SANTA GRAN MÁRTIR KYRIAKÍ DE NICOMEDIA
- monasteriodelasant6
- 7 jul
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conmemorada el 07 de julio.

En aquel tiempo, había devota una pareja cristiana, Doroteo (gr. Δωροθέος) y Eusebia (gr. Ευσεβία), filántropos y afortunados, pero que no tenían ni hijo ni hija, lo que era razón de dolor para ellos. Después de suplicar a Dios que les concediera descendencia, Eusebia concibió y dio a luz a una hija un día domingo, el día del Señor, de ahí que su nombre de pila en el Santo Bautismo fuera Kyriakí (gr. Κυριακή, que quiere decir, “Día del Señor”).
Desde muy joven, Kyriakí fue modesta y madura más allá de su edad; no participaba en los juegos desordenados de sus compañeros, ni participaba en sus cotilleos, pero veneraba a sus padres y los atendía.
Cuanto más crecía en edad, también lo hacía en sabiduría, conocimiento y belleza, tanto física como espiritualmente. No le interesaba la ropa costosa, la música secular o el baile, prefería vivir una vida en la Iglesia y escuchar la vida de los Santos de Cristo.
Aunque era agraciada, no mostraba su hermosura, ni se adornaba de ninguna manera para realzarla. Más bien, ella embellecía su alma con ayuno, disciplina, silencio, oración, guardando sus ojos y refrenando su lengua. Y aunque muchos jóvenes buenos mozos buscaron su mano en matrimonio, Santa Kyriakí deseaba preservar su virginidad y dedicar su vida entera y amor a Cristo. Cuando sus padres trataron de persuadirla de que se casara para legar todo lo que poseían, ella respondió entre otras cosas: “Deseo convertirme en una novia de mi Cristo y Dios. ¿De qué me serviría el matrimonio? ¿Qué mujer se ha casado y no se arrepintió? ¿Quién se convirtió en madre y no se ha afligido? El dolor y la angustia, por necesidad, se sienten más por la pérdida de un hijo, esposo o pariente. Sin embargo, la virginidad no tiene dolor, ni muchos cuidados ... Por lo tanto, padres míos, ¿por qué me someteríais a tales preocupaciones y angustias?”.
En aquellos días había un rico magistrado que vivía en la misma ciudad de Anatolia que Kyriakí, que la miraba joven y hermosa, pero también rica, y porque deseaba su riqueza, decidió comprometerla con su hijo. Con éste motivo oculto en su corazón, trabó un acuerdo con sus padres para que sus hijos se unieran. Sin embargo, ya que Kyriakí había consagrado alma y cuerpo a Dios, ella respondió: “Soy una pura novia de mi Cristo y deseo morir virgen”. Ésto en verdad enfureció al magistrado. El magistrado se dirigió al emperador Diocleciano (284-305), acusando a Kyriakí de mofarse de los dioses paganos y despreciar su autoridad. Exigió al emperador que ella y sus padres ofrecieran sacrificios a los ídolos para mostrar su lealtad a su autoridad. Airado, Diocleciano ordenó a los soldados que trajeran a Kyriakí y a sus padres ante él. Primero se le preguntó a Doroteo por qué abandonó la adoración de sus dioses ancestrales, y él respondió que sus antepasados eran cristianos que le enseñaron a adorar al Dios verdadero, mientras que todos los ídolos son representaciones de dioses falsos. Por tal razón, Diocleciano ordenó que Doroteo fuera tendido sobre el suelo y azotado hasta que rindiera sacrificios a los dioses o muriera por la paliza. Siendo azotado, fortalecido por Cristo, Doroteo se burló de los ídolos, llamándolos objetos sordos e insensatos.
Al ver que Doroteo no se sometería a ofrecer sacrificios, ni se dejaría convencer por los halagos, lo envió junto con su esposa Eusebia a la ciudad de Melitene, donde un hombre llamado Justus los atormentó inmisericorde y atrozmente. Incapaz de persuadirlos para que abandonaran a Cristo, cortó su cabeza con una espada, terminando así su estadía en la tierra.
Mientras tanto, Kyriakí fue enviada para ser interrogada por el yerno de Diocleciano, Maximiano (286-305), en Nicomedia. Maravillado por su belleza, trató de persuadirla con halagos para que abandonara sus creencias y venerara a los dioses, aún proponiéndole que la prometería con un pariente suyo.
A ésto Kyriakí respondió: “No pienses, oh rey, por éstos halagos o por castigos aterradores, que negaré a mi dulcísimo Jesucristo; porque no hay tormento, ni castigo, ni tortura que pueda separarme de Su amor. Aunque tú me dieras otras riquezas con mi patrimonio, o incluso si me dieras tu reino terrenal, me sería imposible renunciar a la piedad de mis padres. Además, no puedo consentir casarme, porque no prefiero otro más que a mi Cristo, a quien me he entregado, para que pueda vivir y morir virgen”.
Enfurecido por la respuesta de Santa Kyriakí, Maximiano ordenó que ataran sus manos y pies para ser azotada, hasta que renunciara a Cristo, o expirara. Esperando a que ella fuera intimidada, el emperador se sentó y aguardó. Pero la joven doncella se tumbó voluntariamente sobre el suelo y recibió la despiadada flagelación. Ella aguantó hasta el punto de que los verdugos tuvieron que turnarse dos o tres veces. Pese a ésto, el semblante de Kyriakí irradiaba, fortalecida por Cristo. Habiendo avergonzado al emperador, decidió enviarla al Eparca de Bitinia en Calcedonia, Hilarión, que tenía fama de poseer el temperamento de una bestia salvaje. Su objetivo era parecer feroz a los cristianos, aterrorizándolos.
