perniciosa del arrianismo y lo fortaleció en la ortodoxia. En ese momento, el obispo Antímo, quien pretendiera ser ortodoxo mas permanecía un hereje, se convirtió en metropolitano de Tirana. San Basilio había sido consagrado como Arzobispo de Cesarea, Capadocia. Antímo deseaba separarse de san Basilio y dividir la provincia de Capadocia.

San Basilio el Grande nombró a san Gregorio obispo de la ciudad de Sásima, un pequeño pueblo entre Cesarea y Tirana. Sin embargo, san Gregorio permaneció en Nazianzo para ayudar a su moribundo padre, y guio el rebaño de dicha ciudad durante un tiempo después de la muerte de su padre en el año 374.

A la muerte del Patriarca Valente de Constantinopla en el año 378, un concilio de obispos invitó a san Gregorio para ayudar a la Iglesia de Constantinopla, en ese momento estaba asolada por los herejes. Obteniendo el consentimiento de san Basilio el Grande, san Gregorio arribó a Constantinopla con el propósito de combatir la herejía. En el año 379 comenzó a servir y predicar en una pequeña iglesia llamada “Anastasis” (“Resurrección”). Al igual que David luchando contra los filisteos con una honda, de semejante manera, san Gregorio luchó contra viento y marea para derrotar la falsa doctrina.

Los herejes eran mayoría en la capital: arrianos, macedonios y apolinarios. Cuanto más predicaba, más disminuía el número de herejes y aumentaba el número de ortodoxos. En la noche de Pascua (21 de abril de 379) cuando san Gregorio estaba bautizando a los catecúmenos, una turba de herejes armados irrumpió en la iglesia arrojando piedras a los ortodoxos, matando a un obispo e hiriendo a san Gregorio. Pero la fortaleza y la mansedumbre del Santo de Nazianzo fueron su armadura, y sus palabras convirtieron a muchos a la Iglesia Ortodoxa.

Las obras literarias de san Gregorio (discursos, cartas, poemas) lo alzan como un digno predicador de la verdad de Cristo. Tenía un don literario, y el Santo buscaba ofrecer su talento a Dios Verbo: “Este don lo ofrezco a mi Dios, a Él le dedico este don. Sólo esto preservo como mi tesoro. Renuncié a todo lo demás por mandato del Espíritu. Di todo lo que tenía  a fin de obtener la perla de gran valía. Sólo en la palabra soy amo, como siervo de la Palabra. Jamás desearía despreciar intencionalmente esta riqueza. Lo estimo, lo valoro, me consuela más de lo que otros se consuelan con todos los tesoros del mundo. Es el compañero de toda mi vida, buen consejero y conversador; un guía en el camino al Cielo y un ferviente co-asceta”. Para predicar debidamente la Palabra de Dios, el Santo preparó y revisó cuidadosamente sus obras.

En cinco sermones, o “Discursos Teológicos”, san Gregorio define en primer lugar las características de un teólogo y de quién puede teologizar. Solo aquellos que tienen experiencia pueden razonar adecuadamente acerca de Dios, aquellos que tienen éxito en la contemplación y, lo que es más importante, que son puros en alma y cuerpo, y absolutamente desinteresados. El acto de razonar correctamente acerca de Dios sólo es posible para quien se introduce en él con amor y reverencia.

Al explicar que Dios ha ocultado Su Esencia a la humanidad, san Gregorio demuestra que es imposible que los que están en la carne vean los objetos mentales sin una mezcla de lo corpóreo. Hablar de Dios en un sentido positivo sólo es posible cuando nos liberamos de las impresiones externas de las cosas y de sus efectos, cuando nuestra guía, la mente, no se adhiere a imágenes impuras y transitorias. En respuesta a los eunomianos, que pretendían captar la Esencia de Dios a través de la especulación lógica, el Santo declaró que el hombre percibe a Dios cuando la mente y la razón se tornan divinas, a la semejanza de Dios, es decir, cuando la imagen asciende a su Arquetipo. (O 28:17).

