conmemorado el 17 de marzo.
El Venerable Alexio (o bien, Alejo) nació en Roma en el seno de una familia de los piadosos comerciantes Evfimiano y Aglais. La pareja no había concebido hijos por largo tiempo y oraba constantemente al Señor para que les concediera un hijo. Y el Señor consoló a la pareja con el nacimiento de su hijo Alexio.
A los seis años el niño comenzó a leer y a estudiar correctamente las ciencias mundanas, mas fue con particular diligencia que leyó las Sagradas Escrituras. Cuando era joven, comenzó a imitar a sus padres: ayunaba estrictamente, repartía limosnas a los menesterosos, y debajo de su fina vestimenta llevaba en secreto una camisa de pelo. Desde muy temprano ardía en él el deseo de retirarse del mundo y de servir a Dios. Sin embargo, sus padres habían hecho arreglos para que Alexio se casara con una novia hermosa y virtuosa.
En su noche de bodas, Alexio le entregó su anillo y su cinturón (que eran muy valiosos) y le dijo: “Quédate con éstas cosas, amada, y que el Señor esté con nosotros hasta que su gracia nos provea algo mejor”. Partiendo secretamente de su hogar, abordó un barco que navegaba hacia Mesopotamia.
Al arribar a la ciudad de Edesa, donde se conservara el Icono “No Hecho por Mano Humana” de nuestro Señor (16 de agosto), Alexio vendió toda posesión suya, distribuyó el dinero a los necesitados y comenzó a vivir cerca de la iglesia de la Santísima Madre de Dios bajo un pórtico. El santo utilizó una parte de las limosnas que recibió para comprar pan y agua, y distribuyó el resto entre los ancianos y los enfermos. Cada domingo recibía los Santos Misterios.
Los padres buscaron al desaparecido Alexio por todo sitio, sin conseguirlo. Los sirvientes enviados por Evfimiano también llegaron a Edesa, pero no reconocieron al mendigo sentado en el pórtico como su amo. Su cuerpo se marchitó por el ayuno, su hermosura se desvaneció, su estatura disminuyó. El santo los reconoció y dio gracias al Señor por haber recibido limosnas de sus propios sirvientes.
La desconsolada madre de san Alexio se recluyó en su habitación, rezando sin cesar por su hijo. Su propia esposa se lamentaba en compañía de sus suegros.
San Alexio habitó en Edesa durante diecisiete años. Una vez, la Madre de Dios le habló al sacristán de la iglesia donde vivía el santo: “Lleva a Mi iglesia a ese Hombre de Dios, digno del Reino de los Cielos. Su oración sube a Dios como incienso fragante, y el Espíritu Santo reposa sobre él”. El sacristán comenzó a buscar a tal hombre, pero no pudo encontrarlo durante mucho tiempo. Luego oró a la Santísima Madre de Dios, suplicándole que aclarara su confusión. De nuevo una voz del icono proclamó que el Hombre de Dios era el mendigo que estaba sentado en el pórtico de la iglesia.
El sacristán halló a san Alexio y lo llevó a la iglesia. Muchos lo reconocieron y comenzaron a elogiarlo. El santo abordó en secreto un barco con destino a Cilicia, con la intención de visitar la iglesia de San Pablo en Tarso. Mas la Voluntad de Dios era otra. Una tormenta llevó al barco muy al oeste y llegó a la costa de Italia. El santo viajó a Roma y decidió vivir en su propia casa. Sin ser reconocido, humildemente pidió permiso a su padre para instalarse en algún rincón de su patio. Evfimiano instaló a Alexio en una celda especialmente construida y dio órdenes de alimentarlo de su mesa.
Viviendo en la casa de sus padres, el santo continuó ayunando y pasaba día y noche en oración. Soportó humildemente los insultos y las burlas de los sirvientes de su padre. La celda de Alexio estaba frente a la ventana de su esposa, y el asceta sufrió mucho cuando la oyó llorar. Solo su inconmensurable amor por Dios ayudó al santo a soportar este tormento. San Alexio habitó en casa de sus padres durante diecisiete años y el Señor le reveló el día de su muerte. Entonces, tomando papel y tinta, escribió ciertas cosas que solo su esposa y sus padres sabrían. También pidió su perdón por el dolor que les había causado.
El día del fallecimiento de san Alexio en 411, el arzobispo Inocencio (402-417) estaba celebrando liturgia en presencia del emperador Honorio (395-423). Durante los servicios se escuchó una Voz desde el altar: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11:28). Todos los presentes cayeron al suelo atemorizados.
La Voz continuó: “El viernes por la mañana el Hombre de Dios sale del cuerpo; haz que ore por la ciudad, para que permanezcas tranquilo. Comenzaron a buscar por toda Roma, pero no encontraron al santo. El jueves por la tarde el Papa cumplía la Vigilia en la Iglesia de San Pedro. Le pidió al Señor que les mostrara dónde encontrar al Hombre de Dios.
Después de la liturgia se volvió a escuchar la Voz en el templo: “Buscad al Hombre de Dios en casa de Evfimiano”. Todos se apresuraron allí, pero el santo había muerto ya. Su rostro brillaba como el rostro de un ángel, su mano asiendo el papel, el cual no pudieron tomar. Colocaron el cuerpo del santo sobre un catre, cubierto con preciosos cobertores. El Papa y el Emperador se arrodillaron y se dirigieron al santo, como a un vivo, pidiéndole que abriera la mano. Y el Santo escuchó su oración. Cuando se leyó la carta, la esposa y los padres del justo veneraron sus santas reliquias con lágrimas en los ojos.
El cuerpo del Santo fue colocado en el centro de la ciudad. El emperador y el Papa llevaron el cuerpo del santo a la iglesia, donde permaneció durante una semana, y luego lo colocaron en una cripta de mármol. Una mirra fragante comenzó a fluir de las sagradas reliquias, otorgando curación a los enfermos.
Las venerables reliquias de san Alexio, el Hombre de Dios, fueron enterradas en la iglesia de san Bonifacio. Las reliquias fueron descubiertas en el año 1216.
La Vida de san Alexio, el Hombre de Dios, gozó de gran popularidad en Rusia.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Venerable Alexis the Man of God. New York, Estados Unidos: OCA.
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