conmemorado el 23 de enero.
San Dionisio nació en los últimos años del siglo XV en la aldea de Slatina (ahora llamada Drakotrypa) en Tesalia, hijo de piadosos padres cristianos, tras cuyo fallecimiento, el muchacho se ganó la vida por un tiempo como maestro y copista, pero, consumido por el celo por las cosas de Dios, se dirigió prontamente al Monasterio de la Transfiguración en Meteora, donde se convirtió en el discípulo de un Anciano Monje de nombre Saba.
No llevaba mucho tiempo vestido con el raso monástico cuando, al escuchar sobre la vida ascética, la ascesis y la oración de los Monjes de Athos, huyó allí, sin comunicárselo a su Gérondas, quien había querido mantenerlo por la fuerza.
Al llegar a Karyes, la capital de la comunidad atonita, pidió ser recibido en la hermandad del Gérondas Gabriel, quien era célebre por su sabiduría, pero lo enviaron de vuelta al mundo para quedarse con el obispo de Casandra. Sin embargo, al llegar a la edad requerida, Dionisio recibió el Gran Esquema Angelical de manos de Gabriel, quien, al discernir sus cualidades, pronto lo ordenó diácono y luego sacerdote para que asumiera los deberes de los servicios en el Protatón (entre las iglesias de Karyes, la primera).
El celo de Dionisio por la ascesis y su amor por la oración ganaron la admiración de jóvenes y mayores por igual, y no tuvo dificultad en obtener el consentimiento de su padre espiritual para participar en las feroces luchas de la vida eremítica en un sitio frío y abandonado, no lejos del Monasterio de Karakallou.
Trabajaba día y noche para hacer que el hombre oculto renovado a la imagen de Cristo creciese dentro de él. Se sostuvo con la lectura de la Sagrada Escritura; y los frutos de los muchos castaños que crecían allí, lo permitieron vivir sin preocuparse por el alimento. Perseveró en luchas espirituales dignas de los grandes ascetas de la Iglesia primitiva durante tres años.
Habiendo realizado una peregrinación a Tierra Santa, se detuvo en Iconio durante algún tiempo, donde el anciano metropolitano deseaba que fuese su sucesor.
Después de haber venerado los lugares sagrados, regresó al Monte Athos y se encargó de ampliar su pequeña capilla, asistido en esta obra por los ángeles. Un bandolero observó que muchos visitantes venían a recibir su bendición y decidió asesinar a Dionisio. Pero sus ojos se oscurecieron para que no viera pasar a Dionisio, por lo que se dirigió a su celda con la intención de saquearlo todo. Encontrándose allí con el Santo, cayó a sus pies llorando, confesó su mala intención y finalmente se convirtió en monje.
La vida celestial de san Dionisio se hizo conocida en toda la Montaña Sagrada y, después de siete años, los monjes del Santo Monasterio de Filoteo pidieron que se convirtiera en su Abad. Consternado por el amor a sus semejantes, el Santo decidió renunciar a su ascético estilo de vida por la salvación de sus hermanos. Las condiciones materiales y espirituales del Monasterio pronto se pusieron en pie bajo su dirección, y recibió un buen número de aspirantes a la vida monástica.
Sin embargo, algunos monjes búlgaros, resentidos por perder su influencia en el Monasterio, intentaron acabar con él. Advertido a tiempo, san Dionisio huyó y se instaló con algunos hermanos de la comunidad en el Bosquejo de Beria, donde unos cuantos monjes llevaban una vida celestial.
Allí también las virtudes que Dios hizo brillar en el Santo atrajeron a los discípulos como un imán al hierro. Reconstruyó la Iglesia de San Juan el Precursor, transformó el Skete en un monasterio cenobítico, organizado de acuerdo con la tradición de la Montaña Sagrada; y permitió que otros hermanos se establecieran alrededor, solos o en pequeñas comunidades, para que el lugar pronto se convirtiera en una verdadera ciudad de monjes.
A pesar de las obras de construcción y los cuidados de la dirección espiritual, Dionisio no hizo ningún cambio en el curso de su vida ascética. No comía más que una pequeña fruta, llevaba la misma ropa en todas las estaciones y oraba sin cesar, como había hecho en el desierto, especialmente en el silencio de la noche. A éstos trabajos añadió una caridad sin límites. Distribuiría bienes, alimentos y ropa a los necesitados que venían a buscar limosnas del Monasterio, dejando las necesidades de la comunidad al cuidado de la Divina Providencia.
