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VENERABLE JUAN DE LA SANTA ESCALA

Actualizado: 1 abr

conmemorado el 30 de marzo


El día treinta de marzo, la iglesia ortodoxa conmemora a nuestro Venerable Padre Juan, el Sinaíta, autor de la obra «La Santa Escala». En un momento de su extraordinaria vida, se retiró a vivir en una cueva por veinte años, de manera que pudiera meditar de mejor manera en la Gloria del Dios Todopoderoso, tanto cuanto en los pasos espirituales que se requerían para percibir esa Gloria con una mirada diáfana y enfocada.

Durante sus largos años de abnegación y de autoescrutinio, el Venerable Juan Clímaco del Monte Sinaí escribiría uno de los más importantes y vitales documentos en la historia de la Iglesia primitiva cristiana, intitulado «La Santa Escala», un devocional de un monje iluminado en busca de Dios, el cual entraña un inapreciable tesoro lleno de intuiciones en cómo conseguir la sabiduría espiritual.

Místico consumado, el Venerable Juan era un hombre sencillo que vivió de manera sencilla, pero al mismo tiempo muy realísticamente. Evitando los extremos escogió la moderación en todo lo que hizo. Para Juan Clímaco ─quien pasara gran parte de su vida (483- 563) luchando interiormente en un reconocido monasterio ubicado sólo a una corta distancia del sitio de la “Zarza Ardiente,” milagro que había maravillado al propio Moisés miles de años antes─ la vida monástica era sobre todo una cuestión de aprender a doblegar la propia vanidad, de manera que nos hagamos capaces para adorar de manera correcta al Dios y Señor del Universo.

Como el Gran Predicador en el Libro del Eclesiastés del Antiguo Testamento quien enseñó que “Todo es vanidad”, san Juan el Sinaíta dedicó la mayor parte de sus ochenta años en la tierra combatiendo con los males espirituales, causados por la humana propensión al orgullo y a la vanidad. ¿Cómo podemos vencer exitosamente nuestro egoísmo inherente de manera tal que podamos obedecer la Voluntad de Dios más presta y completamente?

En un sentido real la vida entera de san Juan Clímaco estuvo dedicada a dar respuesta a tal interrogante, el cual ha deleitado y atormentado a la Santa Iglesia desde sus inicios ─en que Jesucristo caminó por las calles polvorientas de Galilea en busca de aquellos que habría de salvar a través de su Evangelio de Amor y Redención.

Para san Juan, quien pasaría más de sesenta años bajo la intensa disciplina espiritual de los Monasterios del Monte Sinaí, la solución para el problema de la Vanidad de Vanidades llegó a ser la piedra fundamental de su gran obra de guía espiritual cristiana, «La Santa Escala».

Colmada de maravillosas intuiciones que han inspirado durante siglos a los cristianos, «La Santa Escala» nos mueve, en una elocuente nota sobre el tema de vencer nuestra vanidad humana, de la manera que sigue:

 

La vanidad florece delante de cada virtud. Cuando ayuno, soy entregado a la vanidad, y cuando ocultándome de los demás en mi ayuno me permito un poco de alimento, de nuevo estoy entregado a la vanidad ─por mi prudencia. Al vestir con resplendente vestimenta soy conquistado por el amor al honor y habiéndome cambiado por ropas grises ─soy vencido por la vanidad. Si me levanto y hablo ─caigo bajo el poder de la vanidad. Si lo que deseo es guardar silencio nuevamente soy entregado a ella. Dondequiera aparece ésta espina, en todo lugar se alza con sus puntas hacia arriba. Es la vanagloria en la superficie de honrar a Dios y en la acción de esforzarse por complacer a la gente más que a Dios. Gente de espíritus elevados soporta los insultos serena y voluntariamente, pero escuchar alabanzas y no sentir placer en ello, sólo es posible para los santos y los que no tienen culpa alguna. Dondequiera, quienquiera no sea fiel en las pequeñas cosas tampoco lo será en las más grandes, y eso es vanagloria. Sucede frecuentemente que Dios mismo humilla a quien se vanagloria enviándole una desgracia repentina. Si la oración no destruye un pensamiento orgulloso, debemos traer a la mente el dejar el alma de ésta vida. Y si eso no ayuda, debemos amenazarla con la vergüenza del Juicio Final.

 

Tal como trasluce en ésta sección de «La Santa Escala», el Venerable Juan Clímaco era un escritor exquisitamente bueno con el don por la precisión y el fraseo elegante. Y sin embargo era el más sencillo de los hombres con muy poco interés en sus propios logros.

Nacido alrededor del 483, conforme a la tradición, fue hijo de dos piadosos cristianos ─Xenophenes y María─ quienes se aseguraron de que él obtuviera una educación excelente al mismo tiempo que aprendía las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia.

