conmemorado el 16 de noviembre.
El Santo Apóstol y Evangelista Mateo, también ostentó el nombre de Leví (Mc 2:14; Lc 5:27); fue uno de los Doce Apóstoles (Mc 3:18; Lc 6:45; Hch 1:13) y hermano del Apóstol Santiago Alfeo (Marcos 2:14). Era publicano, es decir, recaudador de impuestos de Roma, en una época en que los judíos estaban bajo el dominio del Imperio Romano. El Santo Apóstol moraba en la ciudad galilea de Cafarnaúm. Cuando Mateo escuchó la voz de Jesucristo: “Ven, sígueme” (Mt 9:9), dejó todo y siguió al Salvador. Cristo y sus discípulos aceptaron la invitación de Mateo y visitaron su hogar, donde compartieron mesa con sus amigos y conocidos. Tal como su anfitrión, también eran publicanos y pecadores conocidos. Este evento inquietó mucho a los fariseos y escribas.
Los publicanos que recaudaban impuestos de sus compatriotas hacían esto con gran beneficio para ellos mismos. Personas generalmente codiciosas y crueles, los judíos los consideraban traidores perniciosos de su país y religión. La palabra “publicano” para los judíos tenía la connotación de “pecador público” y “adorador de ídolos”. Incluso hablar con un recaudador de impuestos se consideraba un pecado, y asociarse con uno era una profanación. Pero los maestros judíos no pudieron comprender que el Señor había “venido a llamar no a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mt 9:13).
Mateo, reconociendo su pecaminosidad, devolvió al cuádruple a todos los que había defraudado, y distribuyó sus restantes posesiones a los menesterosos, y siguió a Cristo con los otros apóstoles. San Mateo estuvo atento a las instrucciones del Divino Maestro, contempló sus innumerables milagros, marchó junto a los Doce Apóstoles a predicar a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10,6). Fue testigo del sufrimiento, la muerte y la Resurrección del Salvador, y de Su gloriosa Ascensión al Cielo.
Habiendo recibido la gracia del Espíritu Santo, que descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, san Mateo predicó en Palestina durante varios años. A petición de los judíos conversos de Jerusalén, el Santo Apóstol Mateo compuso su Evangelio describiendo la vida terrena del Salvador, antes de partir para predicar el Evangelio en tierras lejanas.
En el orden de los libros del Nuevo Testamento, el Evangelio de Mateo ocupa el primer lugar. Se dice que Palestina es el sitio donde se escribió el Evangelio. San Mateo escribió en arameo, el cual luego fue traducido al griego. El texto arameo no ha sobrevivido, pero muchas de las peculiaridades lingüísticas e histórico-culturales de la traducción griega dan indicios de ello.
El Apóstol Mateo predicó entre personas que esperaban al Mesías. Su Evangelio se manifiesta como prueba viva de que Jesucristo es el Mesías anunciado por los profetas, y que no habrá otro (Mt 11:3).
La predicación y las obras del Salvador son presentadas por el evangelista en tres divisiones, constituyendo tres aspectos del servicio del Mesías: como Profeta y Legislador (Mt 5-7), Señor del mundo visible e invisible (Mt 8-25), y finalmente como Sumo Sacerdote ofrecido como Sacrificio por los pecados de toda la humanidad (Mt 26-27).
El contenido teológico del Evangelio, además de los temas cristológicos, incluye también la enseñanza sobre el Reino de Dios y sobre la Iglesia, que el Señor expone en parábolas sobre la preparación interior para entrar en el Reino (Mt 5-7), sobre la dignidad de los servidores de la Iglesia en el mundo (Mt 10-11), sobre los signos del Reino y su crecimiento en las almas de los hombres (Mt 13), sobre la humildad y sencillez de los herederos del Reino (Mt 18:1-35; 19; 13-30; 20:1-16; 25-27; 23:1-28), y sobre las revelaciones escatológicas del Reino en la Segunda Venida de Cristo dentro de la vida espiritual cotidiana de la Iglesia (Mt 24-25).