Como padre responsable de todos ellos, también era, como Cristo, el más humilde, y se consideraba el servidor de cada uno de sus monjes.
Siempre que podía, iba a las aldeas de la región para instruir a la gente en el cumplimiento de los mandamientos y en cómo vivir de acuerdo con el Evangelio, porque en esos días oscuros a menudo carecían de la educación cristiana más elemental.
Cualquiera que fuera su actividad, ya fuese leyendo, predicando u orando, su rostro se llenaba de lágrimas, de modo que aquellos que lo encontraban, lo seguían y atendían sus palabras provenientes de un verdadero profeta de Dios.
Cuando la sede del obispo de Beria quedó vacante, la gente fue unánime en su elección de que Dionisio debía ser su nuevo obispo. Habiendo pedido tiempo para considerar el asunto, el santo monje recibió la aseveración por parte de Dios de que el episcopado no era para él.
Rechazó el puesto y poco después se fue en busca de una morada más aislada. Al llegar al pie del Monte Olimpo, la antigua morada de los dioses paganos, él, que ya se había convertido en un dios por la gracia del Espíritu Santo, se estableció en un magnífico valle frondoso, regado por abundantes arroyos. Después de haber vivido allí durante un tiempo como ermitaño, se le unieron discípulos y comenzó la construcción de un Monasterio dedicado a la Santísima Trinidad.
Sin embargo, el gobernador turco del distrito, enfurecido por ésta fundación no autorizada, decidió arrestar al Santo y su comunidad. Afortunadamente, a Dionisio se le advirtió del peligro y huyó con sus discípulos al Monte Pilion, donde fundó el Monasterio de la Santísima Trinidad de Sourvia.
Mientras tanto, la ira de Dios descendió sobre el Olimpo y las aldeas cercanas al Monasterio abandonado sufrieron un vendaval y luego granizo, que destruyó todas sus cosechas. La gente del campo no tardó en darse cuenta de que el exilio del Santo era la causa de tales desgracias. Acudieron al gobernador y lo persuadieron para que convocara a Dionisio y sus discípulos y los concediera permiso para construir su iglesia y Monasterio para la gloria de Dios y para bendición en el campo.
A su regreso al Olimpo, san Dionisio vivió un tiempo en una cueva y, a medida que aumentaba el número de hermanos, adoptó un triple patrón de actividad: aislamiento silencioso en la Cueva de Gólgota, en el Monte de los Olivos o en la Colina de San Lázaro (designaciones que había dado después de su segundo peregrinaje a Tierra Santa); dirección espiritual de los hermanos y participación en las obras del edificio y, finalmente, el cuidado de los pobres y la enseñanza de la gente.
Dios lo otorgó su gracia en abundancia y el Santo, por su parte, la distribuyó como un fiel mayordomo. Como Moisés, pasó muchos años como representante de Dios para corregir a los pecadores y los impíos, para consolar a los afligidos, para curar a los enfermos, para expulsar a los demonios, para predecir lo que ocurriría y para guiar a todos aquellos que confiaban en él hacia la Patria celestial. También construyó una capilla en el Olimpo dedicada al profeta Elías.
Un día de enero, en su vejez, cayó enfermo durante una visita al monasterio del Monte Dimitrias y se dio cuenta de que había llegado el momento de su partida de éste mundo. No obstante, al estar en términos de amistad con Dios y sus Santos, obtuvo un respiro de la Madre de Dios, no para disfrutar aún más del mundo para el que había muerto hacía ya mucho tiempo, sino para poder tener tiempo de transmitir sus enseñanzas finales a sus discípulos.
Por lo tanto, regresó al Monte Olimpo, reunió a algunos de sus discípulos en la cueva donde él había estado viviendo y los exhortó a perseverar con fe en su modo de vida, según la tradición de la Montaña Sagrada. A continuar, asimismo, en el amor fraternal, en la pobreza, en la obediencia y en la oración, para ser considerados dignos del Reino de los Cielos.
San Dionisio de Olimpo descansó en paz el 23 de enero de 1541, mientras hacía su oración por sus hermanos al Señor.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2024). San Dionisio de Olimpo. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Comments