conmemorados el 13 de agosto.
En la historia del movimiento monástico cristiano, ha habido muchos grandes maestros, así como discípulos devotos que han aprendido de ellos, los cuales han llegado a ser monjes de Dios supremamente devotos y orantes.
Sin embargo, entre esas relaciones profundamente espirituales, maestro-estudiante, no hay ninguna más centrada en la alegre obediencia a Dios Todopoderoso que la del Venerable Dositeo de Thawatha y la de Doroteo de Gaza, su sublimemente inspirado maestro.
Su historia comenzó alrededor del año 600, cuando un simple siervo de la villa Palestina de Thawatha (actual Umm al-Tutse) advirtió que numerosos cristianos realizaban peregrinajes a Jerusalén, con la finalidad de experimentar por ellos mismos la belleza y el misterio solemne de lugares famosos como el Gólgota, donde Jesús murió por los pecadores, y el Jardín de Getsemaní, en donde soportó la agonía de llevar sobre sí los pecados del mundo entero.
El nombre de éste joven siervo era Dositeo y se encontraba bajo el servicio de un poderoso general militar que controlaba la mayor parte de Palestina. Aunque el joven curioso no sabía absolutamente nada acerca de Jesús Cristo o del cristianismo, su deseo de experimentar la fe por sí mismo impresionó grandemente a su amo. Como correspondía, el comandante militar le dio la oportunidad de visitar los santuarios ─luego de asignarlo bajo el cuidado de amigos del ejército que también estaban por hacer el peregrinaje a Jerusalén.
En el Jardín de Getsemaní el joven se encontró sumamente impresionado por el maravilloso significado de éste venerado lugar.
Sin embargo, no era nada más que un simple turista que respetaba lo que veía a pesar de no sentir una conexión personal con ello. No obstante, todo ello cambió en el lapso de un simple minuto ─cuando el sobresaltado joven observó una gran pintura del temido Juicio Final.
Atemorizado, el visitante estudió la pintura cuidadosamente y empezó a darse cuenta de que su propia alma ─como las de las almas dibujadas en la pintura─ sería juzgada un día y que Dios Todopoderoso tomaría en cuenta cada una de sus obras.
Con todo, esa fascinación momentánea con el Juicio Final estaba a punto de ser reemplazada por una intuición mucho más profunda. Mientras reflexionaba sobre la escena que tenía delante suyo, el joven Dositeo se sobresaltó al ver a una mujer, vestida completamente de púrpura, parada frente a él. Sorprendido, escuchó respetuosamente, mientras ella describía los castigos que el Cielo había reservado para los perversos al final de los tiempos. Una y otra vez ella le advirtió que debía suplicar por ayuda al Dios Todopoderoso para salvar su alma preciosa. Profundamente conmovido el joven varón de Thawatha exclamó en alta voz: “Oh Señora, ¿qué debo hacer para librarme de esos terribles castigos?”.
Ella respondió: “Ayuna, no comas carne, ora constantemente y serás salvado de tales tormentos.” Dicho ésto, la gentil y maternal figura se desvaneció en el aire. Tocado en lo más profundo Dositeo comenzó a seguir cuidadosamente sus admoniciones. No pasó mucho tiempo antes de que los amigos del general le reportasen que el piadoso criado había cambiado completamente su comportamiento.
Cuando los soldados que lo habían acompañado a Jerusalén vieron cuán sincero era acerca de cumplir sus nuevas prácticas religiosas, indicaron que ahora él pertenecía más a un monasterio que a estar andando entre las multitudes de las calles de la ciudad.
Dositeo les tomó la palabra y se dirigió rápidamente al famoso monasterio Palestino de San Seridos en Gaza con el fin de unirse a la comunidad. Fue aquí en donde encontró a quien sería su mentor, el gran maestro Doroteo, a quién le rogó por su guía y sabiduría, mientras proclamaba en voz alta: “Yo quiero salvarme.”
Doroteo protestó al principio, ya que su humildad era muy grande, mientras le decía al Abad: “Está más allá de mis capacidades y mi poder el hacerme cargo de alguien.”
Sin embargo, el Abad Seridos insistió y el monje accedió finalmente a ser maestro del joven acólito de Thawatha. Lo que siguió fueron largos años de aprendizaje por ambos lados ─mientras ambos hombres laboraban duramente en construir una vida ascética de auto negación que sirviera, sobre todo, como ofrenda de oración al Dios Todopoderoso.
La enseñanza comenzó inmediatamente. Uno de los primeros temas de instrucción fue acerca de la comida. Cuando el monje en entrenamiento preguntó a su mentor acerca de cuánto debía comer se le dijo que redujese a la mitad, cada día, la cantidad de alimentos que ingería durante su comida nocturna hasta que se acostumbrase a sobrevivir con solo la mitad de una hogaza de pan una vez al día.