El Reino de los Cielos y la Iglesia están estrechamente interrelacionados en la experiencia espiritual del cristianismo: la Iglesia es la encarnación histórica del Reino de los Cielos en el mundo, y el Reino de los Cielos es la Iglesia de Cristo en su perfección escatológica (Mt 16:18-19; 28:18-20).
El Santo Apóstol Mateo llevó el Evangelio de Cristo a Siria, Media, Persia, Partia, y terminó su predicación en Etiopía con el martirio. Esta tierra estuvo habitada por tribus de caníbales con costumbres y creencias primitivas. El Santo Apóstol Mateo convirtió a algunos de los idólatras a la fe en Cristo. Fundó la Iglesia y construyó un templo en la ciudad de Mirmena, estableciendo allí a su compañero Platón como obispo.
Cuando el Santo Apóstol suplicaba fervientemente a Dios por la conversión de los etíopes, el mismo Señor se le apareció en la forma de un joven. Le dio un bastón y le mandó plantarlo a las puertas de la iglesia. El Señor dijo que de esta vara crecería un árbol y daría fruto, y de sus raíces brotaría un arroyo de agua. Cuando los etíopes se lavaron en el agua y comieron la fruta, perdieron sus caminos bravíos y se hicieron gentiles y buenos.
Cuando el Santo Apóstol llevó el bastón hacia la iglesia, se encontró con la esposa y el hijo del gobernante de la tierra, Fulvio, quienes estaban afligidos por espíritus inmundos. En el Nombre de Cristo el Santo Apóstol los sanó. Este milagro convirtió a un número de paganos al Señor. Pero el gobernante no quería que sus súbditos se hicieran cristianos y dejaran de adorar a los dioses paganos. Acusó al Santo Apóstol Mateo de brujería y dio orden de ejecutarlo. Colocaron a San Mateo boca abajo, amontonaron maleza y le prendieron fuego. Cuando el fuego se encendió, todos vieron que el fuego no dañaba a San Mateo. Entonces Fulvio dio orden de añadir más leña al fuego y, descaradamente enloquecido, mandó colocar doce ídolos alrededor del fuego. Pero las llamas derritieron los ídolos y se avivaron en dirección hacia Fulvio. El etíope asustado se volvió hacia el Santo con una súplica de misericordia, y por la oración del mártir la llama se extinguió. El cuerpo del santo apóstol permaneció ileso y partió hacia el Señor.
El gobernante Fulvio se arrepintió profundamente de su hecho, pero aún guardaba dudas. Por orden suya, pusieron el cuerpo de San Mateo en un ataúd de hierro y lo arrojaron al mar. Al hacer esto, Fulvio dijo que si el Dios de Mateo preservaría el cuerpo del apóstol en el agua como lo preservó en el fuego, entonces esta sería una razón adecuada para adorar a este Único Dios Verdadero.
Esa noche el Apóstol Mateo se le apareció al Obispo Platón en un sueño, y le ordenó ir con el clero a la orilla del mar y encontrar allí su cuerpo. Fulvio y su séquito acudieron con el obispo a la orilla del mar. El ataúd llevado por las olas fue llevado a la iglesia construida por el Apóstol. Entonces Fulvio suplicó perdón al Santo Apóstol Mateo, después de lo cual el obispo Platón lo bautizó, otorgándole el nombre de Mateo en obediencia a un mandato de Dios.
Pronto San Fulvio-Mateo abdicó de su gobierno y se convirtió en presbítero. A la muerte del obispo Platón, el apóstol Mateo se le apareció y lo exhortó a encabezar la Iglesia etíope. Habiendo llegado a ser obispo, San Fulvio-Mateo se afanó en predicar la Palabra de Dios, continuando la obra de su patrón celestial.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Apostle and Evangelist Matthew. New York, Estados Unidos: OCA.
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