conmemoradas el 16 de abril.
Las Santas Vírgenes Mártires Ágape (gr. Αγάπη, “Amor”), Irene (gr. Ειρήνη, “Paz”) y Quionía (gr. Χιονία, “Nieve”) vivieron entre finales del siglo III y principios del IV, en las cercanías de la ciudad italiana de Aquilea. Quedaron huérfanas a temprana edad.
Las jóvenes se condujeron en una piadosa vida cristiana y rechazaron no pocas propuestas de matrimonio. Su guía espiritual era el presbítero Zenón. En una visión se lo reveló que pronto dormiría en el Señor y que las Santas Vírgenes sufrirían el martirio; similar visión la fue revelada a la Santa Gran Mártir Anastasia, a quien se la otorgara el epíteto “Libertadora de Pociones”, porque visitaba valerosamente a los prisioneros cristianos, animándolos y curándolos de pócimas, venenos y otras malsanas sustancias. La Santa Gran Mártir Anastasia visitó a las hermanas y las instó a soportarlo todo por Cristo. Pronto se cumplió lo predicho en la visión. El presbítero Zenón expiró y las tres vírgenes fueron aprehendidas y conducidas a juicio ante el emperador Diocleciano (284-305).
Santa Quionía conservó la pureza de su bautismo según las palabras del profeta-rey David: “Lávame y seré más blanca que la nieve” (Sal 50/51:7).
Santa Irene conservó la paz de Cristo en su corazón y la manifestó a los demás, según la palabra del Salvador: “Mi paz os doy” (Jn 14:27).
Santa Ágape amaba a Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente, y amaba a su prójimo como a sí misma (Mt 22:37, 39).
Al advertir la belleza juvenil de las hermanas, el emperador las instó a negar a Cristo y las prometió encontrarles novios ilustres entre su séquito. Las Santas hermanas respondieron que su solo Esposo era Cristo, por Quien estaban dispuestas a sufrir. Una vez más, el emperador exigió que renunciaran a Cristo, pero ninguna accedió. Llamaban a los dioses paganos meros ídolos hechos por manos de hombres y predicaban la fe en el Dios verdadero.
Por orden de Diocleciano, que partía hacia Macedonia, también debían ser llevadas allí las Santas hermanas. Y las condujeron a la corte del gobernador Dulcitius.
Cuando reparó en la belleza de las Santas Mártires, despertó en él una pasión impura. Puso a las hermanas bajo vigilancia y dijo que recibirían la libertad si aceptaban cumplir sus deseos. Pero las Santas Mártires respondieron que estaban dispuestas a morir por su Esposo celestial, Cristo.
Entonces Dulcitius decidió salirse con la suya por la fuerza. Cuando las Santas hermanas se levantaron por la noche para glorificar al Señor en oración, Dulcitius se aproximó a la puerta e intentó entrar, pero una fuerza invisible se lo impidió. Se tambaleó, incapaz de encontrar la salida. Luego cayó en la cocina, entre los utensilios de cocina, las ollas y sartenes, y quedó todo cubierto de hollín. Los sirvientes y los soldados apenas lo reconocieron. Cuando se miró en un espejo, se dio cuenta de que las Santas Mártires se habían burlado de él y decidió vengarse de ellas.
En su corte, Dulcitius dio órdenes de despojar a las Santas Mártires. Pero los soldados no fueron capaces, por más que lo intentaron. Sus vestimentas parecían adheridas a los cuerpos de las Santas Vírgenes. Durante el juicio, Dulcitius cayó de pronto en un sueño profundo y nadie pudo despertarlo. Cuando lo llevaron a su casa, despertó inmediatamente.
Cuando informaron al emperador Diocleciano de todo lo sucedido, éste se enfadó con Dulcitius y entregó las Santas Vírgenes a Sisinio para que las juzgara. Comenzó con la hermana menor, Irene. Al ver que ella permanecía inflexible, la envió a prisión y luego intentó influir en las Santas Quionía y Ágape. Tampoco logró hacerlas renunciar a Cristo, y Sisinio ordenó quemar a las Santas Ágape y Quionía. Al escuchar la sentencia, las hermanas dieron gracias al Señor por sus coronas de martirio. En el fuego, Ágape y Quionía entregaron sus almas puras al Señor.
Cuando se apagó el fuego, todos vieron que los cuerpos de las Santas Mártires y sus prendas no habían sido quemados por el fuego, y sus rostros lucían hermosos y serenos, cual si estuvieran dormidas. Al día siguiente, Sisinio dio orden de llevar a Santa Irene ante los tribunales. La amenazó con la suerte de sus hermanas mayores y la instó a renunciar a Cristo. Luego amenazó con entregarla en un burdel para profanación. Pero la Santa Mártir respondió: “Aunque mi cuerpo se contamine por la fuerza, mi alma jamás se contaminará renunciando a Cristo”. Cuando los soldados de Sisinio condujeron a Santa Irene al burdel, dos soldados luminosos los alcanzaron y dijeron: “Su amo Sisinio los ordena que conduzcan a ésta virgen a una elevada montaña y la dejen allí, y luego vuelvan con él y lo informen que han cumplido su mandato”. Y los soldados así lo hicieron.
Cuando informaron a Sisinio, éste se enfureció, ya que no había dado tales órdenes. Los soldados luminosos eran ángeles de Dios que salvaron a la Santa Mártir de la contaminación. Sisinio fue a la montaña con un destacamento de soldados y vio a Santa Irene en la cima. Durante mucho tiempo buscaron el camino a la cima, pero no pudieron encontrarlo. Entonces uno de los soldados hirió a Santa Irene con una flecha. La Mártir gritó a Sisinio: “Me burlo de tu impotente malicia, y voy, mi Señor Jesucristo, pura e inmaculada”. Habiendo dado gracias al Señor, se recostó en el suelo y entregó su alma a Dios el mismo día de la Santa Pascua (+ 304).
La Santa Gran Mártir Anastasia conoció el fin de las Santas hermanas y enterró sus cuerpos con reverencia.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2024). Virgin Martyrs Agape, Irene and Chionia in Illyria. New York, Estados Unidos: OCA.
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