A la edad de dieciséis años éste joven precoz ya había encontrado su camino hacia el Monasterio del Monte Sinaí, ubicado en el sitio en el que Moisés habría caminado alguna vez. Discípulo voluntarioso y presto para aprender, estudiaría por más de diecinueve años bajo la supervisión del santo monje Martyrius. Luego, casi inmediatamente después de la muerte de su mentor, éste apasionado monje se retiraría por largos años de peregrinación ascética al desierto en la búsqueda del Inefable. Ahí se alimentaba solo de aquello que la tierra lo ofrecía ─hierbas amargas, dátiles y ocasionalmente vegetales silvestres que crecían en los arroyos secos y a lo largo de los precipicios ventosos. Durmiendo cada noche sobre la tierra desnuda, se alegraba en su libertad de los encumbramientos de éste mundo y rezaba continuamente al Dios Todopoderoso.

Eventualmente, habiendo alcanzado la edad de 45 años, éste devoto ─azotado por el clima y probado por el tiempo─ sería elegido por el Abad de los monjes que vivían en la cima del Monte Sinaí, y pasaría el resto de su vida enseñándoles cómo disciplinar sus egoísmos finitos en la conquista por el Infinito.

Durmió entre sus monjes a la edad de 80 años el año 563; una figura reverenciada cuya santa existencia está bellamente capturada en una frase escrita posteriormente por su biógrafo, el monje Daniel: “Su cuerpo ascendió a las Alturas del Sinaí, mientras que su alma ascendió a las alturas del cielo”.

En los años subsiguientes a la dormición del piadoso monje Sinaíta se esparcieron numerosas leyendas sobre su increíble capacidad para comunicarse con El Más Allá. En una de las más conocidas de esas historias el Abad Juan envió a su joven discípulo (de nombre Moisés) a realizar un trabajo en una calurosa tarde del verano. Habiendo completado su trabajo, el joven se estiró bajo la sombra fresca de una enorme roca con la finalidad de tomar una breve siesta. Muy pronto estaba roncando fuertemente y completamente inconsciente del creciente peligro en que se encontraba su vida. Aparentemente todavía no había llegado la hora del joven. Mientras el joven monje dormía, su mentor se encontraba rezando en su celda. Y entonces, de un solo golpe, sus oraciones se vieron interrumpidas cuando de manera repentina se sintió lleno de pavor ─de alguna manera sintió que su durmiente discípulo estaba a punto de ser asesinado.

El temeroso Juan de la Santa Escala pasó la siguiente media hora en ferviente oración por la seguridad del joven. Una y otra vez le pidió a Cristo que protegiese a su protegido del peligro que se avecinaba. Después, cuando esa misma tarde Moisés volvió al Monasterio, agradeció profusamente a su mentor por haber salvado su vida. Mientras aún se encontraba dormido, sucedió que el joven tuvo un sueño en el cual san Juan lo estaba llamando a gritos una y otra vez. Despertado por la pesadilla el joven monje se puso de pie rápidamente ─un momento antes de que una gigantesca roca, movida posiblemente por un deslizamiento, se hubiera soltado de su posición y rodado sobre el preciso lugar en el que el joven había estado durmiendo.

Otra leyenda muy bien conocida describe cómo los monjes estaban sentados una tarde para la cena junto con 600 visitantes peregrinos, quienes notaron al mismo tiempo a un extraño personaje carismático en medio de ellos. En un instante todos los que se encontraban en las mesas del gran refectorio entendieron que el encantador huésped no era otro que el gran Profeta Moisés, quien había recibido las Tablas conteniendo los Diez Mandamientos a sólo unos cuantos metros del sitio en que se encontraban sentados. El Santo Profeta sonreía ampliamente, según recuerdan posteriormente, y parecía bastante complacido de que los monjes hubiesen escogido dicho lugar para su santa residencia.

La vida de san Juan Clímaco nos enseña valiosas lecciones sobre la importancia vital de la humildad en nuestras vidas. Con toda seguridad san Juan ha de haberse dado cuenta de que la raíz griega de la palabra humildad también hace referencia al “humor” y al “humus” ─el fertilizante necesario que hace que las plantas crezcan. Éste piadoso monje nos ofrece un maravilloso modelo para vivir la vida espiritual. En un nivel fue un genio literario que produjo un clásico inmemorial, pero en otro nivel entero no fue más que un simple monje que no quería nada más que sembrar en el jardín del monasterio, al tiempo que alababa incansablemente al Dios Todopoderoso. Su vida se centró por entero en Dios. Leer sus escritos en la «La Santa Escala» es llegar a conocer la santidad de éste hombre de Dios. Aunque pasó la mayor parte de su vida en el Monte Sinaí en Egipto, su poderosa influencia sobre generaciones de cristianos que han vivido a lo largo de Tierra Santa ha probado ser permanente.



REFERENCIAS

La Ortodoxia es la Verdad. (2023). El Venerable Juan el Sinaíta, Autor de la “Escala”.  Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

 

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