conmemorados el 21 de abril.
La Santa Mártir de Cristo Alexandra era esposa del emperador Diocleciano. Diocleciano provenía de Dalmacia, en la costa adriática de Yugoslavia. Al igual que muchos niños romanos nacidos en las provincias menos desarrolladas, Diocleciano siguió una carrera en el ejército romano. Cuando llegó al poder en 284, su principal objetivo era estabilizar y reformar el imperio. Con éste fin, creó una monarquía absoluta, con el poder entero centrado en sí mismo como gobernante semidivino.
Hizo de su palacio un paraíso divino y sí mismo una persona sagrada. El Senado estaba permanentemente en una posición subordinada. Intentó parecer augusto cuando se puso túnicas doradas y moradas y una diadema de perlas. Todos tuvieron que dirigirse a él como “nuestro Señor” (dominus noster). Aquellos en su audiencia debían postrarse en el suelo ante él. De hecho, reclamó honores divinos, como el vicario de Júpiter Capitolinus. Guardó su “majestad sagrada” con muchos círculos de soldados y eunucos, y no permitió que nadie se acercara a él excepto con las rodillas dobladas y con la frente tocando el suelo, mientras estaba sentado en el trono con ricas vestimentas del lejano oriente.
Como Augusto y Decio antes que él, Diocleciano intentó usar la religión del estado como un elemento unificador en la sociedad. Sucedió que Diocleciano consultó sobre algún problema con el oráculo en el templo de Apolo. El demonio que habló a través del ídolo se quejó de que ya no podía profetizar con precisión el futuro, ya que los justos lo frustraron. Diocleciano, que deseaba aprender la identidad de los “justos”, consultó con los sacerdotes paganos, quienes hallaron que se trataba de los cristianos. Así, en 303, Diocleciano emitió una serie de cuatro decretos cada vez más crueles diseñados para obligar a los cristianos a participar en el culto imperial. Ordenó la nivelación de los edificios de la iglesia. Los manuscritos de las Escrituras fueron quemados y los cristianos fueron removidos de los altos puestos gubernamentales. Los obispos fueron encarcelados y solo podían ser liberados si ofrecían sacrificios ante los ídolos. De hecho, todos estaban obligados a ofrecerlos. Así comenzó la Gran Persecución.
En ese momento, el valiente y consumado san Jorge, el portador del trofeo de Capadocia, estaba sirviendo en el ejército romano. El santo Jorge no cumpliría con las órdenes insensatas del emperador de destruir a los cristianos y sus lugares sagrados, ya que él también fue criado en la piedad cristiana por sus padres desde la infancia. El santo, tras distribuir sus posesiones entre los necesitados, compareció ante Diocleciano. Acusó al emperador de los asesinatos irracionales de los piadosos. El emperador, desprevenido de que Jorge era cristiano, lo sentenció por insubordinación.
Su emperatriz, Alexandra, estaba presente cuando su esposo ordenó bárbaros castigos a la persona del santo Jorge. Ella contempló cuando colocaron una pesada piedra sobre su pecho, y cómo el mártir lo soportó todo con silenciosa resistencia. Vio la rueda monstruosa, diseñada con puntas y ganchos de hierro, a la que estaba atado el cuerpo desnudo del mártir.
San Jorge sufrió todo en silencio. Luego, cuando san Jorge fue liberado de ese artilugio malvado por un ángel, sus heridas sanaron milagrosamente. Aunque Diocleciano apenas podía creer lo que veía, Alexandra y los demás sabían que seguramente se trataba de Jorge renovado. Entonces la gracia divina entró en el corazón de Alexandra cuando ésta se dio cuenta de la verdad sobre el Dios de los cristianos. A medida que avanzaba para profesar a Jesús, antes que nada, el Eparca la tomó del brazo y la detuvo en el palacio. Mientras tanto, Diocleciano ordenó que sus soldados metieran a Jorge en un pozo de piedra utilizado para cal viva. Sin embargo, cuando el mártir sobrevivió ileso y perfectamente sano, todos quedaron desconcertados. Diocleciano, sin moverse, ordenó que calzaran al mártir con zapatos de hierro perforados con clavos candentes. Después de ásta inhumana tortura, el Santo fue confinado a prisión.
A la mañana siguiente, cuando Jorge apareció ante el emperador, no se encontraron rastros de ninguna herida en sus pies, lo que lo dejó estupefacto ante su maravillosa recuperación. El emperador luego ordenó a sus verdugos que azotaran a Jorge con látigos. Más tarde, Jorge fue obligado a beber veneno, ante lo que rió el mártir. Cuando Jorge bebió la poción letal, no sufrió daños. Enfurecido y confundido, el emperador atribuyó toda la vulnerabilidad de Jorge al castigo como magia y hechicería.
El mago de la corte sugirió que se probara el poder de Jorge sobre un hombre muerto; es decir, si Jorge podría resucitar al difunto. Por la gracia de Dios, cuando san Jorge oró, el hombre muerto se levantó vivo en su tumba. Todos estaban llenos de terror e incredulidad. Al necesitar tiempo para recuperarse y considerar el asunto, Diocleciano mandó a Jorge a prisión. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando Diocleciano hizo que Jorge se presentara ante él nuevamente.