Por añadidura, el ejemplo de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y también de los Apóstoles ha demostrado que la Esencia de Dios es incomprensible para el hombre mortal. San Gregorio citó el fútil sofisma de Eunomio: “Dios engendró al Hijo por su voluntad o contra su voluntad. Si engendró en contra de su voluntad, entonces sufrió coacción. Si por Su voluntad, entonces el Hijo es el Hijo de Su intención”.

Refutando tal razonamiento, san Gregorio señala el daño que hace al hombre: “Tú mismo, que hablas tan irreflexivamente, ¿fuiste engendrado voluntaria o involuntariamente por tu padre? Acaso involuntariamente, entonces tu padre estaba bajo el dominio de algún tirano. ¿Quién? Difícilmente puedes decir que fue la naturaleza, porque la naturaleza es tolerante con la castidad. Si fue voluntariamente, por unas pocas sílabas te despojas de tu padre, porque así se muestra que eres hijo de Voluntad, y no de tu padre” (Discurso 29:6).

San Gregorio se dirige luego a la Sagrada Escritura, examinando con particular atención un lugar donde señala la Naturaleza Divina del Hijo de Dios. Las interpretaciones de san Gregorio de la Sagrada Escritura están dedicadas a poner de manifiesto que el poder divino del Salvador se realizó incluso cuando Él asumió la caída naturaleza humana para la salvación de la humanidad.

El primero de las Cinco Discursos Teológicos de san Gregorio se centra en los argumentos contra los eunomianos por su blasfemia contra el Espíritu Santo. Examinando de cerca todo lo que se dice en el Evangelio sobre la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Santo refuta la herejía de Eunomio, quien rechazaba la divinidad del Espíritu Santo. Llega a dos conclusiones fundamentales. Primero, al leer la Sagrada Escritura, es necesario rechazar la ciega literalidad y tratar de comprender, en cambio, su sentido espiritual. Segundo, en el Antiguo Testamento el Espíritu Santo operaba de manera oculta. “Ahora el Espíritu mismo habita entre nosotros y hace más segura la manifestación de sí mismo. No era seguro, mientras no reconocieran la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo; y mientras no se admitiera la divinidad del Hijo, no podrían, para decirlo con cierta osadía, imponernos la carga del Espíritu Santo» (Discurso 31, 26).

La divinidad del Espíritu Santo es un tema sublime. “Mira estos hechos: Cristo nace, el Espíritu Santo es Su Precursor. Cristo es bautizado, el Espíritu da testimonio de ello... Cristo hace milagros, el Espíritu los acompaña. Cristo asciende, el Espíritu toma su lugar. ¿Qué grandes cosas caben en la idea de Dios que no están en Su poder? ¿Qué títulos pertenecientes a Dios no se aplican también a Él, a excepción de No engendrado y Engendrado? ¡Tiemblo al pensar en tanta abundancia de títulos, y cuántos Nombres blasfeman, los que se rebelan contra el Espíritu!” (Discurso 31:29).

Los Discursos de san Gregorio no se limitan sólo a este tema. También escribió Panegíricos sobre los santos, Oraciones festivas, dos invectivas contra Juliano el Apóstata, “dos pilares, en los que la impiedad de Juliano está indeleblemente inscripta para la posteridad”, y diversos discursos sobre otros temas. En total, se han conservado cuarenta y cinco oraciones de san Gregorio.

Las cartas del Santo se comparan favorablemente con sus mejores obras teológicas. Todas ellas son claras, pero concisas. En sus poemas como en todas las cosas, san Gregorio se centró en Cristo. “Si los extensos tratados de los herejes son nuevos Salterios en desacuerdo con David, y los hermosos versos que honran son como un tercer testamento, entonces también nosotros cantaremos Salmos, y comenzaremos a escribir mucho y componer poéticas métricas”, clamó el Santo. De su don poético escribió el santo: “Soy un órgano del Señor, y dulcemente... glorifico al Rey, por entero estremecido ante Él”.

