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VENERABLE JACOBO EL ASCETA

conmemorado el 28 de enero.


Nuestro Venerable Padre Jacobo el Asceta (también traducido como Santiago), Santo del siglo IV, abandonó todo lo mundano para establecerse durante quince años en una cueva cerca de un poblado llamado Porphyrianos (ahora Haifa) en Palestina.


Allí llevó la vida de un asceta. Celoso en la oración y en la mortificación de la carne, Dios lo otorgó el don de obrar milagros. Sin abandonar su cueva, recibió muchos visitantes, incluidos muchos samaritanos a quienes condujo a la fe cristiana. Una vez hubo una prostituta que, movida por ciertos celosos samaritanos, acudió a ver al Santo vestida de monja. Ella lo incitó a pecar fingiendo estar sufriendo de un dolor en su pecho que necesitaba un roce. Él consintió en sus deseos, pero para resistir la tentación carnal, mantuvo, el tiempo entero, su mano izquierda sumergida en un fuego a su lado. Al ver ésto, la mujer se arrepintió de su comportamiento vergonzoso, entró en un convento e hizo un rápido progreso en las virtudes.


Debido a los muchos milagros que obró Jacobo, su nombre se extendió rápidamente, atrayendo visitantes a su ermita. Ésto lo hizo desear paz y tranquilidad. Así se mudó a cuarenta millas de distancia a una cueva junto al río.


Eventualmente llegó al punto en que comenzó a pensar que se había establecido en las virtudes, y ésto lo hizo enorgullecerse. Ésto es justo lo que el diablo estaba esperando para atacar. En éste momento, un noble angustiado que tenía una hija poseída por demonios la ofreció al Santo para que la sanara. El Santo oró y de inmediato la liberó del demonio. Sin embargo, el padre de la niña tenía miedo de que el demonio la molestara nuevamente, por lo que la dejó a ella y a su hermano menor en una cueva próxima al asceta de muchos años. Desafortunadamente, Jacobo fue vencido por el deseo y se acostó con la chica. Luego tuvo miedo de que su pecado aborrecible se revelara, por lo que asesinó a la joven y a su hermano y arrojó sus cadáveres al río cercano. Por lo tanto, desesperó por completo de su salvación y se apresuró a regresar al mundo. Pero en su camino se encontró con un anciano bendito que lo exhortó a confiar en la misericordia de Dios. Dejando al anciano, Jacobo siguió su camino y se encontró con un viejo y desolado sepulcro. Entró, movió los huesos a una esquina y comenzó a enviar humildes oraciones a Dios. Con el corazón calentado por las lágrimas de arrepentimiento, el Santo Asceta pasó diez años en ésta oscura tumba, desconocida para la humanidad y se aventuraba solo por la noche para alimentarse de algunas de las plantas que crecían en la cercanía.


Algún tiempo después, cuando la tierra sufrió de sequía y falta de lluvia, Dios ordenó al obispo de la ciudad que, a menos que Jacobo, que estaba encerrado en la tumba, orara, el período de sequía no terminaría. Entonces el obispo, junto con toda la gente, fue al Santo, le rogó y finalmente le convenció para que orara por ellos. Tan pronto como oró, vino una fuerte lluvia.


De tal señal, el Santo recibió buena esperanza acerca del perdón de su pecado, porque Dios dice: “Por mi vida (…) que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva” (Ez 33:11).


Los días pasaron y él agregó lágrimas a sus lágrimas para que avanzara continuamente con humildad. De ésta manera, entregó su alma a las manos de Dios en paz a la edad de setenta y cinco años.


Más tarde se construyó una iglesia en el sitio de la tumba donde encontró la gracia del arrepentimiento, y fue grandemente celebrado allí anualmente.



REFERENCIAS

La Ortodoxia es la Verdad. (2024). Jacobo el Asceta.  Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

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