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SANTO MÁRTIR BONIFACIO DE TARSO Y JUSTA AGLAÏS DE ROMA

conmemorados el 19 de diciembre.


El Santo Mártir Bonifacio era esclavo de una joven romana rica llamada Aglaïs, y vivía con ella en inicua cohabitación. Ambos, sin embargo, sintieron el aguijón de la conciencia y deseaban ser limpiados de su pecado de alguna manera. El Señor les concedió la posibilidad de lavar su pecado con su sangre y terminar su vida en arrepentimiento.


Aglaïs aprendió que quien guarda reliquias de los Santos Mártires en su hogar y los venera, recibe gran ayuda para alcanzar la salvación. Merced a su influencia, el pecado decrece y prevalece la virtud. Ella dispuso que Bonifacio fuera a Oriente, donde había una feroz persecución contra los cristianos, y le pidió que trajera las reliquias de algún mártir, que se convertiría en su guía y protector.


Cuando se iba, Bonifacio se rio y preguntó: “Mi señora, si no encuentro ninguna reliquia, y si yo mismo padezco por Cristo, ¿aceptarías mis reliquias con reverencia?”.


Aglaïs lo reprendió, diciéndole que se embarcaba en una misión sagrada, pero que no se la estaba tomando en serio. Bonifacio meditó sus palabras, y durante todo el viaje pensó que no era digno de tocar las reliquias de los mártires.


Al llegar a Tarso en Cilicia, Bonifacio dejó a sus compañeros en la posada y se dirigió a la plaza de la ciudad, donde torturaban a los cristianos. Afligido por los horribles tormentos, y viendo los rostros de los Santos Mártires radiantes con la gracia del Señor, Bonifacio se maravilló de su valor. Los abrazó y besó sus pies, pidiéndoles que oraran para que pudiera ser hallado digno de padecer con ellos.


El juez le preguntó a Bonifacio quién era. Él respondió: “Soy cristiano”, y se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos. Lo desnudaron y lo colgaron boca abajo, azotándolo tan fuerte que la carne se le cayó del cuerpo, dejando al descubierto sus huesos. Le clavaron agujas debajo de las uñas, y finalmente vertieron estaño fundido en su garganta, mas, por el poder del Señor, salió ileso. Las personas que presenciaron este milagro gritaron: “¡Grande es el Dios de los cristianos!” Luego comenzaron a arrojar piedras al juez, y se dirigieron al templo pagano, para derribar los ídolos.


A la mañana siguiente, cuando las cosas se habían calmado un poco, el juez ordenó que arrojaran al Mártir a un caldero de alquitrán hirviendo, pero esto tampoco causó ningún daño a la víctima. Un ángel descendió del cielo y lo roció cuando entró en el caldero. El alquitrán desbordó el caldero, salpicando y quemando a los torturadores. San Bonifacio fue entonces condenado a ser decapitado con una espada. Sangre y un fluido lechoso brotaron de sus heridas. Después de presenciar tal milagro, poco más de quinientos hombres creyeron en Cristo.


Los compañeros de San Bonifacio lo esperaron dos días en la posada, pero en vano, por lo que comenzaron a buscarlo, pensando que se había emborrachado en alguna parte. Al principio, su búsqueda no tuvo éxito, pero finalmente encontraron a un hombre que había sido testigo presencial de la muerte del Mártir. El hombre también los condujo al lugar donde yacía el cuerpo decapitado. Los compañeros de san Bonifacio lloraron y suplicaron perdón por sus pensamientos indecorosos sobre él. Después de rescatar sus reliquias, las trajeron de regreso a Roma.


En la víspera de su llegada, un Ángel se le apareció a Aglaïs mientras dormía y le dijo que se preparara para recibir a su antiguo esclavo, ahora hermano y consiervo de los Ángeles. Aglaïs convocó al clero y recibió las sagradas reliquias con gran reverencia. Luego construyó una iglesia en el lugar de su tumba y la dedicó al Santo Mártir. Allí consagró sus reliquias, glorificadas por numerosos milagros.


Después de distribuir todas sus riquezas a los pobres, Aglaïs se retiró a un monasterio, donde pasó quince años en arrepentimiento, luego durmió en el Señor. Fue enterrada junto a san Bonifacio. Los pecados de uno fueron lavados por su sangre, mientras que el otro fue purificado por sus lágrimas y ascetismo. Ambos fueron hallados dignos de presentarse sin mancha ante nuestro Señor Jesucristo, quien no desea la muerte del pecador, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva (Ez 33:11).


Oramos a san Bonifacio por la liberación de la embriaguez.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2022). Martyr Boniface at Tarsus in Cilicia, and Righteous Aglaϊa of Rome. New York, Estados Unidos: OCA.

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