Ésta vez, sin embargo, ofreció poder mundano al atleta de Cristo, diciendo: “Te tendré como mi administrador, segundo en el reino, si te vuelves hacia los dioses”. Jorge respondió ofreciéndose a entrar en el templo de Apolo. El emperador, interpretando ésta respuesta como una victoria, entró alegremente en el templo con Jorge. Jorge se paró ante el ídolo e hizo el signo de la honorable Cruz. El malvado demonio que habitaba en el ídolo fue obligado a confesar que no era un dios. Además, el demonio reconoció al Dios a quien Jorge adoraba. Jorge luego lo reprendió y los demonios huyeron de los ídolos, causando que cayeran y se estrellaran contra el suelo. Luego la gente propinó una lluvia de golpes sobre Jorge y pidió a voces al emperador que lo ejecutara. El tremendo tumulto que tuvo lugar en la ciudad se dio a conocer a la augusta. Ahora Alexandra ya había confesado a Cristo en su corazón y alma. Ya no podía abstenerse de mantener en secreto su nueva fe. Ella deseaba hacer una declaración abierta.
Con lo cual, se apresuró al templo de Apolo, buscando a Jorge. Incapaz de alcanzarlo por la cantidad de gente, ella gritó en voz alta: “¡Oh Dios de Jorge, ayúdame, porque tú solo eres el Dios verdadero!”. Finalmente, la multitud se calmó y Diocleciano ordenó que Jorge se presentara ante él. El emperador, enfurecido, exclamó: “¿Esto es muestra de tu gratitud, oh cabeza malvada? ¿De ésta manera has aprendido a sacrificar a los dioses?” El Santo respondió: “No, emperador sin sentido, aprendí a despreciar a los dioses que no pueden salvarse a sí mismos de la exterminación”. Mientras hablaba el Santo Jorge, Alexandra llegó y cayó ante los pies del Mártir. Luego agradeció al Santo por ridiculizar a los ídolos. Sorprendido por las palabras y acciones de su esposa, el emperador, incapaz de componerse, le dijo a su esposa: “¿Qué te ha pasado, Alexandra, que sigues a éste mago y renuncias a la piedad a los grandes dioses?”. La augusta respondió: “Oh emperador tonto, impío y sin ley, eres ciego, ignorante, engañado y no crees la verdad; tampoco puedes reconocer que Cristo es el Dios verdadero”.
Cuando el emperador escuchó la reprensión y el insulto de su esposa, no sabía cómo proceder. Sin embargo, por su ira o por su dolor, ordenó que tanto Jorge como Alexandra fueran encarcelados juntos. Diocleciano luego escribió ésta decisión con respecto al Santo y la augusta: “Jorge, el cristiano, que ha despreciado mi autoridad, insultó a los dioses y destruyó a los ídolos, ordeno que sea decapitado junto con la Augusta Alexandra”. Acto seguido, su sentencia fue oficialmente decretada.
Mientras la augusta estaba en prisión, glorificaba en oraciones a Dios. Entonces sucedió que Alexandra comenzó a cansarse bastante, por lo que tuvo que sentarse sobre una piedra. De esta manera, entonces, ella entregó su alma santa a Dios. Esto fue presenciado por el gran Jorge, que glorificó a Dios. Junto con la augusta, en la prisión, había tres de sus sirvientes, cuyos nombres eran Apolo, Isaakios y Kodratos. El desprecio de su augusta por el gobierno temporal y un reino mortal afianzaron su creencia en Jesucristo. De hecho, ellos también fueron martirizados por su amor. Fueron ante Diocleciano y lo censuraron como un infractor de la ley y una bestia.
Lo criticaron por ni siquiera tener compasión de su cónyuge con quien engendró hijos. Indignado por su reproche, los encarceló. Esa noche, Diocleciano reflexionó sobre qué tipo de muerte impartir a esos mártires. Por la mañana, los sacó de la cárcel. Ordenó que cortaran su cabeza a Kodratos; pero Apolo e Isaakios fueron devueltos a sus celdas. En prisión, esos hombres fieles no comieron ni bebieron durante muchos días. Así, por hambre y sed, entregaron sus almas santas a las manos de Dios y recibieron las coronas del combate. Éstos tres santos son conmemorados junto con Santa Alexandra por la Santa Iglesia el 21 de abril.
Sin embargo, poco después del descanso de Santa Alexandra, los soldados tomaron al Gran Mártir Jorge y lo escoltaron fuera de la ciudad. Los acompañó ansiosamente, apresurándose ya que pronto podría disfrutar del Amado. Al llegar al lugar de la ejecución, san Jorge oró en voz alta.
Luego inclinó la cabeza bajo la espada y recibió la recompensa por sus obras. Era el 23 de abril del año 304. Diocleciano, después de veinte años en el cargo, abdicó en 305, a la edad de sesenta años. Se retiró a su palacio en la costa yugoslava, donde su principal preocupación se convirtió en el cultivo de la col. En 316, murió y pasó a recibir la retribución eterna que merecía.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2023). Santa Alejandra la emperatriz de Roma, esposa del emperador Diocleciano, y sus sirvientes Apolo, Isaakios y Kodratos. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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