La fama del predicador ortodoxo se extendió por Oriente y Occidente. Pero el Santo vivía en la capital como si aún viviera en el desierto: “su alimento era alimento del desierto; su ropa era la necesaria. Hizo visitas sin pretensiones, y aunque estaba cerca de la corte, no buscó nada de la corte”.

Cuando cayó enfermo, el Santo recibió una mala nueva. Uno a quien consideraba su amigo, el filósofo Máximo, fue consagrado en Constantinopla en vez de san Gregorio. Afectado por la ingratitud de Máximo, el Santo decidió renunciar a la catedral, pero su fiel rebaño se lo impidió. El pueblo echó al usurpador de la ciudad. El 24 de noviembre de 380 el santo emperador Teodosio llegó a la capital y, al hacer cumplir su decreto contra los herejes, la iglesia principal fue devuelta a los ortodoxos, con la solemne entrada de san Gregorio. Se planeó un atentado contra la vida de san Gregorio, pero en cambio el asesino apareció ante el Santo con lágrimas de arrepentimiento.

En el Segundo Concilio Ecuménico en 381, san Gregorio fue elegido Patriarca de Constantinopla. Después del reposo del patriarca Melecio de Antioquía, san Gregorio presidió el Concilio. Con la esperanza de reconciliar Occidente con Oriente, se ofreció a reconocer a Paulino como Patriarca de Antioquía.

Quienes actuaran en contra de san Gregorio en nombre de Máximo, en especial los obispos egipcios y macedonios, llegaron tarde al Concilio. No querían reconocer al Santo como Patriarca de Constantinopla, habida cuenta de que fue elegido en su ausencia.

San Gregorio decidió renunciar a su cargo en aras de la paz en la Iglesia: “¡Déjame ser como el profeta Jonás! Fui responsable de la tormenta, pero me sacrificaría por la salvación de la nave. Tómame y arrójame... No estaba feliz cuando ascendí al trono, y con gusto descendería de él”.

Después de comunicar al emperador su deseo de abandonar la capital, san Gregorio se presentó de nuevo en el Concilio para pronunciar un discurso de despedida (Discurso 42) pidiendo que se le permitiera partir en paz.

A su regreso a su región natal, san Gregorio dirigió su atención a la incursión de los herejes apolinaristas en el rebaño de Nazianzo, y estableció allí como obispo al piadoso Eulalio, mientras él mismo se retiraba a la soledad de Arianzo, tan querido por su corazón. El Santo, celoso de la verdad de Cristo, continuó afirmando la ortodoxia a través de sus cartas y poemas, mientras permanecía en el desierto. Murió el 25 de enero de 389, y es honrado con el título de “Teólogo”, dado también al Santo Apóstol y Evangelista Juan.

En sus obras san Gregorio, como aquel otro teólogo san Juan, dirige todo hacia el Verbo Preeterno. San Juan de Damasco (4 de diciembre), en la primera parte de su libro Una Exposición Exacta de la Fe Ortodoxa, siguió el camino de san Gregorio el Teólogo.

San Gregorio fue enterrado en Nazianzo. En el año 950, sus santas reliquias fueron trasladadas a Constantinopla a la iglesia de los Santos Apóstoles. Posteriormente, una parte de sus reliquias fue trasladada a Roma.

En apariencia, el Santo era de mediana estatura y algo pálido. Tenía cejas pobladas y barba corta. Sus contemporáneos ya llamaban Santo a su Archipastor. La Iglesia Ortodoxa honra a san Gregorio como segundo teólogo y perspicaz escriba sobre la Santísima Trinidad.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Saint Gregory the Theologian, Archbishop of Constantinople. New York, Estados Unidos: OCA.

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