Se ganaba así el favor no solo de los dioses, sino de todos los gobernadores del reino. Cuando Kyriakí fue presentada a Hilarión, él la halagó, y luego la amenazó con fuertes tormentos para que, o bien cambiara de parecer, o expirara. Santa Kyriakí respondió: “Si los emperadores Diocleciano y Maximiano no pudieron conquistar el poder de Cristo, ¿cómo podrán vencerme? Por lo tanto, no se afanen en vano con tales obras, sino pruébenme con hechos para contemplar el poder de mi Cristo”.
Al aceptar éste desafío, se ordenó que Santa Kyriakí fuera tendida con su propio cabello, permaneciendo suspendida por largas horas. Encima, prendieron fuego a su cuerpo con antorchas encendidas. Sin embargo, Kyriakí soportó todo con valor. Después, Hilarión ordenó que la bajaran y la llevaran a prisión.
Esa noche, Cristo se le apareció en su celda, diciendo: “No temas, oh Kyriakí, las torturas, porque mi gracia estará contigo y te librará de toda tentación”. Con ésto, Cristo curó sus heridas y desapareció.
Al día siguiente, cuando los soldados llevaron a Kyriakí ante Hilarión, él se maravilló de su completa recuperación, pensando que los dioses debían amarla y se habían compadecido de su belleza, por lo tanto, trató de persuadirla para que se sacrificara a los dioses para darles las gracias. A ésto Kyriakí respondió: “No son tus dioses, Hilarión, quienes me han restaurado, sino mi Cristo, el Dios verdadero, en quien creo y a quien adoro. Sin embargo, dado que deseas entrar en el templo de tus dioses, déjanos estar fuera y mira a qué dioses dices que adoras”.
Pensando en la joven doncella penitente, Hilarión se regocijó cuando fueron al templo. Y cuando entraron al templo y él la vio inclinada sobre sus rodillas para orar, ocurrió un gran terremoto que causó la caída de los ídolos del templo, ya que ella había orado a Cristo para mostrar su poder. En vez de que Hilarión se arrepintiera ante ésta muestra del poder de Cristo ante dioses falsos, blasfemó con más fuerza. De pronto, un relámpago asestó a Hilarión en el rostro y lo quemó, lo que provocó que cayera y expirara.
Con la muerte de Hilarión, Apolonio se convirtió en el Eparca de Bitinia. Con el tiempo también trató de persuadir a la joven Kyriakí a través de halagos y amenazas, pero Kyriakí una vez más confesó a Cristo con denuedo y arremetió contra los ídolos. Por ésto, Apolonio ordenó que Kyriakí fuera arrojada a un gran fuego. Después de que se preparó la gran hoguera, Kyriakí fue arrojada, pero como cuando Dios preservó a los tres Santos jóvenes Ananías, Azarías y Misael en el horno de Babilonia (Dn 3:21-25), Kyriakí se puso en pie en medio de las llamas rezando, y apareció una nube en el cielo sin nubes, derramando un aguacero que apagó el fuego.
Cuando Apolonio vio que Kyriakí no había sido dañada por el fuego, envió a dos leones hambrientos detrás de ella mientras ella estaba de pie ante el consejo. Sin embargo, como cuando Dios amansó a los leones en el foso de Babilonia para no devorar a Su Profeta Daniel (Dn 6:16-22), también ahora protegió a Su doncella.
Aunque rugían detrás de ella de manera salvaje, se volvieron mansos como corderos a sus pies, lamiéndola y jugando. Debido a ésto, muchos espectadores creyeron en Cristo. Enfurecido por ello, Apolonio ordenó que los asesinaran con una espada o los arrojaran al mar. Santa Kyriakí, mientras tanto, fue arrojada al calabozo.
Al día siguiente, después de fallar una vez más en adular y amenazar a Kyriakí, Apolonio la condenó a muerte por la espada. Llevada fuera de la ciudad por soldados para ser decapitada, Kyriakí primero elevó una oración, durante la cual entregó su alma a Dios. Ésto sorprendió a los verdugos y transeúntes, que fueron y anunciaron la maravillosa muerte de Kiriakí a Apolonio. Mientras tanto, ciertos cristianos fueron y recuperaron el cuerpo de Kiriakí, para enterrarla de manera honorable. Ésto tuvo lugar en el año 289.
Conviene distinguir a la Santa Gran Mártir Kyriakí de Nicomedia, de otras Santas y Mártires de Cristo: la Santa Mártir Kyriakí, quien fuera martirizada junto con otras seis jóvenes cristianas en Nicomedia en el año 307, después de ser prendidas fuego, durante el reinado de Maximiano Galerio (19 de Mayo); las Santas Kyriakí, Domnina y Domna, quienes fueran martirizadas por espadas (02 de Noviembre); y Santa Kyriakí, quien fuera la quinta hermana de Santa Fotiní la Samaritana y fuera martirizada por la espada (26 de Febrero).
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2025). Gran Mártir Santa Kyriakí. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com





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