En otra ocasión el anciano monje comprometió al joven aprendiz en una reprimenda que provocó inesperados resultados cómicos. Luego de que el joven había estado hablando en voz alta y de manera escandalosa el maestro le dijo: “Dositeo, necesitas una sopa de pan y vino. Anda y consíguela”. El joven hizo tal como se le indicó, por supuesto, y muy pronto regresó con el pan y el vino. Esperando ansiosamente su recompensa le presentó la comida al anciano monje, quien le preguntó: “¿Cuál de éstos quieres?”. Cuando Dositeo respondió, “Me habéis pedido que traiga un poco de pan remojado en vino: por favor dadme la bendición,” el maestro gruñó con exasperación mientras le decía a su pupilo: “Tonto, te dije que trajeras algo de vino y de pan para que cuando te los llevases a la boca, dejaras de hablar”. Rogando el perdón de su maestro, el entristecido pero sabio monje regresó el pan y el vino a la alacena del comedor.
Éste incidente humorístico tipifica perfectamente la relación que se estableció entre éstos dos hombres de Dios durante las siguientes décadas, mientras ellos desempeñaban sus roles llevando vidas de perfección en el célebre Monasterio en Gaza.
Existe otra práctica frecuente que realizaban entre los dos y que refleja maravillosamente sus esfuerzos por conquistar la humildad. Pasados algunos años, cuando el joven monje se quejó de que su única vestimenta había comenzado a deshilacharse, san Doroteo lo dio una túnica de repuesto, que necesitaba ser cosida en algunas partes, con la finalidad de que pudiese ser usada nuevamente. Cuando el maestro vio el bello trabajo de costura que había realizado el joven monje con la túnica, inmediatamente se la dio a un monje mucho más joven y necesitado de ella, dejando a Dositeo, una vez más, en gran necesidad.
Éstas acciones se sucedieron por varios años. Cada vez que el joven monje cosía una nueva y bella túnica el maestro la entregaba a alguien más, dejando a su discípulo vistiendo la misma túnica deshilachada. Esa fue una lección maravillosa y san Doroteo le proveyó de una, aún mejor, en los meses posteriores, cuando su discípulo expresó una gran admiración por un cuchillo nuevo muy filoso que había sido obsequiado al Monasterio.
Viendo como el joven admiraba el nuevo y brillante cuchillo el maestro expresó una gran incomodidad, mientras le preguntaba: “¿Dositeo, eso te complace mucho? ¿Prefieres ser esclavo de ese cuchillo y no esclavo de Dios? ¿Es cierto que te complace mucho estar atado por tu admiración a ese cuchillo? ¿No te avergüenza desear tener a ese cuchillo por maestro antes que a Dios mismo?”.
Reaccionando alegremente ante su advertencia, el joven de Thawatha reaccionó a la lección de su maestro de Gaza tomando la decisión de nunca más tocar ese cuchillo nuevamente. Y nunca más lo hizo.
Luego de algunos años más de ésta disciplina espiritual el joven desarrolló una enfermedad de estornudos y sangrado que, eventualmente, se llevó su vida. Sin embargo, nunca se quejó y cuando murió en el Monasterio de San Seridos, alrededor del año 640, se dice que había expresado gran alegría ante el hecho de que Dios Todopoderoso lo llamase finalmente a casa. No pasó mucho tiempo después de su muerte, cuando el monasterio recibió la visita de un gran líder espiritual de la Santa Iglesia, quien experimentó una visión extraordinaria durante su estancia en el mismo.
El Santo Anciano vio, durante su meditación, el joven rostro del antiguo discípulo en un coro de santos celestiales, quienes estaban adorando a Dios con gran alegría.
San Doroteo, quien dejó tras de sí una inapreciable colección de meditaciones conocida como “Logos”, algunos años después siguió los pasos en la muerte de su discípulo. Tal como éste joven maravilloso, que había sido su discípulo y amigo por muchos años, murió con el corazón lleno de gratitud por haberle permitido vivir la vida de un Santo Monje.
Describiendo esa vida y la amorosa ternura del Dios que se la había dado, san Doroteo escribió una bella despedida en un muy conocido pasaje de sus “Logos”:
“Dios es absolutamente perfecto en su Providencia pues cualquier cosa que suceda siempre es para crecimiento del alma. Pues cualquier cosa que Dios hace con nosotros, lo hace a causa de Su amor y consideración por nosotros, ya que eso es lo que necesitamos”.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2023). Traslado de las Santas Reliquias de San Máximo el Confesor. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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